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Cierto día mientras caminaba a la universidad un chico observó desde lejos a un perro sarnoso que estaba en una casa cercana. Este tenía el pelaje muy sucio y lleno de nudos.
Lo habían encadenado a una estaca, para que así corriera en un gran círculo, pero solo quedaba pasto seco y muchísima suciedad.
En los días lluviosos aquel lugar era solo un terrible lodazal, allí se echaba hasta que se cubrían por entero sus patas, cuando el sol arreciaba todo seguía igual, el perro no tenía protección ni refugio para cubrirse de los rayos.
Este joven continuo pasando por ese lugar hasta que llego el invierno, mantenía la esperanza de que algún día pasaría y vería al animal resguardado en una caseta comprada por sus dueños, pero tristemente no lo hicieron, por lo tanto un domingo fue al mercado y le compro una de segunda mano, era acogedora además parecía un iglú.
Al siguiente día paso por la casa donde estaba el perro, se acercó al dueño para decirle que le había comprado una caseta para animal creyendo que la usaría. El hombre la tomo, le agradeció y la colocó en su patio.
Cada mañana se asomaba con gusto para verlo dormir en la caseta, pero él solo yacía en el polvo y en la temporada de invierno nuevamente se echaba en el lodo. Transcurrió el tiempo y el perro no le hacía caso alguno a la caseta que le había regalado, la que se encontraba en una esquina del patio ofreciendo refugio y alivio; viendo esta situación el corazón del chico entristeció.
En ocasiones, los seres humanos tendemos a comportarnos de la misma forma que aquel perro, ya sea porque estamos acostumbrados a lo que está a nuestro alrededor, por conformismo o hasta por ignorancia al no darnos cuenta lo que Dios nos está entregando.
Nuestro Padre Celestial es una representación del joven, pues al igual que este, Él se preocupa por nuestro bienestar y resguardo, ofreciéndose incluso como nuestro refugio y consuelo.
«Dios será refugio del pobre, Refugio para el tiempo de angustia y tristeza. En él confiarán los que conocen su nombre, Por cuanto tú, oh Dios, no desamparaste a los que te buscaron», Salmos 9:9-10.
Somos propensos a atravesar por situaciones complicadas y dolorosas, pero el Señor nos ofrece en sus brazos ese lugar seguro al que podemos correr cada vez que lo necesitemos. ¡Hoy te invitamos a recibir todo lo que Dios quiere darte, y a recordar que Él nunca te dejará desamparado!
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