ASÍ ES COMO NOS HABLA DIOS

Alex López
La Catapulta
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Cualquiera puede declarar: ¡Dios me habló! Pero, ¿Cómo es que nos habla Dios?

Dios habló y dijo: “Que sea la luz y la luz llegó a existir. Y separó el día y la noche. Dios consideró que la luz era buena y la separó de las tinieblas. A la luz la llamó «día», y a las tinieblas, «noche». Y vino la noche, y llegó la mañana: ese fue el primer día.” La Biblia Génesis 1:3-5

Dios habló cara a cara con Adán: “Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara, y le dio este mandato: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás».” La Biblia en Génesis 2:15

Dios habla y ha hablado a lo largo de la historia de la humanidad no una vez, sino muchas veces. Declaró la creación y esta fue. Declaró el mandamiento a Adán y este escuchó, aunque finalmente no obedeció, pero Dios habló. Declaró una promesa a Abraham, que por medio de él serían benditas todas las naciones de la tierra y así fue. Dios ha hablado muchas veces y de muchas maneras. Habló por medio de los profetas, quienes, de parte de Dios, llamaban al pueblo al arrepentimiento de pecados y a consagrarse al único Dios.

Es en el Nuevo Testamento, en donde aparece la cúspide de su hablar. El logos, el Verbo se hacía presente: “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad.Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla.” La Biblia en Juan 1:1-5

Aunque Dios habló cara a cara con Adán, con Abraham y con Moisés. Y luego habló por medio de los profetas a lo largo de la historia de Israel, la cúspide de su hablar es Jesús, el Verbo.

El ser humano suele pensar en Jesús como un simple mortal. Un “iluminado” que habló sobre como portarse bien y sobre cómo ser una buena persona. Algo muy lejos, de lo que fue el corazón del mensaje de Jesús. Que su mensaje transforma, sí. Pero no comienza con la transformación. Comienza con la desobediencia de todo ser humano. ¿Cómo es entonces que Dios nos habla?

Para comenzar, Jesús, el Hijo, es quien habla de Dios y por medio de quién Dios nos habla. Jesús no es poca cosa, como muchos le consideran. Jesús es el heredero de todo de Dios, por medio de Jesús y su palabra, el universo que conocemos fue creado, es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es y todo lo que conocemos en este mundo, se sostiene por su poderosa palabra. Jesús es Dios, Jesús es el todo en todo. Lo que vemos es el resultado de su sola palabra.

Jesús apareció en escena como un mortal cuando nació de milagrosamente de la Virgen María, su Padre era Dios, su madre María. De su Padre, heredaba la naturaleza divina, de su madre, la naturaleza humana. Pero Jesús, aunque nació físicamente en la primera Navidad, siempre ha sido, siempre ha existido. El es el primero y el último. Por su palabra lo que vemos fue creado y por su palabra todo lo que vemos se sostiene. Jesús no es poca cosa, Jesús es todo en todo. Y, a través de Jesús es que Dios nos habla de manera perfecta y clara.

Dios nos habla por Jesús. Ver a Jesús es ver a Dios, porque de Dios salió y se rebajó al tomar la forma de ser humano. La Majestad en las alturas, ahora venía a las llanuras. La Majestad de las alturas, entregaba todo por la nada. ¿Qué nada? Quién es el hombre para que Dios piense en él. Y, sin embargo, no sólo pensó, el Hijo, murió en la cruz del Calvario con un propósito único. Era el elegido, el ungido, es decir, el Cristo y Mesías.

¿Cuál fue el propósito de su muerte? Hablar con un grito desgarrador al final de su vida mientras agonizaba en la cruz: “¡Consumado es!”. Su muerte pagó el precio de nuestra vida. El único santo – quien nunca cometió pecado y el único que pudo obedecer todos los mandamientos de Dios – moría por nosotros, los injustos, pecadores, malvados y quienes vivíamos en tinieblas.

La muerte de Jesús – por cuya palabra el universo fue creado y por cuya palabra todo lo que vemos se sostiene – tenía el propósito de purificarnos de todos nuestros pecados y darnos libertad de la esclavitud de vivir para obedecer a nuestros malos deseos, deseos que son tan engañosos. Porque prometen placer y traen dolor. Prometen lo que no cumplen y cumplen lo opuesto de lo que prometen.

Nuestro problema es el pecado, es la suciedad y la consecuencia de muerte de rebelarnos ante lo que Dios dice sí y nosotros decimos no. Es creer que somos todo poderosos cuando somos tan frágiles e impotentes. El problema de un niño de 3 años y después de comer, es la suciedad. Él no puede limpiarse solo, siempre por mucho esfuerzo que ponga, quedará sucio. Necesita de alguien para ser limpiado. Nosotros necesitamos a Cristo. Todos estamos manchados por el pecado. Pero Jesús al morir en la cruz, efectuó sobre nosotros, la purificación de nuestros pecados.

Manos manchadas con miel. Ningún trapo seco puede limpiar la miel de nuestras manos. Se necesita el agua que limpia. Jesús es el agua que purifica, es el nuevo sentir, ver, oler y pensar de una nueva vida libre de culpa de pecados, libre de una conciencia acusadora, libre del poder de la vergüenza que pecar produce. Jesús es el todo – Dios encarnado – que da el todo por purificar a sus hijos, la nada en comparación a su gloria. Limpia para que vivamos libres para amarlo.

Ante nuestro pecado nada podemos hacer, sino reconocer que Jesús quien resucitó, fue exaltado a un lugar único. Sentado en el lugar de más alto honor en las alturas a donde ninguno de nosotros puede llegar. Sentado en el lugar de más alto honor, que representa el estar sentado a la derecha de Dios en las alturas. Al lado de Dios, la Majestad, el inigualable, el que no necesitó creador porque es el Creador. Sólo reconociendo la grandeza y la Majestad del Padre y del Hijo y la misión de Jesús de salvarnos y purificarnos ante el Dios santo, da vida y habla de amor. La cruz grita salvación. Crea…

Jesús no es poca cosa. Jesús es superior a todo, incluso a la suma de todos los ángeles. Ni licuándolos a todos llegamos al estrado donde Jesús coloca sus pies. Su nombre supera en excelencia al de los ángeles.

El propósito de Jesús era hablar por el Padre Dios. Hablar de su amor y salvación de los pecados por el único camino posible ante el imposible de un ser humano de hacer las paces con Dios. Porque el que no toma en cuenta a Dios, es un enemigo. Ignore a otra persona abiertamente y no será neutral. El que no es con Jesús, contra él es. Ignore a una persona y tendrá un enemigo. Sígala ignorando y tendrá a un enemigo. Salúdela y recibirá la respuesta de un enemigo. Una vez enemigo, enemigo. El que peca, por su pecado, se convierte en enemigo de Dios. Pero Jesús habla de amor. El perfecto que nunca pecó, murió por los imperfectos que hemos pecado y pecado, para declararnos justos. Porque el justo moría por los injustos, esto es amor. Jesús ganaba todo para nosotros y nada para sí, más que el ser obediente al Padre.

En estos días, el ser humano anhela escuchar la voz de Dios. Anhela que alguien le dé una palabra que le dé paz y certeza a su futuro. Dios dio a la Palabra, a Jesús, para que fuera su voz, anunciando gracia – favor inmerecido –, misericordia – pasar por alto el castigo –, amor sacrificial – el amor que no ama porque se siente sino porque lo decide voluntariamente y se sacrifica – y esperanza eterna – vida eterna a todo el que en él cree –.

¿Anhela que Dios le hable? Conozca al Hijo. El es la fiel imagen de lo que Dios es. Jesús es el resplandor de la gloria de Dios. Y cuando le conocemos en su misión salvadora, creemos y obedecemos su llamado al arrepentirnos de nuestros pecados, es entonces y sólo entonces, que hemos escuchado al mismo Dios diciéndonos: “En tu pecado estás condenado. Mi santidad te aplastará y destruirá. Pero mi Hijo, Jesús, es la purificación de los pecados de todo el que cree. Cree en mí, cree en mí y recibe el perdón de pecados por la fe y mi Espíritu Santo habitará en ti siempre. Como garantía que me perteneces. Jesús y su muerte en la cruz, es tu paz conmigo. Esa paz no se obtiene con esfuerzo, se recibe por el esfuerzo y la obra de mi Hijo”.

Que Dios le hable en Jesús. Lea uno de los cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas o Juan. Yo comenzaría por el libro de Juan. Lea por completo el libro de Hebreos. Busque leer el Antiguo Testamento a través de los ojos de Jesús como la clave para entender todo lo que Dios hizo con su pueblo Israel. Pero, sobre todo, comprenda que Jesús vino para salvar y sanar lo que se había perdido. Y yo estaba perdido y le encontré. Hoy vivo en él y nada habla más a mi vida de Dios, que Jesús. He sido purificado en Jesús, libre para honrarlo, libre para amarlo, porque su amor sacrificial, derrite mi corazón.

Gloria al Hijo, porque resucitado por Dios, hoy está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas. No está sentado pasivamente, intercede por nosotros. ¿Quiere escucha a Dios? Escuche a su Hijo, Jesús…

“Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas. Así llegó a ser superior a los ángeles en la misma medida en que el nombre que ha heredado supera en excelencia al de ellos.” Hebreos 1:1-4


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