GENTE DE HÁBITOS

Daniel Gaydou
DEVOCIONALES CORTOS DIARIOS BIBLICOS
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Job 1:1-5

Hoy te voy a hablar de Ricardo Klement, un ejemplo bueno para lo que quiero hablar esta mañana. Este Ricardo Klement… ¡Ah! No sabés quién es. Bueno, mirá, no te lo voy a revelar ya. Mientras vaya contando, te vas a ir dando cuenta de esta persona y vas a decir: “¡Aaah! ¿Ese era?”

Ricardo era un hombre muy metódico. Era un hombre así, que le gustaba tener todo guardado en sus cajitas, y todo acomodadito, y hacer todos los días las mismas cosas, a la misma hora. Un tipo ordenado. Cómo sería de ordenado, que en Alemania, donde nació, se pudo desarrollar dentro del régimen nazi. Era un hombre de mucha confianza aún del propio Hitler. Porque esa capacidad de organización que él tenía, la había demostrado en varias oportunidades para organizar los diferentes ghettos. ¿Sabés qué era un ghetto, no? Un ghetto era un lugar donde encerraban gente, los típicamente judíos, el Ghetto de Varsovia. Especialmente ese ghetto, es un símbolo feo y triste, pero también a la vez de coraje y de astucia para la humanidad; el Ghetto de Varsovia. Pero este hombre era organizador de ese tipo de cosas. De juntar gente, clasificarla, trabajarla, como si fuera verdaderamente ganado. Y fue uno de los organizadores de la persecución nazi en Polonia.

Cuando terminó la guerra, este hombre se vino a vivir a la Argentina y ahí fue cuando comenzó a llamarse Ricardo Klement. En realidad, no se llamaba Ricardo Klement, pero con esa identidad anduvo en Argentina. Y le decían: “-¡Hola don Ricardo! ¿Cómo le va?. Este alemán es re-organizado, el viejo”. Y entonces él andaba con su pequeña familia dando vueltas acá en Argentina. Puso una fábrica de jugos de frutas. Se fue a Tucumán, estuvo trabajando allá. Después vino en Buenos Aires y en Buenos Aires empezó a vivir en San Fernando, un pueblito, un suburbio de Buenos Aires, del conurbano. Tenía una casita modesta y ahí trabajó en una fábrica de calefones muy conocida, donde yo fui service, también. Y quiero aprovechar para desmentir totalmente mis vínculos con el nazismo. Porque había gente alemana, y había una mezcla. Y en Argentina hubo una mezcla con el tema del nazismo. La simpatía que tenía el general Perón, tenía mucha simpatía por el nazismo por causa de que a él le gustaba ese tipo de vida ordenada que se predicaba hacia afuera. Cuando el precio de eso, ya sabemos cómo fue, horrible y terrible en todo sentido.

De ahí empezó a trabajar luego en una fábrica de autos. ¡Sí, exactamente! Que en algunas áreas de esa época que yo nací y no tenía idea qué estaba pasando. Mirá vos! Me vengo a enterar de grande. En esa época cuando yo era bebé, ahí en la fábrica esta de autos, muy grande, que había abierto hacía poquito; otra vez había reabierto ahí en Buenos Aires, había tantos alemanes, que entre el gobierno, y los amigos, y la embajada; los ayudaba mucho a estos criminales nazis.

La Cruz Roja, ¡mirá vos, qué cosa! ¿no?; la Cruz Roja, y otras empresas como Bayer®, que fabrica aspirinas hasta el día de hoy, durante esos años confusos del fin de la guerra, ayudaron a escapar a muchos de estos criminales nazis, que habían matado –escuchame– a miles de personas. Vos sabés que hay una cosa, con eso. Si una persona mata a otro, mata a

Uno, dicen: “éste es el que lo mató a fulano de tal”. Pero después que mató a cinco, ya es un criminal más o menos temible. Pero si matas miles, se diluye el número. Es terrible eso. ¡Es terrible eso! Entonces hay un montón de genocidios, es decir estos asesinatos de multitudes que no sé cuál elegir para que no moleste a ninguna persona que tenga ascendientes de esa raza. ¡El genocidio armenio! ¿Vos conocés a alguno? ¿No? Entonces es como que no existió. Pero fueron miles los que murieron masacrados o empujados a la muerte. El propio pueblo judío, fue víctima de genocidio. No, no en la Segunda Guerra Mundial, ¡en la historia!. ¡Un montón de veces!

Este hombre era metódico. Todos los días iba a la fábrica de autos, que te estaba por contar y se me pasó, me fui por la rama, había algunas áreas donde directamente no hablaban en castellano. Hablaban en alemán. ¿No es terrible? Sí, era terrible. Y entonces este hombre era muy metódico, y los judíos de la Mossad lo descubrieron. Lo estuvieron siguiendo, siguiendo, siguiendo; descubrieron que se había venido a Argentina, hicieron una pequeña historia de él. Cuando descubrieron que él estaba haciendo eso, un día cuando él volvía de trabajar el 20 de mayo de 1960, lo estaban esperando. Hicieron como que tenían un auto que se le había roto algo; levantaron el capó estos cuatro hombres judíos. Y la única palabra que habían aprendido para decir en castellano, fue la que uno de ellos cuando lo vieron bajar a este hombre del colectivo y llegar a su casa lo interceptó al lado del auto ese que estaba presuntamente roto y le dijo: “-Discúlpeme señor”. Y cuando él dijo: “¿Sí?”, lo empujaron adentro del auto lo llevaron a una pieza de un hotel y lo interrogaron. Y ahí finalmente se quebró y dijo su nombre. “Mi nombre es: Adolf Eichmann”. Y así lo llevaron fingiendo que estaba borracho, lo drogaron, lo subieron en un avión en Ezeiza y se lo llevaron a Israel, donde fue condenado y lo mataron por ahorcamiento un año después.

Quiero hablar sobre esa cosa de la práctica habitual.

Había un hombre llamado Job que vivía en la tierra de Uz. Era un hombre intachable, de absoluta integridad,

De paso, me doy cuenta ahora que estoy haciendo una comparación que pone en peligro el buen nombre de Job ¿no?. De hacerlo parecer en alguna forma a un criminal nazi. Perdón, pero Job era un hombre que vivía en integridad, como dice aquí. Y no escondiendo cosas terribles y huyendo de un lado al otro. Sino este hombre, era un hombre que vivía en absoluta integridad. Job, el primer capítulo estoy leyendo.

que tenía temor de Dios y se mantenía apartado del mal. Tenía siete hijos y tres hijas. Poseía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas burras; también tenía muchos sirvientes. En realidad, era la persona más rica de toda aquella región. Los hijos de Job se turnaban en preparar banquetes en sus casas e invitaban a sus tres hermanas para que celebraran con ellos. Cuando las fiestas terminaban —a veces después de varios días— Job purificaba a sus hijos. Se levantaba temprano por la mañana y ofrecía una ofrenda quemada por cada uno de ellos, porque pensaba: «Quizá mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en el corazón». Esta era una práctica habitual de Job.

(Job 1:1-5 NTV)

Job y Eichmann tenían prácticas habituales. Uno tenía prácticas habituales de perfil bajo, vivir escondido, ir como una serpiente escondiéndose por distintos lados. Pero Job tenía la costumbre de por cada uno de sus hijos hacía un sacrificio pensando “quizá éste mi hijo…” y cada día por uno diferente, quizá este hijo metió la pata, se equivocó; fui a pedirle a Dios que lo perdone y lo hacía como una práctica habitual.

Y la pregunta es: ¿dónde entra Dios en nuestra práctica habitual? ¿Qué es lo que hacemos habitualmente? ¿Te fijaste la cantidad de cosas que hacemos siempre igual? Bueno, si vos pensás que no, que sos una persona que no tiene prácticas habituales, te pongo esta prueba para que la hagas. La próxima vez que te bañes, que espero que sea dentro de los próximos 15 días (que ese es mi caso) yo te pido que vos te fijes y que trates, cuando termines de bañarte, secarte en forma diferente. Tratá de secarte diferente a lo que te secás habitualmente, y ahí vas a ver que todos tenemos hábitos. Algunos triviales y algunos importantes.

Y algunas personas tienen hábitos que en ningún momento del día toman en cuenta a Dios.


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