El paradigma de la Redención
DEVOCIONALES CORTOS DIARIOS BIBLICOS
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2da. Crónicas 7:13-15
Los
grandes paradigmas de la cultura mundial humana, como por ejemplo, el triunfo
del bien sobre el mal al final, o el castigo de los malignos al final; responden
en realidad -y está discutido hoy día- responden en realidad -en mi opinión- a
que en el universo hay una marca de imagen de Dios. Que no es solamente como
que Dios está en todas partes, o si vos ves una flor decís: “tiene que haber un
Dios”. Sino que hay una marca moral en el universo, deformada por el pecado,
pero marca al fin. Y esa marca se trasunta en estos paradigmas, que es cierto
decirlo también, hoy están discutidos. Porque esta es la época donde todo lo
que es ordenado; y en el fondo teológico del asunto, todo lo que es ordenado
por Dios está siendo desafiado y está siendo desordenado, y se lo lleva al caos.
Es obra de Satanás. Y a mi juicio, algo difícil de no ver la obra de Satanás en
el mundo contemporáneo.
Recién
estábamos recordando la desaparición de esa niñita en San Luís, que se suma a
otras, y que hace ver al mundo con un ojo con una lágrima. Que piensa: “¡Qué lástima
esto! Ojalá algún día todo esto se termine”. Efectivamente, ese es el paradigma
que llamamos de la Redención, que es lo que voy a hablar hoy.
Un
día, cuando era pastor en Mendoza, hace muchos años, se recibió un llamado
telefónico de alguien que había hablado porque sacó el teléfono de la guía
telefónica, el teléfono de la Iglesia. Entonces llamó, atendí yo. ”-Sí, quiero
hablar con el pastor o alguien de ahí de la iglesia”. “-Mire –dice- yo estoy
preso en la cárcel en La Rioja (cárcel que tuve el honor de conocer). Me dan la
libertad pasado mañana, pero quería avisarle a mi señora -porque no tengo forma
de avisarle a ella- de que por favor ella sepa que yo estoy volviendo, para que
me vaya a buscar a la Terminal (de ómnibus-NdE) porque salgo mañana para allá y
estaría llegando a tal hora, tal día”. Me dio la dirección, y entonces así como
estaba yo, que faltaba un rato para una reunión, me fui corriendo, porque era
un barrio ahí mismo de Godoy Cruz, Mendoza, donde estaba la Iglesia. El barrio
se llamaba “Campo Papa”. No sé si todavía se llama así. Era una villa. Y
entonces me fui con el auto de la Iglesia, vestido para una reunión; saco, corbata
todo bien “pintón” (*). En aquella época era pintón yo. Que no sé qué quiere decir,
pero era pintón. Por lo menos eso decía mi abuela hasta que murió, ¡que yo tenía
cinco años! Bueno, me fui corriendo al Campo Papa a buscar una tal Cristina,
que vivía entrando así, doblando a la derecha, qué sé yo. Así que me fui yo sin
pensar nada, conducta habitual en mí, y me fui derecho para allá y entré. Claro,
cuando vi que era una villa, yo no había entrado me parece, a esa villa. Esa
villa era un lugar bastante desolado, sin árboles, nada; y empecé a recorrer
las callecitas ahí como él me dijo, entre la calle principal, y doblando ahí, y
así iba yo. Y vi que la gente me miraba. Me miraban porque no estaban
acostumbrados a que entre un auto que no conocían ahí. Mucha pobreza, por
supuesto, en ese contexto. Y entonces empecé a acercarme con la ventanilla baja
y empecé a preguntar. Me acuerdo se llamaba Cristina, la chica. Busco a una chica
Cristina tal, no me acuerdo el apellido. “No, no sé, por acá no es” y se
miraban entre ellos, como que estuvieran planeando ocultarme algo. Hasta que finalmente
paré, porque uno me dijo: “-¿A quién busca usted?”. “-Yo busco a Cristina fulana
de tal, que es esposa de fulano de tal. Le di todos los datos que sabía, pues
yo no sabía más que eso. Era un contacto muy casual fue una cosa muy sorprendente.
Y creativa de parte del preso este, porque mirá, se le ocurrió buscar en la
guía telefónica que dijera “Godoy Cruz”; buscó al a ver quién podía darle una
mano y pensó en la Iglesia. Me honró de ese pensamiento. Entonces el tipo se
miraba con otros que se acercaban ahí; venían uno tomando mate, otros estaban
charlando, y salían de los ranchitos ahí. “-¡Ché, vo’! ¿Conocés a una Cristina
tal?”. “No, dice el otro, no, yo no. “Y ¿por qué asunto es?” me dice. “-Es que llamó
fulano de tal, que está preso en La Rioja, para decir que va a venir mañana,
que por favor que lo vayan a buscar a la Terminal, porque no no tiene forma de
llegar hasta acá, que no sea caminando; son una pila de kilómetros, imagínense”.
Y se miraban entre ellos. “-¡Ahh!” dice uno. “¡La Cristina!”. “¡Cristinaaa!!!” dice.
Y salió una chica de uno de los ranchitos, que evidentemente estaba al lado de
la puerta escuchando, porque apenas la llamaron, salió; y le expliqué. Y se
fueron cada uno para su lado, me dejaron solo otra vez con la Cristina, y le
puede explicar y ella me dijo: “Bueno, gracias. Esteee, sí, sí, claro! Ya se
cumplió el tiempo, está bien. Vamos a hacer así como usted dice”. Y me volví
todavía confundido con lo que había pasado. Lo que había pasado, es que yo
entré vestido de saco y corbata, con un auto relativamente lindo, en una villa
a preguntar por una persona. ¿Y éste quién es? ¿Y a qué viene acá? ¿Y por qué
viene así vestido, que evidentemente no pertenece a nuestra pequeña sociedad?
Y
entonces, esa desconfianza fue la que hizo que el ecosistema de la villa Campo
Papa, se pusiera en alerta para una invasión, para una intrusión del exterior. Entonces
estaban todos desconfiados, protegiéndose entre todos por si yo era alguien de
la policía, andá a saber; o alguien que quería cobrar una plata, embargarle un
televisor o qué sé yo, algo.
Entonces,
ahora, 40 años después de eso, yo pienso que está faltando para muchas personas,
ese concepto, ese paradigma de la redención. De que uno no está condenado a su
condición, sino que puede trascender su condición. Puede salir, por decirlo de alguna
manera; puede rescatarse, usando un lenguaje socialmente bajo.
Puede ser, dice en la inauguración del Templo de Jerusalén Salomón, que fue el fabricante, el constructor de este templo; transcribe una oración donde dice que Dios le dijo a él cuando fue ese momento tan glorioso de hacer el templo. Le dijo Dios:
Puede ser que a veces yo cierre los cielos para que no llueva o mande
langostas para que devoren las cosechas o envíe plagas entre ustedes; pero si
mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, busca mi rostro y se aparta
de su conducta perversa, yo oiré desde el cielo, perdonaré sus pecados y
restauraré su tierra. Mis ojos estarán abiertos y mis oídos atentos a cada
oración que se eleve en este lugar.
(2 Cronicas 7:13-15 NTV)
Es
cierto que cada tanto viene una plaga, viene una langosta que se come la
cosecha, o hay una falla climática que destruye los sembrados. Pero también es
cierto que cuando el pueblo de Dios, el que esté identificado con Dios. No toda
la gente; no, no, no. Toda la gente, no. El pueblo de Dios, el pueblo que dice:
yo creo en Dios. El pueblo que dice: yo soy hijo de Dios. El pueblo que dice:
yo amo a Dios; se humilla y ora, busca su rostro, trata de entender y se aparta
de la conducta perversa.
Dios
oirá desde los cielos, y dice dos veces lo de que va a oír: “Mis ojos estarán
abiertos y mis oídos atentos a cada oración”.
Yo
tomo esa promesa para mí. De que Dios tiene los oídos atentos a cada oración y
eso me da ánimo para orar aunque a veces parece que uno está orando en un salón
vacío donde solamente te responde el eco; porque esta es una promesa de Dios
para mí.
(*): Pintón. Persona de buen aspecto, agradable y atractivo.
Yo, igualmente tomo para mi y los mios, esa promesa: Los ojos y los oídos de Dios están atentos a cada oración. Bendiciones, pastor.
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