La majestuosidad de las nubes
Luis Caccia Guerra
La Roca Ministerios
https://larocaministerios.blogspot.com
Admin
Desde
muy niño me gustaba permanecer largos ratos contemplando las nubes. Más tarde,
con mi hija tuve más oportunidades de continuar disfrutando de esa majestuosa
danza celestial. Aún hoy, siendo un adulto me fascina contemplar el inmenso
cielo creado por Nuestro Señor engalanado con sus bellísimas formaciones
nubosas. La imaginación remonta su vuelo libre y lejos, adentrándose entre
ellas. Es así como “aparecen” batallas, rostros, formas de animales, árboles,
barcos, paisajes… y cuanta figura sea posible pasar por mi mente… ¡Qué
hermosura, Señor!.
Ante
semejante majestuosidad mi alma prorrumpe en alabanza, como bien lo expresara
el salmista: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, … ¡Oh Jehová, Señor nuestro,
Cuán grande es tu nombre en toda la tierra!” (Salmos cap. 8).
Desde
el espacio exterior, las nubes le otorgan un aspecto muy particular y muy bello
a nuestro planeta. Por su parte, los meteorólogos conocen unos diez tipos de
nubes, según su movimiento interno, temperatura, espesor, densidad, altura.
Las
nubes no solamente acumulan grandes cantidades de agua, sino que también
participan del ciclo biológico de la vida, participan en la transformación de
la energía proveniente del sol y ayudan a regular la temperatura del planeta.
“Las
nubes son literalmente, portadoras de vida, reguladoras térmicas y uno de los
prodigios naturales más hermosos y sublimes de la Tierra” (“Agua y clima”.
Rafael L. Bras-Mario Molina. Agua, la crisis del siglo XXI. Nacional
Geographic. Ed. Televisa. Marzo/2006).
Sin
embargo, existe un hecho inexorable: que para completar la misión para la cual
fueron creadas, DEBEN DEJAR DE SER. No para siempre dura su bellísima danza
celestial. La nube muere cuando se transforma en lluvia.
Dios
nos ha hecho así a sus siervos. Nos hizo bellos ante sus ojos con la
inconmesurable gracia del perdón, liberándonos así del poder y esclavitud del
pecado. Finalmente nos dotó de dones y talentos para que brillemos, para que
podamos desplegar ante el mundo la hermosura de la gracia y el amor de Dios, a
fin de que muchas vidas sean transformadas por Su Poder. Pero como la nube, esa
misión no podrá llevarse completamente a cabo, a menos que dejemos de ser
nosotros mismos.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
(Gálatas 2:20 RV60)
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito originalmente para www.devocionaldiario.com
Todos los derechos reservados-Se publica con permiso
Recibe el Perdón de Dios
Encuéntranos también en:
Comentarios
Publicar un comentario
Tu comentario nos interesa