Con los brazos abiertos

Luis Caccia Guerra
La Roca Ministerios
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Los brazos abiertos generalmente son símbolo de entrega, de brindarse. El gesto, sin importar la circunstancia ni el objeto afectivo casi siempre lleva implícito el hecho de darse a sí mismo sin reservas. Un abrazo es capaz de trasmitir lo que no transmiten las palabras, un beso, una caricia. Un abrazo es acercar el alma a la del otro. Un abrazo es acercar el corazón al corazón del otro. Inspira seguridad, protección, cercanía. Inspira amor.

Como seres humanos y también como creyentes, necesitamos el amor. Y nada mejor que un abrazo tanto para brindar como para recibir amor. Un abrazo comienza, se ofrece, se demanda, se revela; con un gesto inicial: los brazos abiertos. Un bebé lo sabe instintivamente. Abre sus bracitos cuando necesita el cálido abrazo de mamá o papá.

Un abrazo puede marcar un inicio, también el término de algo. Una bienvenida, también una despedida. Esto es válido en todos los órdenes de la vida. Y con Nuestro Amado Señor, las cosas no fueron diferentes.

En una clásica representación navideña podemos imaginarnos al niñito Jesús recostado en un pesebre con sus bracitos abiertos. Jesús se presentó en este mundo, ante los pastores de la región que acudieron al llamado del ángel, con sus brazos abiertos.

Cuando sus días sobre esta tierra llegaron a su fin, también lo hizo con sus brazos abiertos, pero esta vez sobre el madero de la cruz.

Un comienzo. Sus pequeños bracitos abiertos en señal de su amor y entrega sin reservas. Y tal vez una señal profética del fin de sus días.

Un final. Sus brazos abiertos sobre la cruz, como extendiendo un dulce, cálido, amoroso abrazo sobre la pobre y abatida humanidad por la que clamaba con sus últimos suspiros: “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!” (Lucas 23:34).

Amado Jesús… lo hiciste por mí, lo hiciste por nosotros, lo hiciste por amor. ¡Gracias!!

Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

(Romanos 5:8 RV 1960)

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