Luz para el camino

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En un lugar de Oriente lejano vivía un hombre ciego llamado Bruno, era un hombre de muy buen corazón y admirado por los habitantes del lugar.

Bruno habitaba en aquel lugar desde que tan solo era un niño y pese a su discapacidad, conocía muy bien cada calle y rincón de aquel lugar.

En las noches más oscuras donde casi no se divisaba la luna, Bruno acostumbraba a caminar por las oscuras veredas del lugar cargando consigo una lámpara de aceite encendida. Este era un hecho que causaba mucha curiosidad entre los lugareños, quienes no se atrevían a preguntarle por respeto.

Un día se encontró con un buen amigo de su infancia. El amigo lo reconoció y le preguntó: –¿Qué haces con una lámpara en la mano, si tu eres ciego?

No llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco las calles de memoria. Llevo la luz encendida para que otros encuentren su camino cuando me vean…

ARTÍCULO DE INTERÉS: «Procura que nunca te falte el Aceite»

-No sólo es importante la luz que me guía a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella.

«Una vez que la luz de Cristo ha iluminado nuestras vidas, tenemos la responsabilidad de iluminar a otros que se encuentran en oscuridad. Debemos convertirnos en lumbreras para las vidas de quienes están perdidos en la oscuridad, esclarecer sus caminos a través de la Palabra de Dios y mostrarles la senda correcta que los guiará a la verdad».

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