El pecado seductor del cual nunca hablamos

TREVIN WAX
Coalición por el Evangelio
https://www.coalicionporelevangelio.org/
Todos los derechos reservados - Publicado con permiso



 Hay una especie peligrosa de orgullo en la vida cristiana que a menudo pasa desapercibido y no es tratado, pero mata. Envenena las relaciones. Obstaculiza nuestro arrepentimiento. Debido a que astutamente nos lleva a justificar nuestras malas acciones apelando a que nos han tratado mal, los tentáculos del orgullo mantienen su control sobre el corazón, aún cuando parecemos humildes y necesitados. Me refiero a la autocompasión, un pecado que está en todas partes en estos días.

Cuando la compasión se vuelve hacia adentro

La autocompasión comienza con la compasión o el sentimiento de lástima, la virtud de mostrar empatía y buscar comprender la situación de los demás. Cuando la conmiseración se vuelve hacia adentro, disminuye la compasión por los demás y hace más difícil el desprendimiento. Eugene Peterson en Earth and Altar (Tierra y altar) se preguntó si nos hemos convertido en “la población más autocompasiva de toda la historia de la humanidad”.

“Sentir lástima por uno mismo se ha convertido en una forma de arte. Los quejidos y lloriqueos que las generaciones más sabias ridiculizaron a través de la sátira, entre nosotros reciben el estatus de bestseller”.

La autocompasión juega un papel en el pensamiento conspirativo actual tanto de izquierda como de derecha. Ya sea que se manifieste como autovictimización o resentimiento, el reflejo es aferrarnos a teorías extravagantes que nos impiden reconocer nuestros errores y asumir la responsabilidad de nuestras acciones. El mundo atenta contra nosotros, por lo que es justificable culpar a los demás y arremeter contra cualquier forma de falta de respeto.

La autocompasión como la otra cara de la jactancia

¿Cómo se relaciona la autocompasión con el orgullo? Es la otra cara de la jactancia. John Piper contrasta la jactancia y la autocompasión en Sed de Dios:

“La jactancia es la respuesta del orgullo al éxito.

La autocompasión es la respuesta del orgullo al sufrimiento.

La jactancia dice: ‘Merezco admiración porque he logrado mucho’.

La autocompasión dice: ‘Merezco admiración porque he sacrificado mucho’.

La jactancia es la voz del orgullo en el corazón del fuerte.

La autocompasión es la voz del orgullo en el corazón del débil.

La jactancia suena autosuficiente.

La autocompasión suena a sacrificio personal”.

Luchar contra la autocompasión requiere mirar al Jesús crucificado. Por sus heridas somos sanados

La jactancia suele ser obvia, pero la autocompasión es más sutil. Surge del ego herido. Los que se compadecen de sí mismos a menudo parecen tener problemas con una baja autoestima o con sentimientos de indignidad. En realidad, las personas que se hunden en la autocompasión son infelices porque su valía ha pasado desapercibida. “No he recibido lo que me deben. Merezco algo mejor. Nadie me trata de acuerdo a mi valor”. Jon Bloom dice:

“La autocompasión es un pecado peligroso, engañoso y que endurece el corazón. Es un debilitador espiritual, asfixia la fe, drena la esperanza, mata el gozo, sofoca el amor, alimenta la ira y roba cualquier deseo de servir a los demás. Es un pecado alimentador, animándonos a consolarnos a nosotros mismos con todo tipo de gratificación pecaminosa como el chisme, la calumnia, la glotonería, el abuso de sustancias, la pornografía y el entretenimiento compulsivo, solo para nombrar algunos”.

Autocompasión y liderazgo

Los líderes pueden ser especialmente propensos a la autocompasión. Cuando se nos critica (justa o injustamente) nuestra respuesta no es volvernos a Dios para nuestra justificación, sino quejarnos en nuestro interior al percibir cómo nuestro mérito y valor no son reconocidos y nuestra bondad no ha sido apreciada. ¡Con qué facilidad nos refugiamos en la cámara de eco de nuestro corazón y recreamos una y otra vez el mal que se nos ha hecho! Al permitirnos otros pecados, sucumbir al mal humor o al ya no sentir compasión por los demás, culpamos a los demás por nuestra falta de crecimiento espiritual.

La autocompasión alimenta otros fuegos pecaminosos, especialmente la ira, como muestran aún las fuentes seculares. Un informe de investigación (en inglés) relaciona la autocompasión con los sentimientos de soledad y enojo:

“Las personas que experimentan autocompasión suelen esperar más del entorno de lo que el entorno está dispuesto a dar. Las relaciones personales se perciben como inestables y se caracterizan por una gran exigencia por parte de la persona que experimenta autocompasión y que considera que su entorno no está dispuesto a brindar la empatía, el consuelo y el apoyo que demanda. En consecuencia, una persona que se compadece de sí misma se siente frustrada permanentemente”. 

Esta frustración es egoísta. Como el hombre inválido en el estanque de Betesda a quien Jesús le preguntó: “¿Quieres ser sano?” (Jn 5), nosotros también enumeramos las razones por las que la sanación es imposible. Las personas llenas de autocompasión puede que realmente quieran sanar, pero vacilan en tratar sus heridas porque son consolados al enfocarse en las malas acciones de los demás y estas, a su vez, les permiten autojustificarse.

  • Realmente no quieres que tu cónyuge te trate tan bien como crees que te mereces, porque entonces perderías una fuente importante de autojustificación por tus propios fracasos en el matrimonio.
  • Realmente no quieres que los críticos dejen de criticar porque entonces perderías el sentimiento de superioridad que proviene de sentirte asediado.
  • Realmente no quieres sanar las heridas del pasado porque en esas lágrimas amargas hay una dulce autojustificación.

La autocompasión dice: “Tengo razón porque me han hecho daño”, y luego procede a justificar una serie de otros comportamientos egoístas.

Mira hacia arriba 

Resistir el pecado seductor de la autocompasión no significa que debamos reprimir nuestras heridas, dejar de llorar injusticias reales o buscar la sanación de heridas reales y persistentes. Resistir la autocompasión significa, en cambio, que resistamos el impulso de caer en patrones de autojustificación. El pecado de la autocompasión nos hace encontrar validación en nuestro sufrimiento, así como el pecado de la jactancia nos hace encontrar validación en nuestro éxito.

Resistir la autocompasión significa resistir el impulso de caer en patrones de autojustificación

Resistir la autocompasión requiere clamar a Dios con humildad, como lo hizo David en el Salmo 13, exponiendo nuestras quejas sin dejar de confiar en su “misericordia”, determinando regocijarnos en su salvación y luego recordándonos a nosotros mismos con qué frecuencia nos “ha llenado de bienes“. 

La autocompasión vuelve tu mirada hacia ti y tus heridas. Luchar contra la autocompasión requiere mirar al Jesús crucificado. Por sus heridas somos sanados. Nos jactamos en la cruz que crucifica nuestro orgullo. “Porque así como los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia, así también abunda nuestro consuelo por medio de Cristo”, escribió el apóstol Pablo (2 Co 1:5). Asimismo, Pedro nos dio este mandamiento: “En la medida en que comparten los padecimientos de Cristo, regocíjense, para que también en la revelación de Su gloria se regocijen con gran alegría” (1 P 4:13).

Mira a tu alrededor

Primero debemos mirar a Cristo y luego a las personas que nos rodean. Dejemos de buscar personas que consientan nuestra actitud de autocompasión. Busquemos oportunidades para emerger del pantano de la autocompasión para poder amar y servir a nuestro prójimo con compasión. Busquemos bendecir.

Scotty Smith (en inglés) entiende que la generosidad del evangelio es el mejor antídoto para la autocompasión. La única forma de luchar contra la “toxicidad y el veneno de la autocompasión que encoge el alma y que descompone el corazón” es mirando hacia afuera. En lugar de vendar tus heridas guardando rencor debido a tu orgullo herido, debes humillarte para mirar las necesidades de los demás y responder con un servicio gozoso.

Por el bien de la iglesia y del mundo, ya no nos dejemos seducir por este pecado astuto y seductor que nos roba nuestro gozo. Abandona la fiesta de autocompasión que has organizado para ti mismo y únete a la fiesta del evangelio que Dios te llama a organizar para los demás.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

UNGES MI CABEZA CON ACEITE...

El poder del ayuno

PARECIDOS, PERO NO IGUALES