Certezas que conducen a un ministerio duradero
John MacArthur
Coalición por el Evangelio
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Este es un fragmento adaptado del libro Firmes: Claves para la permanencia en la fe (Portavoz, 2020), editado por John Piper y Justin Taylor.
Cuando todavía era un jovencito, mi padre me recordó las palabras del apóstol Pablo: “Por tanto, tomen toda la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes” (Ef 6:13). Después dijo algo que nunca olvidaré: “Muchas personas han dicho y hecho muchas cosas, pero cuando el humo se disipa, no todas permanecen en pie”. Y me señaló en aquellos tempranos años hacia el epitafio de Pablo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti 4:7).
Mi padre me retó en esa temprana época de mi vida a hacer de esto mi objetivo.
Agradecer el pasado y el futuro
Mi padre se fue al cielo en el 2005 a los noventa y un años y todavía a esa edad seguía enseñando la Biblia cada domingo. Su padre, mi abuelo, murió mucho más joven de cáncer; mi padre recordaba claramente haber estado sentado a su lado en la cama. Creo que tendría unos nueve o diez años entonces, cuando mi padre le dijo:
—Papá, ¿quieres algo?
—Quiero predicar un sermón más —contestó él.
Él había preparado un sermón y no lo había predicado, pero sentía, como el profeta Jeremías, que había en su corazón un fuego ardiente metido en sus huesos; trató de sufrirlo, y no pudo (ver Jer 20:9). Ante esto, mi padre tomó las notas de mi abuelo, las imprimió y las repartió en el funeral. El título de aquel sermón era “Archivos celestiales”. Así mi abuelo predicó sobre el cielo desde el cielo.
No puedo agradecer lo suficiente a Dios por el legado de esos hombres que fueron fieles hasta el final. Y por otro lado, todavía agradezco más que mis cuatro hijos conozcan y amen a nuestro Señor y eduquen a sus hijos en su sustento y exhortación.
Solo me he comprometido a hacer una cosa: centrar toda mi vida en principios bíblicos, sana doctrina y verdad divina
Recientemente, un domingo por la noche, bauticé a dos de mis nietos. Estaba en el agua escuchando los preciosos testimonios de Ty y Olivia, primos entre sí y ambos nietos míos. Sus padres y yo apenas podíamos contener nuestra gratitud hacia Dios por su gracia en nuestras vidas y por la bendición que la Grace Community Church ha sido para nosotros. No hay nada parecido al grandioso, incansable, amplio y unificado esfuerzo que toda una congregación piadosa que enseña la verdad sobre las Escrituras puede aportar a los jóvenes. Me llena de alegría esta iglesia en la que he tenido el privilegio de ser pastor todos estos años, y especialmente me gozo al ver a mi familia crecer en ella y estar anclados espiritualmente allí.
Querer irse y empezar en cualquier otra parte
Muchos pastores se trasladan de una iglesia a otra y sirven en numerosas iglesias a lo largo de su vida. A veces las dificultades del ministerio casi me han hecho desear hacer lo mismo. Nunca olvidaré hace muchos años el día que iba de camino a una reunión de personal en la que me esperaban cinco jóvenes a los que había discipulado personalmente. Me preocupé por esos hombres, reuniéndome con ellos muy temprano por la mañana durante la semana para tratar temas espirituales, orar por ellos y formarlos como pastores para que trabajaran conmigo. Al entrar no pude evitar decir:
—Quiero decirles lo mucho que los quiero.
Uno de ellos respondió:
—Será mejor que deje de creer que somos sus amigos.
Después intentaron reunir apoyos de entre el resto del personal y de los ancianos para destituirme como pastor y expulsarme del púlpito. No lo consiguieron, pero el triste resultado fue que cuatro de ellos abandonaron el ministerio para siempre. Fue casi más de lo que podía soportar. Me hubiera ido si hubiera habido cualquier otro sitio a donde ir. Eso ocurrió en mi octavo año en el púlpito de Grace.
En un período de unos dieciocho años, doscientas cincuenta personas abandonaron la iglesia. Decían que mi predicación era demasiado larga, demasiado irrelevante, demasiado aburrida y muchas otras cosas. Algunos eran ancianos de la iglesia, y eso hizo que me sintiera tentado a cuestionarlo todo. Una vez más me hubiera ido, pero nadie me enviaba invitaciones. Sin embargo, todo sucedió por la gracia de Dios.
Lo mejor viene ahora porque…
Agradezco todo lo que he pasado, porque este es el mejor momento, el más maravilloso, satisfactorio y gratificante de toda mi vida. Doy gracias a Dios por todos los días que me ha permitido pastorear en la Grace Church. Muchos me preguntan cómo he podido tener un ministerio tan largo y duradero. Desde la perspectiva de Dios, su divina y soberana providencia ha obrado de mil maneras (conocidas o desconocidas para mí) para que yo esté donde estoy.
Como las circunstancias de la vida cambian continuamente, el fundamento sólido sobre el que debemos edificar es la Palabra de Dios
Pero ¿y desde mi punto de vista? Te diré inmediatamente que no voy a presentar ninguna idea sabia, ni enfoques novedosos o ideas imaginativas que haya podido desarrollar. No tengo ninguna técnica innovadora que recomendarte. No he inventado ninguna estrategia inteligente. No confío en los esquemas y las estrategias del hombre, sobre todo en lo que se refiere a realizar la obra de Dios, así que ofrecerte un programa de ese tipo está totalmente lejos de mi pensamiento.
Solo me he comprometido a hacer una cosa: centrar toda mi vida en principios bíblicos, sana doctrina y verdad divina. Como las circunstancias de la vida cambian continuamente, y las arenas de las modas humanas son movedizas, el fundamento sólido sobre el que debemos edificar es la Palabra de Dios. Desde aquella época con mi padre, he buscado ser como el hombre del Evangelio de Lucas al que Jesús le dijo que construyera su casa cavando hondo y poniendo los fundamentos sobre una roca (Lc 6:48). Sin embargo, eso no sucede solo porque tú quieras. No basta con hablar de ello para que se produzca, contrario a lo que algunos creen. Como dijo Jesús, no se trata solo de acercarse a Él y escuchar sus palabras, sino de actuar de acuerdo a ellas (Lc 6:47). Esto hace que una persona sea como el sabio constructor del que Él habla. La bendición no procede de saber sino de hacer, como Jesús le dijo a sus discípulos en el aposento alto:
“Si saben esto, serán felices si lo practican” (Juan 13:17).
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