Sal de la tumba!
Luis Caccia Guerra
La Roca Ministerios
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Hay contingencias que nos llegan sin permiso, abordan nuestras vidas abruptamente, sin ser esperadas ni mucho menos invitadas. Pero hay otras que llegan como consecuencia de decisiones mal tomadas, de hábitos de vida incorrectos, de esas pequeñas “licencias” que muchas veces nos vamos tomando, creyendo ingenuamente que las consecuencias jamás nos van a alcanzar.
Vamos pecando “de a poquito”. Como vemos que no pasa nada, nos animamos a otro poquito más. Mientras nos parece que hay retorno, que podremos salir con facilidad, pecamos y salimos. Así vamos adquiriendo una falsa sensación de control. Pero llega un momento en que estamos tan adentro, que ya no hay control, ya no hay retorno.
Es el macabro juego de la mosca y la araña. La mosca revolotea alrededor de la telaraña pasando cada vez más cerca de la trampa de sus finos hilos. La araña, en tanto, aguarda quieta y silenciosamente a cierta distancia. Como no pasa nada, la mosca se va acercando peligrosamente cada vez más. En algún momento toca uno de los pegajosos filamentos y por un instante se engancha, pero alcanza a despegarse y se aleja. Qué susto! Pero zafó! Eso le da una falsa sensación de seguridad, de control. Y vuelve. Vuelve una y otra vez animándose cada vez a un poquito más. Hasta que en algún momento se enreda de tal manera, que con cada intento desesperado por salirse no consigue otra cosa que quedar atrapada en la tela. Ahora a la araña no le resta más que acercarse con el veneno de la muerte.
Así somos. Acercándonos cada vez más al pecado sin percibir su peligrosidad ni mucho menos avisorar las consecuencias. Cuando el tiempo de la cosecha llega, la culpa, el dolor, la vergüenza, la amargura, la tristeza, el duelo de la pérdida, hacen estragos en nuestras vidas. Pero como si todo esto no fuese suficiente, el Acusador nos recuerda una y otra vez que “no tienes remedio”, que “Dios ya no quiere saber más nada contigo”, y que “YA NO HAY MÁS PERDÓN PARA TI”.
En la Biblia hallamos a María llorando ante el sepulcro de Jesús (Juan 20:11 y 12); a Marta, llorando ante la tumba de su hermano Lázaro (Juan 11:33), y a Sara, la esposa de Abraham ¡riéndose! de un anuncio de vida… a pesar de sus años (Génesis 18:12). No importa si muerte o vida, unas lloraban, otra reía; pero todas, con un denominador común. Lo que les había sucedido no era consecuencia de pecados o malas decisiones, pero las tres mujeres habían enterrado en una tumba lo que más amaban. Una a su hijo, la otra a su hermano; la tercera, ya avanzada en años, sus más caros sueños de madre.
No obstante el tiempo transcurrido, hoy las cosas no son muy diferentes. No importa lo que haya pasado, QUÉ TAN CULPABLE SEAS O TE SIENTAS. Lo cierto es que hoy lloras en la tumba de tus sueños rotos, y tu vida está deshecha. Jesús se conmueve y no desprecia un corazón contrito y humillado. Ahora, recibe ese perdón que emana de la cruz de Jesús. En el naufragio de tu vida, aférrate al madero de Su Gracia. La piedra ya ha sido removida, abre tus ojos y sal de la tumba.
Entonces él se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena? Nadie, Señor. Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar.
(Juan 8:10-11 NVI)
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