El sábado paso a visitarte

William Brayanes
Haz de Sabiduría
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Dice un viejo relato que una mujer encontró en el buzón de su correo una carta sin sello dirigida a ella, que únicamente decía: "Querida Ruth, el sábado en la tarde pasaré a visitarte. Atte. Con amor, Jesús”.

Ruth empezó a preguntarse con temor: "¿Por qué querrá  visitarme el Señor?... No soy nadie en especial; no tengo qué ofrecerle! …En todo caso iré al mercado a conseguir algo para la cena".

Así lo hizo:  con lo poco que tenía, compró alimentos.

Al regresar se encontró en el portal de su casa con una pareja de pordioseros que clamaban su ayuda, manifestando ser forasteros; sin trabajo; sin sitio donde vivir y con hambre.  

Mientras los observaba, Ruth consideraba el poder ayudarlos, pero a su vez dudaba, ya que lo único que tenía eran los alimentos que acababa de comprar, para compartirlos el sábado con su huésped: Jesús.

Estaba en esa lucha interna, hasta que no pudo más, y le dijo a la pareja:

“Está bien. Llévense estos alimentos. Eran para un invitado especial, pero ya se me ocurrirá algo”.  De igual forma, les entregó el abrigo que llevaba puesto. La pareja agradeció y se marchó.

Ruth estaba satisfecha de su buena obra, pero le inquietaba el haberse quedado sin lo reservado para su invitado especial.  

En eso, mientras buscaba las llaves para entrar,  notó que había una nueva carta en el buzón. "Qué raro -se dijo- el cartero nunca viene dos veces en un mismo día".

Tomó la carta, la abrió y leyó. Decía:  "Querida Ruth… ¡Qué bueno fue volverte a ver!... Gracias por los alimentos, y también por el hermoso abrigo. Con amor: Jesús”.

Querid@ vistante:

Necesitamos mantener abiertos nuestros ojos y oídos espirituales, no sea cosa que por estar  tan ensimismados en el estricto cumplimiento de ritos religiosos, no nos percatemos que Aquél que adoramos: Jesús, está cerca,  susurrándonos, hablándonos, manifestándose a nosotros a través de quien menos pensamos.  Quizá Jesús en ese momento esté encubierto en el  pordiosero que nos extiende la mano en cualquier esquina; o en el paciente que desfallece por conseguir una cama de  hospital; o quizá esté en el encarcelado sin culpa, ni defensa; en la mujer repudiada, en el enfermo de Sida. O quien sabe esté en el inmigrante que acorralado por xenofobia, hambre y racismo, ya no sabe en quien confiar, mientras pernocta bajo algún puente. En fin…

No sería coherente estar recogidos a la devoción, pero indiferentes a la buena acción para con nuestro prójimo.


Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron nada de comer;
tuve sed, y no me dieron nada de beber;
fui forastero, y no me dieron alojamiento;
necesité ropa, y no me vistieron;
estuve enfermo y en la cárcel, y no me atendieron”.
(Mateo 25: 42-43)

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