Cómo luce una vida centrada en Cristo?

John MacArthur
Coalición por el Evangelio
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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro La verdad sobre el señorío de Cristo (Grupo Nelson, 2012), por John MacArthur.

Los cristianos ya no estamos dominados por una mente ególatra; aprendemos de Cristo. Él piensa por nosotros, obra por medio de nosotros, ama por medio de nosotros, siente por medio de nosotros y sirve por medio de nosotros. La vida que tenemos no es nuestra, sino que es Cristo viviendo en nosotros (Gá 2:20). En Filipenses 2:5 se nos ordena: “Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús”.

Un inconverso anda en la vanidad de su mente, pero una persona salva anda según la mente de Cristo. Dios tiene un plan para el universo y mientras Cristo esté obrando en nosotros, Él está realizando una parte de ese plan por medio de nosotros. Pablo destacó que Jesucristo “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Ef 3:20).

Para nosotros, cada día debería ser una aventura fantástica porque estamos participando activamente del plan de Dios para los siglos.

La vida centrada en Cristo posee una nueva mente

“Si en verdad lo oyeron y han sido enseñados en Él, conforme a la verdad que hay en Jesús, que en cuanto a la anterior manera de vivir, ustedes se despojen del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos, y que sean renovados en el espíritu de su mente” (Efesios 5:21-23, énfasis añadido).

Cuando llegas a ser cristiano, Dios te da una nueva mente que debes llenar de nuevos pensamientos. Un bebé nace con una mente nueva y fresca, y a partir de ahí se van haciendo impresiones en su mente que determinan el curso de su vida. Lo mismo ocurre con un cristiano. Cuando entras en el reino de Dios, recibes una mente nueva y fresca.

Cuando te entregaste a Cristo, reconociste que eras pecador y decidiste abandonar tu pecado y las cosas malvadas de este mundo

A partir de entonces tienes que empezar a formar los buenos pensamientos en tu nueva mente. Por esta razón, Filipenses 4:8 afirma: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten”. Tenemos una mente nueva, no una mente reprobada. En vez de tener una mente reprobada, vil, lasciva, avara, sucia, tenemos una mente llena de justicia y santidad. Y esto debe caracterizar de manera natural nuestro modo de vivir.

La vida centrada en Cristo asume una nueva actitud

“y se vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24).

Cuando te entregaste a Cristo, reconociste que eras pecador y decidiste abandonar tu pecado y las cosas malvadas de este mundo. Sin embargo, el diablo hará que el mundo y su pecado fulguren ante ti para tentarte a que regreses a él. Pablo nos advierte que no volvamos al mundo, sino que más bien nos vistamos de la justicia y la santidad de la verdad.

Que un cristiano se vista de la justicia y la santidad de la verdad no es algo que se hace una sola vez, sino algo que se hace cada día

Esto no es algo que se hace una sola vez, sino algo que se hace cada día. Una manera de hacerlo se describe en 2 Timoteo 3:16, donde se declara: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia”. Si quieres vivir rectamente, lee la Palabra de Dios. Ella te ayudará a enfrentarte a los rezagos del mundo que aún están presentes en tu vida.

La vida centrada en Cristo se aferra a la verdad

“Por tanto, dejando a un lado la falsedad, hablen verdad cada cual con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros” (Efesios 4:25).

Un cristiano nunca debe mentir. La mentira más común es decir algo que no es cierto. Pero hay otros tipos de mentiras como la exageración. Una vez escuché la historia de un cristiano que daba un testimonio convincente, pero un día dejó de darlo. Cuando se le preguntó por qué, dijo que a través de los años había “embellecido” tanto su testimonio que había llegado a olvidar lo que era cierto y lo que había inventado.

Cometer fraude en la escuela, en los negocios, en el trabajo y en la declaración de impuestos es una manera de mentir. También lo es el traicionar la confianza, la adulación, el presentar excusas y el quedarse callado cuando debe decirse la verdad. En la vida cristiana no hay lugar para la mentira. Debemos decir siempre la verdad.

¿Por qué es tan importante vivir la verdad de Cristo?

Porque somos miembros de un mismo cuerpo. Cuando no decimos la verdad entre nosotros, dañamos nuestra comunión. Por ejemplo, ¿qué sucedería si el cerebro le dijera que lo frío es caliente y lo caliente es frío? Cuando se bañara, moriría congelado o se cocería en agua hirviendo. Si su ojo decidiera enviar falsas señales a su cerebro, una peligrosa curva de la carretera pudiera parecer una recta y se accidentara. Dependemos de la sinceridad del sistema nervioso y de cada órgano del cuerpo.

En la vida cristiana no hay lugar para la mentira, debemos decir siempre la verdad. No podemos ocultar la verdad y esperar que la iglesia funcione de forma debida

El cuerpo de Cristo no puede funcionar con menos exactitud. No podemos ocultar la verdad a los demás y esperar que la iglesia funcione de forma debida. ¿Cómo podemos servirnos los unos a los otros, llevar las cargas los unos de los otros, cuidarnos mutuamente, amarnos, edificarnos, enseñarnos y orar los unos por los otros si no sabemos lo que está ocurriendo en la vida de los demás? De modo que debes ser sincero, “siguiendo la verdad en amor” (Ef 4:15).

Jesús nos ha permitido recibir su amor porque Él murió por nuestro pecado de aborrecer a Dios. Ahora Él nos capacita para amar a Dios porque es mediante Él que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro 5:5). En su primera carta, Juan nos confirma esta maravillosa verdad: “Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero” (1 Jn 4:19).


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