Por qué no todo cristiano es un misionero?

Craig McClure
Coalición por el Evangelio
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Charles Spurgeon dijo una vez  que “todo cristiano es o un misionero o un impostor”. Esta frase ha sido utilizada por muchos para promover la participación en las misiones. La afirmación de Spurgeon resume la creencia popular de que todos los cristianos son misioneros. Sin embargo, me atrevo a decir, en oposición al Príncipe de los Predicadores, que no estoy de acuerdo. No creo que todo cristiano sea misionero.

Sí, Dios ha encomendado a todo creyente el ministerio y el mensaje de reconciliación, de proclamar sus excelencias a las naciones, pero este mandato general no hace a alguien automáticamente un misionero (2 Co 5:17-21; 1 P 2:9). Para muchos, esta conversación es simplemente semántica y no importa para la iglesia o para nuestra obediencia a la gran comisión. Pero estoy convencido de que estar claros en cuanto quien es y quien no es un misionero es vital si esperamos mantener la integridad de las misiones globales.

¿Qué es un misionero?

Es importante la forma en la que definimos a un misionero, pues nuestro entendimiento del lenguaje misional moldea nuestra teología y praxis. Etiquetar ampliamente a cada cristiano como un misionero es apartarnos de la comprensión histórica del término. La raíz de la palabra “misionero” es missio, derivado del latín mitto, que significa “enviar”. El equivalente en griego es “apostello”.

Para evitar confusiones hay que entender que el oficio de apóstol está reservado a los 12 discípulos originales y a Pablo. Pero una aplicación más amplia del verbo apostello describe a un embajador o mensajero que es enviado con un mensaje (Hch 14:14; Fil 2:25; 2 Co 8:23). Por tanto, un misionero es “aquel que es enviado”.

Todos hemos de vivir como luz y sal, pero los misioneros son enviados con una labor pionera particular

Tradicionalmente, el término ha sido reservado para quienes han sido llamados y enviados a cruzar fronteras geográficas, culturales y/o lingüísticas para predicar el evangelio, hacer discípulos y multiplicar iglesias en lugares donde Cristo no es conocido por la mayoría o en lo absoluto (Hch 22:21; Ro 10:13-15; 15:20).

Nuestros hermanos que abogan por llamar a cada cristiano un misionero sostienen que si todos los creyentes somos enviados por Jesús, entonces todos somos misioneros (Jn 20:21). Sin embargo, si esto es así, ¿entonces qué término usaremos para identificar a los cristianos transculturales enviados a tierras extranjeras? ¿Qué lenguaje nos queda para describir el ministerio específico dado a Pablo y Bernabé en Hechos 13:1-4? Al aplicar el término “misionero” a todo cristiano, minimizamos y subestimamos el trabajo de misioneros que laboran por la causa de Dios en las naciones (Ro 1:5). Debemos afirmar que todos hemos de vivir como luz y sal, pero los misioneros son enviados con una labor pionera particular (Mt 5:13-16; Hch 22:21).

Por ejemplo, así como todos los creyentes son llamados por Cristo a evangelizar, no todos son evangelistas dotados (2 Co 5:20; Ef 4:11). Aunque todo cristiano está llamado a hacer discípulos, no todos son maestros (Mt 28:19-20; 1 Co 12:28). Todos están llamados a servir, pero no todos tienen don de servicio (1 P 4:10-11). Por lo que, aunque todo creyente está llamado a vivir en misión, no todos son enviados como misioneros (Hch 13:2-3).

¿Cuál es la labor del misionero?

Así como ser cristiano no te convierte en un misionero automáticamente, ser un cristiano que vive en el extranjero tampoco te hace necesariamente un misionero. Ser un misionero implica mucho más que vivir de forma transcultural y cruzar fronteras geográficas y lingüísticas. Cuando los misioneros Pablo y Bernabé fueron apartados, ellos fueron encomendados con una labor particular. La labor no es detallada exhaustivamente en las Escrituras, pero el estudio de los viajes misioneros que realizaron sí revela el paradigma de las misiones del Nuevo Testamento.

Los misioneros del primer siglo modelaron reiteradamente una variación del siguiente patrón: entrar en áreas no alcanzadas, predicar el evangelio, discipular nuevos creyentes, plantar iglesias, formar líderes locales y encomendar el ministerio al liderazgo local previo a continuar a áreas nuevas. Contrario a la práctica general en las misiones modernas, el evangelismo nunca fue la totalidad de la labor, sino el comienzo. El libro de Hechos deja claro que la estrategia misionera era evangelizar y después discipular a los nuevos creyentes, quienes eran finalmente integrados a nuevas comunidades de fe.

El precedente bíblico para sustentar estos argumentos se encuentra más explícitamente en el ejemplo de Pablo. Al escribir desde Corinto luego de concluir su tercer viaje misionero, Pablo declaró, “pero ahora, no quedando ya más lugares para mí en estas regiones…” (Ro 15:23). ¡Pablo declara que desde Jerusalén a Ilírico el trabajo del misionero ha terminado! Esto no quiere decir que cada individuo en dicha área expansiva haya sido evangelizado. Más bien, significa que Pablo el misionero podía continuar como pionero en nuevas fronteras habiendo equipado a las iglesias locales a continuar el trabajo de evangelismo y discipulado (2 Ti 4:5).

Si cada seguidor de Cristo es un misionero donde reside actualmente, entonces perdemos la urgencia de ir a donde millones de personas fallecen sin acceso al evangelio

Claramente, el objetivo misionero no es simplemente evangelizar al mayor número de personas posible en un contexto singular, sino alcanzar a todos los grupos étnicos de la tierra (Ap 5:9). La manera más efectiva de lograr esto es plantando iglesias locales que abracen su responsabilidad de continuar la labor iniciada por el misionero. Por lo tanto, debemos al menos considerar la posibilidad de que alejarnos de este patrón es alejarnos del ejemplo bíblico de un misionero.

Con respecto a esto último, quisiera aclarar que mi intención no es menospreciar los ministerios integrales y de misericordia que muchas agencias misioneras facilitan. ¡Demos gracias a Dios por ellos! Cristo logra su misión a través de misioneros empoderados por el Espíritu que laboran tanto en palabras como en hechos (Ro 15:18-19). Los misioneros dedicados a las misiones médicas, cuidado de huérfanos y el trabajo en contra del tráfico de humanos pueden abrir puertas efectivamente para el avance del evangelio.

Esto tiene consecuencias

Las consecuencias involuntarias de identificar a cada cristiano como un misionero pueden ser devastadoras. A pesar de que el concepto se origina del deseo de involucrar a todos los creyentes en las misiones, el resultado es la marginalización de las misiones históricas.

Si cada seguidor de Cristo es un misionero donde reside actualmente, entonces perdemos la urgencia de ir a donde billones de personas fallecen sin acceso al evangelio. El papel vital del misionero en la misión global de Dios mengua. Se vuelve muy fácil renunciar a la responsabilidad personal en la intención “panta ta ethne” (todas las naciones) de la gran comisión (Mt 28:19; Ap 15:4). En otras palabras, cuando todo es misiones y todos los creyentes son misioneros, hay poca motivación para cambiar la comodidad y la seguridad de casa por los desafíos y sufrimientos del campo extranjero.

Por causa de las misiones y de los grupos no alcanzados, propongo que dejemos de llamar a todo el mundo un “misionero”. Distingamos entre la responsabilidad general dada a todo creyente de evangelizar y hacer discípulos, y la labor única dada por Dios de enviar a algunos para el avance del evangelio en cada tribu, lengua y nación. Lo primero te hace un miembro obediente y fiel de la iglesia. Lo último te hace un misionero.

Por lo tanto, oremos que el Señor envíe obreros a su cosecha (Mt 9:37-38), demos gracias por los misioneros que Él levanta, y pidamos a Dios la disposición para decir “Heme aquí, envíame a mí” si somos llamados a las misiones.



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