Los planes de Dios

Luis Caccia Guerra
Staff

Por ahí leí un calco en un auto que decía: “Siempre tengo un plan B”. En realidad se trataba más bien de lo que quedaba de ese automóvil. Parado a una orilla de la calle y totalmente destruido por lo que aparentemente había sido un incendio. Por lo visto, el “plan B” no había servido de mucho.

En Hechos cap. 27, encontramos una embarcación en problemas; a Pablo, un hombre de Dios entre otras muchas personas a bordo; y ningún “plan B” ante la contingencia inminente. Soplando una brisa del sur, les pareció que tenían lo que querían y se lanzaron al mar, pero la bonanza les duró poco. Pronto el barco se encontró en medio una terrible tempestad y a la deriva, para finalmente encallar cerca de una playa. Dice la Escritura que el centurión daba más crédito al piloto y al patrón de la nave que a las advertencias de Pablo (Hechos 27:11). Cumplía con su trabajo, pero evidentemente el criterio de los responsables del destino de la embarcación no era muy digno de fiar.

Hay al menos, dos cosas importantes que podemos discernir en este episodio, y son aplicables a todos los ámbitos de nuestras vidas:

En primer lugar, que los planes de Dios trascienden deseos, peticiones, inclusive urgencias humanas. Pudieron haberle rogado a Dios que amainase la tormenta. Pero la nave terminó inexorablemente varada en aguas poco profundas en las  cercanías de una playa. No obstante, tripulantes y pasajeros pudieron salvar milagrosamente sus vidas.

Después de una prolongada y durísima prueba, pero con un final feliz, una vez le escuché decir a alguien a modo de cierre de testimonio: “oren mucho, que se puede…”. Evidentemente no había entendido nada. “Se puede”… ¿QUÉ? “Se puede” orar mucho, pero no siempre “se puede” salir a flote con lo que es dable esperar dentro de la lógica o la perspectiva humana; lo que se quiere, lo que se desea, o inclusive lo que se cree que SE NECESITA. A veces Dios tiene OTROS PLANES, y aunque tengas un millón de orantes haciendo cadenas de oración, Dios no los va a cambiar. Y es muy simple: ES DIOS. Dios distribuye sus bendiciones de acuerdo a SU macro-plan que transciende con mucho los antojadizos deseos y peticiones de cada uno de nosotros. Podemos pedirle a Dios muchas cosas. Pero unas cuantas no se van a cumplir. Imagínate si el médico le pide “mucho trabajo” a Dios y Él se lo da. Eso significaría que habría mucha gente enferma, y como habremos podido observar en los últimos tiempos, eso no es para nada, bueno. Por lo tanto, los planes de Dios, insistimos, trascienden nuestra precaria visión de las cosas.

Y la otra, es que un creyente jamás es un ente neutro donde se encuentre. Esto es así aunque ni siquiera se dé a conocer como creyente. Si hace las cosas mal, o no las hace; él y todos los que se encuentren en el mismo barco con él, aunque no tengan nada que ver con él, tendrán que afrontar consecuencias. Eso es lo que pasó con Jonás en otro barco en problemas (Jonás cap.1).

En la historia que hoy nos ocupa, encontramos una embarcación en dificultades y otro creyente a bordo de ella. Pablo, ni nadie en la nave junto con él moriría ese día, porque en los planes de Dios todavía no había llegado su hora. Pablo y todos los que con él estaban salieron bendecidos en medio de la adversidad, porque el creyente que se encontraba en el barco junto con ellos estaba en el centro de la Voluntad de Dios, cumpliendo con Sus Planes, haciendo lo que tenía que hacer.

 

Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; Enséñame tus sendas.
Encamíname en tu verdad, y enséñame, Porque tú eres el Dios de mi salvación;
En ti he esperado todo el día.
(Salmos 25:4-5 RV 1960)


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