El valle de los huesos
Luis Caccia Guerra
En el cap. 37 del libro de Ezequiel encontramos al profeta en una visión de un campo de huesos secos. De repente cada uno de estos huesos comienza a unirse con sus pares, Dios hace crecer nervios, carne y finalmente sopla aliento de vida en ellos. Forma todo un ejército a partir de huesos secos y sin vida esparcidos por el campo.
Más allá de los simbolismos e interpretaciones del pasaje, el formidable poder de Dios para convertir un campo de huesos secos y sin posibilidad alguna de vida, en todo un ejército viviente. Su Soberana Palabra pronuncia: “HÁGASE” y tan simple como decirlo, resulta hacerlo.
Los seres humanos somos expertos –algunos más que otros, por cierto– en hacer de nuestras vidas, campos de huesos secos. Y como creyentes tenemos más responsabilidad en esto aún, delante de Dios. Las buenas y a veces, ÚNICAS oportunidades que pasaron delante nuestro y no tuvimos la visión para ver, ni valorar, aprovechar, ni mucho menos agradecer; las malas decisiones o las decisiones NO TOMADAS, toda vez que la indecisión es la peor de las decisiones; y hasta las veces que hablamos de más y luego nos hundimos en un mar de lamentos “cómo no me mordí la lengua antes de haberlo dicho”… en fin, tantas circunstancias en la vida que marcan un “antes” y un “después”; una bisagra, un punto de inflexión donde antes había un oasis y ahora es un desierto... Es increíble ver cómo donde ayer fluía agua de vida, hoy es un valle de huesos secos donde la tristeza y el pesimismo pisotearon ilusiones, derrumbaron sueños; ganaron terreno sobre la fe y la esperanza.
Tal vez hoy tu vida es un campo de huesos secos donde hay más dudas que certezas, más sombras que luces.
“Señor, tú lo sabes” responde reverentemente Ezequiel cuando Dios le pregunta si los huesos han de revivir. El profeta no tenía opciones. Tal vez tú tampoco las tienes. Cuando las opciones se agotan; cuando se llegó al final del callejón sin salida, cuando se tocó fondo y ya no se puede seguir bajando… “Señor, tú lo sabes” tal vez ha llegado el momento de decir.
Abandonar tu vida en las dulces manos de Jesús.
Encomienda al SEÑOR tu camino; confía en él, y él hará. (RVA-2015)
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