El dilema de las OBRAS y la FE
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Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?
(Santiago 2:18-20 RV 1960)
¿Sólo obras? ¿Sólo fe? ¿O un poco de cada cosa? pero… si es así ¿En qué orden, en qué proporción? ¿Cuál es el papel de cada una?
En la gran mayoría de los países del mundo, si encuentras un bebé abandonado en la vía pública, no puedes llevártelo a tu casa, adoptarlo por tu cuenta y así darle una familia que cuide amorosamente de él. Una buena obra, la mejor de las intenciones, claro está; pero para el sistema legal eso es SECUESTRO. Un ejemplo de BUENA OBRA sin duda alguna, pero mérito e intención no bastan. Sigues estando en INFRACCIÓN.
Este mismo principio subyace en la doctrina de los méritos humanos para pretender ser acreedor del favor de Dios. En la parábola de Lucas 18:10 al 14 hallamos dos hombres. Uno daba gracias por ser mejor que los demás, se exaltaba a sí mismo y no le pedía nada a Dios porque evidentemente estaba convencido de que sus méritos eran suficientes y que no necesitaba nada de Él. El otro, en cambio, se sentía tan miserable que no se atrevía a levantar los ojos al cielo, se golpeaba el pecho avergonzado y clamaba: “Dios, sé propicio a mí pecador”. Éste último resultó justificado, el otro no.
¿Qué hizo la diferencia, entonces?
El RECONOCIMIENTO de la condición de pecador delante de Dios y de que nada hubo que pudiera hacer para revertirlo, para “ganarse” el favor de Dios; mas que acudir al propio Dios para suplicarle fuese propicio a él en su miserable condición.
Y tras ese reconocimiento, viene la OBEDIENCIA que es el resultado de la FE. Si AMAS a Dios y le CREES, OBEDECES lo que Él dice. Entonces, como resultado de la obediencia aparecen las OBRAS. Esas obras que Dios ya tiene listas, preparadas de antemano para tí, para que tú andes en ellas.
Entonces, ya no es ganarse el cielo porque lo merecemos, por lo bien que nos portamos, porque hicimos méritos suficientes. Ya no es la demanda en el papel de ACREEDORES, sino la actitud de un corazón contrito y humillado, que recibe algo muy grande como es el PERDÓN, a sabiendas de que no lo merece, que no hizo nada para ganárselo; pero que no obstante ello, se aferra al madero de la Gracia y lo recibe con gratitud y humildad. Tal como hoy podemos ir a Jesús, el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2).
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
(Efesios 2: 8-10 RV 1960)
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