Las buenas obras del creyente: Una realidad radiante

OSCAR AROCHA
Coalición por el Evangelio
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Cuando leemos la Biblia, podemos notar de inmediato que la fe y las buenas obras están estrechamente unidas. La fe y la benevolencia están tan ligadas que en el día del juicio final nuestro Señor usa una sinécdoque para referirse a la fe genuina: «Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer» (Mt 25:35). En aquel discurso sobre el juicio, Jesús resume la fe verdadera a través de unos actos de compasión, haciendo evidente la importancia de las buenas obras (vv. 35-40).

La importancia de las buenas obras

La fe verdadera que produce buenos frutos es el gozo y deleite de la salvación. Esta es una proposición bíblica tan evidente que no requiere profundidad de juicio para verla y comprenderla. Es una realidad radiante cuando todo cristiano pone en práctica su fe; es decir, cuando ama a su prójimo. El brillo de estas buenas obras es tan refulgente que nuestro Salvador elogia, delante de todas las naciones, a quienes las practican: «Vengan, benditos de Mi Padre» (v. 34).

Las buenas obras son el gran objetivo de la vida cristiana, son el fin para el cual nacimos de nuevo. Así lo revela el apóstol Pablo: «Somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras» (Ef 2:10). Ser cristiano no solo se trata de hablar el bien, sino de hacer el bien en medio de la generación en que nos ha tocado vivir. El propósito del Señor para Su pueblo puede ser resumido de la siguiente manera: nacimos para hacer buenas obras. Dios mismo lo afirma en Su Palabra: «A todo el que es llamado por Mi nombre / Y a quien he creado para Mi gloria» (Is 43:7).

El obstáculo de la iniquidad

Queda claro que nuestra manera de glorificar al Señor es haciendo buenas obras. Pero ¿por qué a veces nos cuesta practicarlas? ¿Cuál es el obstáculo que solemos enfrentar para cumplir este gran propósito de Dios?

Ser cristiano no solo se trata de hablar el bien, sino de hacer el bien en medio de la generación en que nos ha tocado vivir

Las circunstancias en las que nos ha tocado vivir son peligrosas para nuestra fe y, por lo tanto, se han convertido en un obstáculo para las buenas obras. Jesús mismo revela que «debido al aumento de la iniquidad, el amor de muchos se enfriará» (Mt 24:12). El Señor anticipa que la iniquidad iría en aumento a tal punto que su efecto contagioso debilitaría el amor de muchos, produciendo insensibilidad social.

La triste realidad de esta profecía es que la obra del maligno incrementará poco a poco. Ante este panorama adverso, las buenas obras de los cristianos irán disminuyendo progresivamente. A mi entender, este es el gran impedimento que enfrentamos los cristianos.

Estas palabras son atemorizantes, nos hacen temblar: «El amor de muchos se enfriará». Habrá tanta maldad en la tierra que el amor de los creyentes por Cristo será debilitado. Es como si se nos dijera que la iniquidad se pondrá tan de moda que aún los hijos de Dios serán inclinados a ella.

La esencia del amor es beneficiar a mi prójimo en las mejores cosas, así como Dios me dio la vida eterna a través de la muerte de Su Hijo

¿Cómo la iniquidad del mundo puede afectar al cristiano que quiere hacer buenas obras? Debemos recordar que la fe obra por amor (Gá 5:6) y el amor cristiano tiene dos objetos: Dios y el prójimo. La esencia del amor es beneficiar a mi prójimo en las mejores cosas, así como Dios me dio la vida eterna a través de la muerte de Su Hijo. La vida cristiana consiste en adoración y benevolencia. Pero la iniquidad de este mundo puede enfriar el amor cristiano y si se enfría el amor, las buenas obras se apagan.

Considero que el materialismo excesivo y la espiritualidad superficial de nuestro tiempo confirman la profecía. Vivimos en una época en la que abunda la inmoralidad y, como consecuencia, se debilita la fe de los cristianos, se enfría el amor y escasean las buenas obras. No obstante, hay y siempre habrá un grupo no pequeño de santos que guardarán la fe y la buena conciencia hasta el final (cp. Mt 24:13). A pesar de la gran oleada de pecado, siempre habrá una iglesia fiel llevando el testimonio del Cristo resucitado.

Superando el obstáculo

¿Cómo escapar del espíritu de nuestra época? ¿Cómo superar el obstáculo de la iniquidad para resplandecer como luminares en este mundo (Fil 2:15)? Permíteme responder estas preguntas de dos maneras, una a nivel personal y otra a nivel eclesiástico.

Con la nueva vida en Cristo

A nivel personal, cuando Dios nos hace nacer de nuevo, nos otorga el poder para superar el obstáculo de la iniquidad. Cuando creemos en Cristo, empieza a reinar la gracia en nuestra vida y poco a poco va formando un carácter santo en nosotros (2 Co 3:18). La hermosura del carácter de Cristo empieza a ser moldeado en nuestras vidas para que podamos practicar buenas obras que brillen en este mundo de tinieblas.

Esto es así porque el propósito del sacrificio glorioso de nuestro hermoso Salvador fue «redimirnos de toda iniquidad y purificar para Sí un pueblo para posesión Suya, celoso de buenas obras» (Tit 2:14). Fuimos purificados para obrar lo bueno. De hecho, las buenas obras son un signo de estar bajo el reinado de Cristo.

Las verdades que debemos creer son verdades que debemos practicar

A la luz de estas verdades, debemos preguntarnos: ¿qué es lo que está dominando mi andar diario? ¿Qué buena obra estoy practicando? Después de todo, seremos conocidos por nuestros frutos. Si una «nueva criatura» no practica buenas obras, será nueva criatura en su mente pero no en el corazón. Nuestro buen Creador no nos ha redimido en vano, ¡no! Todo lo contrario, nos ha redimido para crecer en nuestra salvación, para ser santificados y para abundar en buenas obras.

Con la predicación devocional

Por otro lado, a nivel eclesiástico, algo que podemos hacer es evaluar nuestros púlpitos. Pienso que existen dos maneras de realizar la predicación y que pudiéramos nombrar de esta forma: descriptiva y devocional. La predicación descriptiva enriquece la cultura religiosa, mientras que la devocional nos enseña a amar más a Cristo, y un amor encendido produce buenas obras. La predicación descriptiva solo infla las mentes de información, mientras que la devoción también apela al corazón y la voluntad, para poner la fe por obras. Nuestros púlpitos no deben caer en una predicación solo descriptiva, pues las verdades que debemos creer son verdades que debemos practicar.

¿Están nuestros púlpitos fríos por la abundancia de iniquidad? ¿Estamos proclamando el evangelio solo de manera descriptiva? El remedio a este enorme peligro en nuestras iglesias, vienen estas palabras de la misma boca de nuestro Señor Jesucristo: «Enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado» (Mt 28:20). La enseñanza evangélica fiel es sobre todo devocional y no solo descriptiva. La predicación sana debe mover los corazones al amor por Dios y por el prójimo. ¡Qué Dios nos ayude a ser fieles ministros!

Para concluir, recordemos una vez más las palabras de Jesús: «Tuve hambre, y ustedes me dieron de comer» (Mt 25:35). El Autor y Consumador de la fe, nuestro hermoso salvador Jesucristo, resume la fe verdadera con obras de compasión. Así que, roguemos con humildad al Señor: «Enséñanos a hacer Tu voluntad. Amén».



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