Debemos abrazar o sacar la inteligencia artificial en las iglesias?

PATRICK MILLER
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


Twitter tardó dos años en alcanzar el millón de usuarios. ¿Spotify? Cinco meses. ¿Instagram? Dos meses y medio.

¿ChatGPT? Cinco días.

En cinco días, la Inteligencia Artificial (IA) irrumpió en la conciencia de las personas en su día a día. Por primera vez, la gente utilizó la máquina tragamonedas lingüística de ChatGPT: entraban preguntas difíciles y salían respuestas sorprendentemente buenas. Los trabajadores de oficina experimentaron exactamente lo mismo que los trabajadores industriales décadas antes: Aquí hay una máquina que puede hacer lo mismo que yo por una fracción del costo. 

Las alarmas sonaron en toda la cultura con una ferocidad que, en algunos casos, rayó en el pánico. Pensadores serios que no sabían nada de IA antes de ChatGPT sintieron la necesidad repentina de compartir sus opiniones en las redes sociales y los podcasts. Pero otro grupo de pensadores adoptó una táctica diferente: se deleitaron con la posibilidad generativa de la IA, iniciando una industria artesanal de nuevos productos de IA que prometían cambiar el mundo.

En unos pocos meses, los cristianos se han dividido en dos bandos sobre el lugar de la IA en la iglesia: (1) los críticos que temen que la IA generativa quite puestos de trabajo y sabotee la formación espiritual y (2) los pragmáticos que esperan que la IA brinde libertad a los líderes ministeriales para hacer más.

La rápida polarización tecnológica no me sorprendió, pero no me pareció útil. Tras varios años escribiendo sobre IA, adopté un tono principalmente cauteloso. Sin embargo, a pesar de mis temores, me convencí cada vez más de que la IA generativa, utilizada éticamente, podría servir a los fines del reino.

Ahora es el momento de hacer una pausa, conversar y pensar, no de elegir bando en una guerra sobre tecnología de la que la mayoría de nosotros aún sabemos poco

Ahora es el momento de hacer una pausa, conversar y pensar, no de elegir bando en una guerra sobre tecnología de la que la mayoría de nosotros aún sabemos poco. El sabio tiene razón: «El afán sin conocimiento no es bueno» (Pr 19:2, NVI). Los riesgos asociados a la sola crítica y el solo pragmatismo son peligrosos, porque ambos nos hacen mucho más susceptibles al uso no ético de la IA de lo que seríamos de otro modo.

El peligro para los críticos de la IA

Empecemos con el temeroso. La IA generativa (es decir, algoritmos que pueden generar texto, imágenes, código, videos, etc.) puede investigar sermones, crear gráficos para sermones, generar preguntas para grupos pequeños y escribir sermones, blogs y guiones para podcasts. Los cristianos de a pie pueden prescindir de pastores y mentores (y de Google, por cierto) cuando tengan preguntas espirituales. En su lugar, pueden preguntarle a una IA, la cual felizmente les dispensa «sabiduría».

¿De dónde saca la información este ordenador omnisciente y cómo la produce? Todos los grandes modelos lingüísticos o Large Language Models (LLM por sus siglas en inglés) se entrenan utilizando un conjunto de datos específico. Por ejemplo, ChatGPT se entrenó con el Internet anterior a 2021. Cuando le haces una pregunta, predice una respuesta que te parecerá satisfactoria dados los parámetros de tu consulta y su propio entrenamiento sobre lo que se considera satisfactorio. Los LLM ofrecen respuestas de origen colectivo, calibradas para complacer a la multitud.

Si le pides a ChatGPT consejos cristianos para la vida, solo te da la sabiduría más convencional: respuestas muy individualistas, autoexpresivas y rutinarias. Pero la mediocridad de las respuestas de ChatGPT no es el único problema.

El acceso rápido y fácil a información aparentemente infinita puede secuestrar el discipulado. ¿Por qué esforzarse en aprender sobre la Biblia y crecer en sabiduría cuando un robot puede hacerlo por ti? LLM como ChatGPT ofrecen la promesa de erudición sin esfuerzo.

Así que, cuando la gente dice que el cielo se está cayendo, no están totalmente equivocados. La IA es un cambio tecnológico tan gigantesco que hará que la difusión generalizada de Internet parezca algo pequeño.

Pero hay un gran problema que la mayoría de las personas que advierten que el cielo se está cayendo no reconocen: ya ha caído. Ya vivimos en la niebla. ChatGPT despertó al público a la IA, pero no la introdujo en nuestra vida cotidiana. La IA ya estaba presente en el corrector ortográfico, la búsqueda de Google, las aplicaciones de navegación, las aplicaciones de viajes compartidos, Siri, Alexa, la conversión de voz a texto, las redes sociales, los videojuegos, el reconocimiento facial, los filtros de spam, las aplicaciones codificadas con IA, el transporte y la logística automatizados con IA, las exploraciones médicas asistidas por IA, la guerra con IA y mucho más. Prácticamente, todo lo que ves en Internet lo ves porque una IA predijo que te interesaría. Incluso cuando nos enfurecemos contra la IA en Internet, la IA media la ira. Determina quién ve qué, moldeando así quién participa y cómo ve la realidad.

Además, ninguno de estos ejemplos trata de la tecnología en sí. ¿Nos escandalizamos del aprendizaje automático, las redes neuronales o la computación algorítmica?

Para mantener debates teológicos sólidos sobre la IA, los cristianos deberían tener conocimientos básicos sobre la propia tecnología. Afortunadamente, cada vez hay más escritos y podcasts accesibles que pueden introducir a pastoresteólogos y especialistas en ética en la aplicación de la IA en diversos campos. Dicho esto, no hay sustituto para el diálogo con los profesionales que pueden entender la IA a un nivel más granular (ingenieros de IA, desarrolladores e investigadores).

Si queremos mantener debates teológicos sólidos sobre la IA, los cristianos deben tener competencias básicas en la tecnología. Si se quiere proteger a la iglesia de los efectos negativos de la IA, no se puede jugar a batear cada vez que aparece una nueva variante de la tecnología. Por el contrario, hay que abrir la caja, mirar dentro y preparar a los discípulos para responder éticamente a todos los casos de uso orientados al consumidor.

El peligro para los pragmáticos de la IA

No todo el mundo está gritando «¡El cielo se está cayendo!», mientras ignoran la nube que los rodea. Algunos cristianos son conscientes de la niebla y, sin embargo, abrazan la IA sin plantearse interrogantes éticos serios.

Son pragmáticos y creen en la idea de que la utilidad justifica el uso. Solo se plantean cuestiones de gestión: ¿Ahorrará tiempo? ¿Ahorrará dinero? ¿Me ayudará a llegar a más gente?

Las cuestiones pragmáticas son importantes para cualquiera que dirija instituciones como las iglesias, por lo que no debemos descartarlas. Simplemente son insuficientes. Las acciones deben ajustarse primero a las normas del reino, no a las normas de la eficiencia.

Del mismo modo, la IA generativa puede ser capaz de escribir sermones (insípidos y convencionales), pero este es el deber bíblico de los pastores. Descuidar esta responsabilidad no solo es poco ético, sino también imprudente. Una máquina, por muy avanzada que sea, no puede conocer los corazones de las personas de una congregación, por lo que no puede calibrar responsablemente sus palabras para guiarlas hacia la verdad viva que necesitan oír. No puede sintonizarse con el Espíritu Santo que debe guiar nuestros esfuerzos homiléticos.

Si llegas a la IA sin ninguna convicción ética, cometerás errores éticos. ¿Por qué? Porque tu esquema ético de facto será el utilitarismo: si haciendo X se logra el objetivo y de la forma más eficiente, entonces hacer X es lo correcto.

Un camino mejor

En Hechos 17:26, Pablo dice a los atenienses: «De un solo hombre hizo todas las naciones para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su historia y las fronteras de sus territorios». Si Dios ordena soberanamente el orden nacional en la historia, debemos confiar en que no estamos viviendo en la era de la primitiva IA por accidente.

La forma en que manejemos hoy la IA en nuestras iglesias y en nuestra vida personal estructurará las normas éticas que heredarán nuestros hijos

Así como David «sirvió a su propia generación, confirme al propósito de Dios», nosotros estamos llamados a servir al propósito de Dios en esta generación (Hch 13:36). La forma en que manejemos hoy la IA en nuestras iglesias y en nuestra vida personal estructurará las normas éticas que heredarán nuestros hijos. Tenemos que pensar en la IA de forma intergeneracional.

Los pragmáticos tienden a funcionar con un horizonte temporal corto, preguntándose únicamente qué se puede hacer ahora, sin preguntarse por las consecuencias futuras. Los temerosos están igualmente atascados en el presente. Como no buscan una comprensión más profunda de cómo funciona la IA y cómo se integra de forma invisible en nuestras vidas, acaban ofreciendo reacciones precipitadas a cada titular candente sobre IA, mientras ignoran las formas verdaderamente nefastas (aunque más invisibles) en que la IA nos está perjudicando.

Así pues, necesitamos reunir a personas con diversas competencias (teología, ética y tecnología) para explorar las ramificaciones éticas de la IA en la vida cotidiana, descubrir qué usos son éticamente permisibles y crear marcos sencillos para que los cristianos comunes vean y evalúen sus propios usos de la IA.

Descuidaremos nuestra singular responsabilidad intergeneracional si seguimos malgastando energía alimentando las discusiones entre los temerosos y los pragmáticos. En lugar de ello, deberíamos abrazar conversaciones constructivas, en las que personas con conocimientos diversos puedan educarse mutuamente e improvisar soluciones éticas novedosas para un mundo que ninguno de nosotros eligió, pero en el que Dios tuvo a bien ponernos.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.



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