Lee como un cristiano: 5 principios sobre el qué y el cómo de la lectura

SAMUEL JAMES
Coalición por el Evangelio
https://www.coalicionporelevangelio.org/
Todos los derechos reservados-Publicado con permiso

¿Has visto la reciente tendencia de decoración con «libros de colores»? La idea consiste en juntar libros cuyas portadas tengan la misma paleta de colores, para organizarlos por colores. Algunas librerías de segunda mano ofrecen incluso lotes de libros azules, verdes o amarillos que puedes comprar solo con ese propósito.

Si eres como yo, entenderás por qué esta tendencia puede ser atractiva, pero al mismo tiempo, algo en ti retrocede. Ver libros que se mezclan por el color de sus portadas o que se venden no por lo que dicen, sino por su aspecto, parece traicionar la idea misma de un libro. Algo dentro de mí protesta: «¡Los libros no son para eso!».

Una especie de alarma se enciende en nuestro interior cuando vemos que algo se utiliza muy por debajo de su propósito. Lo cierto es que esto no ocurre únicamente con el exterior físico de los libros. También ocurre con lo que hay dentro de ellos. ¿Te has preguntado alguna vez qué significa leer como un cristiano? Seguramente significa algo más que ser cristiano y leer. Hay realidades preciosas que conforman y sazonan lo que leemos y cómo lo leemos. Permíteme recomendarte cinco principios que me ayudan y me desafían a leer como un cristiano.

1. Lee caprichosamente, pero no con derroche.

Al decir caprichosamente, quiero decir literalmente «a capricho». Mi maestro en este sentido ha sido Alan Jacobs, cuyo pequeño y encantador libro The Pleasures of Reading in an Age of Distraction [Los placeres de la lectura en una era de distracción] argumenta de forma convincente a favor de leer «lo que te trae deleite» (p. 23) en lugar de lo que se ajusta a estándares abstractos de grandeza literaria. En otras palabras, los cristianos no conciben su lectura principalmente como el cumplimiento de un deber, sino como un gozo asombroso. Esto no excluye un lugar para un canon de los grandes libros. Pero hay una diferencia entre buscar un libro porque otros lo estiman y puede que te estimen a ti por leerlo (hablaré más sobre esto en un momento) y buscar un libro porque su grandeza promete deleite.

Los cristianos no conciben su lectura principalmente como el cumplimiento de un deber, sino como un gozo asombroso

Sin embargo, capricho no significa derroche. Hay una forma de desperdiciar la lectura, y la más rápida de hacerlo es no esforzarse nunca más allá de tu zona de confort natural. Muchos lectores que nunca prueban nada más exigente que un libro de bolsillo mal escrito no se dan cuenta de cuánto más deleite podrían obtener madurando su paladar. Si leer a capricho puede protegernos del elitismo, no leer con derroche es un recordatorio de que lo bueno y lo malo no están totalmente en el ojo del observador. La excelencia debería deleitarnos. Fuimos hechos para una visión beatífica de puro esplendor y perfección. No desperdicies tu lectura.

2. Lee personalmente, no a modo de desempeño.

Uno de mis fragmentos favoritos de The Screwtape Letters [Cartas del diablo a su sobrino] ocurre después de que el demonio Ajenjo haya «perdido» aparentemente a su paciente por un profundo y genuino arrepentimiento. El tío Escrutopo reprende furiosamente a su sobrino por sus «torpezas».

En primer lugar, permitiste que el paciente leyera un libro que realmente disfrutaba, porque lo disfrutaba y no para hacer comentarios ingeniosos sobre él a sus nuevos amigos… ¿Cómo no te diste cuenta de que un verdadero placer era lo último que debías permitirle conocer? (p 63-64).

El verdadero deleite, dice Lewis, pertenece al reino de Dios. Nos hace más humildes, aquieta nuestros ansiosos deseos de aprobación y nos recuerda que nuestra alma es real y que hay que dar cuenta de ella. Leer personalmente significa leer para algo mucho mejor que el aplauso. Cuando leemos personalmente, seguimos el hilo de lo que Lewis llamó «la firma secreta» de nuestros corazones (The Problem of Pain [El problema del dolor], p. 151). Nuestros libros favoritos revelan algo que Dios puso en nosotros. Los pasajes por los que reímos o lloramos, incluso cuando nadie nos ve, pueden ser como espejos del alma.

Disfrutar de algo porque nos parece encantador nos lleva en la dirección espiritual opuesta a actuar para los demás. En este último caso, lo que realmente disfrutamos somos nosotros mismos. En la era de las redes sociales, este es un gran obstáculo. Es tan fácil publicar fotos de nuestras «lecturas actuales» simplemente con el propósito de ganar admiración. En algunos casos, no tenemos ningún deseo ni intención de terminar los libros de nuestras fotos. Lewis nos advierte contra esta tentación, y también lo hace nuestro Señor: «¿Cómo pueden creer, cuando reciben gloria los unos de los otros, y no buscan la gloria que viene del Dios único?» (Jn 5:44). No apaguemos los efectos purificadores del verdadero deleite siendo adictos a la gloria humana.

3. Lee con generosidad, no con agravio.

Esta es una pregunta de diagnóstico para todos los que leemos y (especialmente) reseñamos libros: ¿Practicamos la Regla de Oro? ¿Leemos a los demás como nos gustaría que nos leyeran?

Imagina la siguiente situación. Estás leyendo un libro de un escritor cristiano que se sale un poco de tu tribu teológica habitual. Te encuentras con una frase que te parece extraña. No es claramente falsa, pero tampoco es lo que tú habrías dicho. En ese punto, tienes una elección: puedes leer con generosidad, es decir, fijarte en la redacción ambigua, pero sin acusar al escritor de decir algo que no dice. O puedes dar a las palabras el peor significado posible, e incluso tachar al autor de falso maestro.

Cada historia que resuena en nuestros corazones procede, en última instancia, de la Historia de Dios

¿Cuál de estas opciones refleja el mandato bíblico de «no [ser] sabio a tus propios ojos» (Pr 3:7), de «[creer] en todas las cosas» (1 Co 13:7) y de no emitir un veredicto precipitadamente (Pr 25:8)? Los cristianos leemos con generosidad, no porque seamos demasiado tímidos para denunciar el error, sino porque creemos que la verdad es lo bastante valiosa como para buscarla con paciencia.

Estas advertencias bíblicas nos deberían mantener alertas contra la tentación de leer algo con el único propósito de estar en desacuerdo con ello. Habrá momentos y ocasiones en que debamos leer algo que sabemos que es erróneo. Pero el músculo de la polémica no necesita flexionarse a menudo. Desconfiemos de la lectura con ánimo de agravio.

4. Lee con asombro, no con cansancio.

Me desanimo cuando encuentro una entrevista del tipo «¿Qué estás leyendo?», a un pastor o líder cristiano prominente, y el entrevistado comenta que no lee ficción. La gran literatura es un tesoro de maravillas. Las mejores historias parecen encender la luz en nuestros propios corazones; en los héroes y villanos podemos ver la variedad de la naturaleza humana y en los viajes y transformaciones podemos recordar lo mucho que no sabemos. A veces me pregunto hasta qué punto los evangélicos leemos simplemente para acumular más información, en lugar de leer para acercarnos un poco más a la imagen de Jesús.

El Predicador comenta: «El hacer muchos libros no tiene fin, y demasiada dedicación a ellos es fatiga del cuerpo» (Ec 12:12). Si la lectura te resulta fatigosa, considera la posibilidad de hacer balance. ¿Te cautiva la lectura? ¿Te hace olvidarte de ti mismo? ¿Te abre los ojos y te ablanda el corazón? ¿O es solo más información que absorber? Considera las metáforas y parábolas de la Palabra de Dios. Tú y yo hemos sido creados para maravillarnos ante el Dios poeta.

5. Lee para la eternidad, no para lo efímero.

Vivimos en un mundo ruidoso. Las novedades no tienen fin. Y la inmensa mayoría carece de sentido: miles de tuits, artículos e incluso libros que quedarán obsoletos casi de inmediato, millones de horas de video y audio que apenas tendrán sentido dentro de una semana. No podemos elegir si viviremos y leeremos en un mundo así. Pero sí podemos elegir cómo vivir y leer en él.

Cuando leas libros, ensayos, poemas, obras de teatro y mucho más, busca lo eterno. Busca la presencia residual de la Biblia

Los libros, historias, poemas y ensayos que permanecerán más tiempo con nosotros, quizá incluso toda la vida, serán los que hagan que la eternidad cobre vida de alguna manera. Una obra teológica ilumina hasta qué punto podemos confiar en Cristo. Una novela clásica hace que la virtud merezca el sufrimiento. La belleza de un poema golpea nuestros corazones como la luz del sol en una hoja hambrienta. Un ensayo nos aclara un poco más la realidad definitiva. Son horas de lectura que nunca abandonamos; las palabras dejan huella en nosotros. Son tesoros que pueden hacer que el ruido que a menudo consumimos nos parezca tan efímero como es.

Cuando leo la Biblia, no dejo de asombrarme de cómo aumenta su frescura con cada año que pasa. Las Escrituras son algo más que nuestra primera prioridad de lectura cada mañana, o las únicas palabras inerrantes que podemos leer (aunque son eso). La Biblia es el libro que da fuerza a todos los demás buenos libros. Es el epicentro de la belleza, la metanarrativa del significado: cada historia que resuena en nuestros corazones procede, en última instancia, de la Historia de Dios.

Cuando leas libros, ensayos, poemas, obras de teatro y mucho más, busca lo eterno. Busca la presencia residual de la Biblia. Busca el aroma de la verdad trascendente. Y con gratitud a Aquel que es la Palabra hecha carne, deja que este tipo de lectura haga su buena obra en ti.


Publicado originalmente en Desiring GodTraducido por Eduardo Fergusson.

Samuel James trabaja en la oficina del presidente de la comisión de ética y libertad religiosa de la convención Bautista del Sur. Puedes leer más de sus escritos en su blog y seguirlo en Twitter. 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

UNGES MI CABEZA CON ACEITE...

El poder del ayuno

70 veces 7