Soy un continuista con cáncer y sigo creyendo en las sanidades

TIM SHOREY
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


Tengo un cáncer en etapa cuatro, de mal pronóstico, y creo en las sanidades, ya sean otorgadas directamente por el Señor o a través de la intercesión de otros. Estoy convencido de que hay momentos en los que Dios trasciende y elude lo normal para sanar de forma instantánea y sobrenatural (1 Co 12:7-9). Creo sinceramente que puede hacerlo, y que a menudo lo hace, sin más medios que Su poder liberado por amor, todo para sanar el cuerpo, alegrar el espíritu y que la lengua alabe.

Para ser claro, mi fe no abraza a los sanadores fraudulentos, a los charlatanes de «decláralo y recíbelo», a los vendedores ambulantes de la prosperidad o a los gurús del pensamiento positivo. Creo que Dios puede conceder, y a menudo concede, sanidades reales y sobrenaturales del cuerpo, del espíritu y de la mente, mediante las cuales los verdaderos enfermos se sanan de verdad a través de la autoridad del nombre de Cristo, a menudo catalizadas por las oraciones creyentes del pueblo de Dios.

Pero sigo teniendo cáncer. A pesar de miles de oraciones, muchas de las cuales han sido bañadas en amplia fe y aceite de unción, todavía tengo cáncer, y mi reloj está corriendo.

Esto me deja en un dilema de fe.

Soy un continuista convencido que cree en los dones de sanidad, pero que casi nunca parece ser sanado (a menos que cuente las sanidades de gripes, picaduras de mosquitos, cortes de papel y uñeros, que sí importan y son maravillosas por derecho propio, pero están en una categoría diferente).

Dos elefantes en la habitación

Como creyente en las sanidades, tengo dos enormes elefantes llenando la habitación. El primero es un dolor de cabeza de treinta y cinco años de duración, veinticuatro horas al día, siete días a la semana, 365 días al año, diagnosticado por un médico y causado por daños en los nervios. El segundo es un cáncer en fase cuatro. Ninguno de los dos se ha sanado.

La ironía puede ser dolorosa. He orado por enfermos y he visto sanar a otros. Pero que yo sepa, nunca ha funcionado para mí.

Sospecho que Pablo pudo haberse sentido como yo. Aunque Pablo confiaba en que Dios podía sanar y fue usado por Dios para conceder sanidades, las oraciones que hizo por su sanidad quedaron sin respuesta (2 Co 12:7-10). De la misma manera, su compañero de trabajo Trófimo tuvo que quedarse atrás a causa de una continua enfermedad (no sanada; 2 Ti 4:20). Y no hay que olvidar los problemas estomacales de su amado Timoteo y sus «frecuentes enfermedades», para los que lo mejor que pudo hacer Pablo fue recetarle una modesta cantidad de vino (1 Ti 5:23).

Creer que Dios puede sanar y lo hace significa que estoy creyendo en algo aunque mi experiencia diga lo contrario

Creer que Dios puede sanar y que lo hace significa que estoy creyendo en algo aunque mi experiencia diga otra cosa. Así es como debe ser. Debemos creer todo lo que enseña la Biblia, incluso cuando nuestras experiencias no concuerden. Las Escrituras nunca se equivocan. Nuestras interpretaciones, experiencias, preferencias y percepciones a menudo sí que lo hacen.

Viviendo en el medio

Pero esto crea un aprieto existencial. ¿Qué debo pensar cuando creo que mi amoroso Padre celestial es capaz de sanar, tiene un impulso compasivo de sanar y a menudo sana, pero luego no me sana? Solo puedo pensar, y luchar por creer, que en vez de eso tiene un plan mejor, más sabio y más amoroso para mí. Debo creer que hay profundidades en Dios y en Sus propósitos que aún no puedo desentrañar, misterios que aún no puedo conocer, designios que aún no puedo discernir, glorias que aún no puedo ver.

Vivo mi vida y me enfrento al cáncer en un punto intermedio entre los aparentemente sinceros «que declaran y reclaman», que esperan la sanidad en todo momento, y los aparentemente rendidos a «si el Señor quiere», cuyas oraciones afirman el poder sanador de Dios, pero cuyas advertencias y calificativos hacen pensar que no es probable que lo utilice. Solo Dios conoce el corazón. Pero el tono de los primeros puede sonar a presunción disfrazada de fe, mientras que el tono de los segundos puede sonar a duda disfrazada de humildad.

Busco ocupar un lugar en el medio. Sé que mi Dios sana, pero también sé por las Escrituras y la vida real que no sana todo el tiempo, ni siquiera la mayor parte del tiempo. No es un mayordomo sanador cósmico cuya prioridad es mantener a Su pueblo perpetuamente sano y feliz.

Dios en el horno

He llegado a darme cuenta, con un corazón cautelosamente silencioso, de que Dios no es predecible ni domesticable. Es un Ser libre e indomable Cuyo camino está en el torbellino y la tormenta y para quien el trueno no es más que un susurro de Su poder. Es Aquel que habita la eternidad, ahoga las tinieblas con luz y recorre toda la tierra día y noche para mostrarse fuerte, manifestar Su cuidado, desplegar Sus propósitos y difundir Su gloria. No hay nadie como Él; sencillamente, no hay otro (Gn 1:1-32 Cr 16:9Job 26:12-14Is 46:957:15Nah 1:32 Co 4:6Ap 21:22-25).

Dios está en el horno y en el fuego conmigo. Y está preparando cosas demasiado sabias y maravillosas para que yo pueda imaginarlas

He aprendido (aunque no es fácil de aceptar) que la enfermedad no es lo más apremiante para Dios. Lo son el pecado, la salvación, Satanás y la muerte. Dios a menudo utiliza la enfermedad para llevarnos a la salvación, para purificarnos del pecado, para mostrar a Satanás (y a un mundo que nos observa) Su gracia sustentadora en nuestras vidas, para destetarnos de un amor carnal por las cosas de este mundo y para guiarnos hacia —y luego a través de— la experiencia de la muerte que nos conducirá a la gloria, donde la enfermedad y la muerte ya no existen.

Dios no es nuestro Papá Noel. Es nuestro Soberano. No es un paramédico cósmico que acude al lugar de los hechos. Es el Dios Todopoderoso, que ya está y siempre está en la escena. Del mismo modo, es un Padre amoroso que tiene en mente cosas más profundas, más personales y cósmicamente importantes que simplemente asegurarse de que nunca tengamos un resfriado o un cáncer en fase cuatro.

Todo esto me deja con la fe de los tres jóvenes hebreos; una fe que afirma que Dios puede hacer milagros para liberar y sanar, y que es muy posible que lo haga. Pero, como ellos, no estoy seguro al cien por ciento de si lo hará, o cuándo lo hará, pero estoy aprendiendo a contentarme con dejarlo en Sus manos, pase lo que pase (Dn 3:17-18).

Dios está en el horno y en el fuego conmigo. Y está preparando cosas demasiado sabias y maravillosas para que yo pueda imaginarlas. Tal es la fe por la que lucho en cada uno de mis días de alma cansada y cáncer debilitante. Es la única fe que me acompañará hasta que llegue la sanidad o el cielo.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.


 

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