En el areópago moderno hay cinco mil millones de personas escuchando

KEN MIDKIFF
Coalición por el Evangelio
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Vivo a pocos kilómetros de la que, según algunos amigos, fue la primera cafetería del mundo. Fundada en el siglo XVI, esta bulliciosa cafetería se convirtió en un centro de recreo, ocio y debate en la parte del mundo que yo llamo hogar. En pocas décadas, las cafeterías se convirtieron en centros de intercambio de ideas, e incluso recibieron el apodo de «universidades de un centavo», ya que cualquiera podía participar en la conversación por el precio de una taza de café.

Casi cuatrocientos años después, los cafés siguen siendo un lugar de encuentro social. Pero muchos de los clientes de la cafetería de mi barrio se limitan ahora a mirar sus teléfonos y portátiles, porque Internet es el nuevo lugar donde la gente intercambia ideas, comparte pensamientos y debate sobre problemas. En cierto sentido, las redes sociales son la versión moderna de la cafetería.

Para las misiones, esto representa una gran oportunidad. Deberíamos aprovechar las redes sociales, el nuevo ámbito de las ideas, tanto para introducir a las personas a nuevos conceptos de fe como para tender puentes hacia las conversaciones personales sobre el evangelio.

Un nuevo Areópago

Los centros sociales donde los hambrientos intelectuales dialogan y debaten no empezaron con los cafés. En la época del Nuevo Testamento, a los griegos les encantaba habilitar espacios públicos para mantener conversaciones enérgicas. En Hechos 17, Pablo entró en el Areópago, donde los filósofos paganos pasaban el día sin hacer otra cosa que contar y escuchar nuevas ideas. ¿Por qué Pablo se relacionó con ellos? Porque sabía que tenía respuestas espirituales profundas a las preguntas que le hacían. No todos querían entablar conversaciones sobre el evangelio, pero muchos consideraron que la idea «nueva» de Pablo sobre la resurrección era atractiva y digna de atención (v. 32).

Hoy en día, casi cinco mil millones de usuarios viven y se mueven en las redes sociales, el Areópago moderno. Aquí es donde la gente pasa el tiempo, ya sea analizando la última película de superhéroes, descifrando lo que son y no son noticias falsas o buscando acciones sociales. La trivialidad y franca maldad de mucho de lo que ocurre en las redes sociales hace que muchos cristianos las condenen, incluso si no las evitamos totalmente. Pero ¿qué pasaría si viéramos las redes sociales, a pesar de todos sus males, como una oportunidad increíble? Como Pablo, puede que nos enardezcan algunas de las cosas que vemos (v. 16), pero aun así podemos llevar el evangelio a ese lugar.

¿Qué podemos aprender de Pablo sobre cómo entrar en nuestro Areópago? Tim Keller dijo que una clave de la contextualización es «resonar con la cultura que te rodea, pero desafiarla». Pablo personificó esta idea con los que conoció en la colina de Marte. Escuchó y buscó comprender antes de empezar a hablar. Identificó sus deseos de trascendencia (resonancia), pero los refutó por incompletos (desafío).

Los misioneros modernos pueden y deben hacer lo mismo. Podemos encontrar puntos de contacto donde el anhelo de Dios se muestre como un deseo de trascendencia, justicia, alegría, honor y paz. Podemos afirmar la bondad de esos deseos y, al mismo tiempo, desafiar las deficiencias mediante preguntas y conversaciones provechosas.

Nuevos caminos romanos

Las redes sociales permiten que el evangelio viaje más rápido, de forma más anónima (en zonas peligrosas) y con mayor amplitud que los métodos tradicionales de evangelismo

Pero las redes sociales no son un lugar físico donde la gente se reúne para compartir ideas. A diferencia del antiguo Areópago, las redes sociales son móviles. Se parecen más a las carreteras romanas que permitían a Pablo y sus compañeros viajar por todo el imperio, facilitando más que nunca el acceso a los pueblos y lugares no alcanzados. En nuestros días, las redes sociales permiten que el evangelio viaje más rápido, de forma más anónima (en zonas peligrosas) y con mayor amplitud que los métodos tradicionales de evangelismo. En todo el mundo, cualquier persona con acceso a Internet puede leer o escuchar la Biblia, y los misioneros pueden compartir fácilmente recursos en el idioma local.

Un amigo viajó recientemente por las ruinas de Colosas. Aquella antigua ciudad es ahora apenas una colina cubierta de hierba en medio de un huerto. En la ladera de esa colina, mi amigo encontró a un pastor de mediana edad que cuidaba de sus ovejas, un trabajo que generalmente le lleva a estar sentado solo durante días enteros. Tras una breve conversación, este pastor aislado sacó su teléfono inteligente y empezó a navegar por Instagram.

En el pasado, las oportunidades de que este pastor aislado escuchara el evangelio en su idioma eran increíblemente limitadas. Una iglesia tendría que enviar misioneros que primero aprendieran su lengua y su cultura. Luego, para llegar a él, esos misioneros tendrían que evitar las grandes ciudades y pueblos para llegar a su pequeña aldea y, finalmente, encontrarlo deambulando por lugares desolados.

Ahora, gracias al teléfono inteligente de este pastor, las iglesias y misioneros de todo el mundo tienen acceso a él. Pueden transmitirle el evangelio y porciones de la Biblia fácilmente. Si tiene preguntas, pueden responderle en tiempo real. Si está dispuesto a creer, los cristianos locales pueden empezar a discipularlo e incluso establecer una iglesia en su zona. Esto puede ocurrir simultáneamente con innumerables personas, desde nómadas en África hasta empresarios en Europa o amas de casa en Medio Oriente.

No es un sustituto

Las redes sociales no eliminan la necesidad de que las iglesias locales equipen y envíen misioneros competentes a las naciones

Aunque las redes sociales son una herramienta poderosa para la tarea misionera, no sustituyen a las relaciones cara a cara. Pablo no se detuvo en el ámbito de las ideas; pasó mucho tiempo en la vida de aquellos a quienes amaba, sin prisas y sin distraerse por las limitaciones de la pantalla (Hch 17:17-2032-34). Las mejores estrategias de interacción en línea conducen a un seguimiento en persona. Las redes sociales pueden realzar, pero no reemplazar, a los creyentes que comparten sus vidas mientras viven las implicaciones del evangelio.

Las redes sociales tampoco eliminan la necesidad de que las iglesias locales equipen y envíen misioneros competentes a las naciones. Esos misioneros deben aprender profundamente el idioma y la cultura para poder involucrarse con aquellos a los que sirven. A medida que esos misioneros se mueven con determinación en el Areópago moderno y caminan por las nuevas calzadas romanas, pueden saber que el mismo Espíritu que dio poder a Pablo en Atenas les da poder a ellos.

Así como Dios ha construido Su reino a través de conversaciones en cafeterías y lugares de debate durante cientos de años, puede construirlo a través de las redes sociales y los espacios virtuales en este. Él sigue utilizando formas y medios nuevos para llevar a las naciones a la vieja, vieja historia de Jesús y Su amor.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.

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