El reino de Dios y la política: ¿Cuál es el rol de los cristianos?

Josué Ortiz
Coalición por el Evangelio
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El ser humano fue creado para vivir en sociedad, de modo que no puede florecer en el aislamiento. Más bien, un individuo encuentra su mejor versión en la vida asociada y comunitaria. No obstante, para que una sociedad sea próspera debe organizarse de la mejor forma posible. De eso trata la política.

La política, ciencia que estudia la organización y el gobierno de las sociedades humanas, se ha convertido en una palabra popular. Se habla mucho de política y de políticos. Los ciudadanos buscan gobernantes que los representen mejor, que trabajen por sus intereses y que establezcan las condiciones necesarias para la prosperidad y la justicia. Todo este debate social ha conducido a fuertes polarizaciones que, paradójicamente, se han vuelto peligrosas para el orden social.

En medio de estos debates actuales, ¿cuál debe ser la relación de los creyentes con la política? ¿Cómo puede la iglesia ayudar a la sociedad actual, que está dividida y polarizada por ideologías políticas? ¿Cómo el evangelio impacta la política?

A pesar de los aspectos negativos de la política, debemos entender que su origen no es humano, sino divino. Por lo tanto, los mejores políticos no son los que gobiernan para el bien común, sino los que lo hacen para la gloria del Rey de reyes.

De seguro que te han sorprendido mis últimas afirmaciones. Permíteme compartir contigo algunas conclusiones bíblicas a las que he llegado en mi reflexión personal sobre este tema tan actual.

Una utopía en la tierra

La idea de un lugar perfecto, equitativo, próspero y justo no es una idea que provenga de Karl Marx ni de los socialistas utópicos de principios del siglo XIX; proviene de la Escritura.

Al inicio de la Biblia leemos sobre la creación de un lugar «utópico»como ningún otro. Era un lugar armonioso y pacífico. El jardín del Edén (Gn 2:8) era el núcleo social más importante del planeta. Allí, la «buena política» no se proclamaba en discursos, sino que se vivía y se experimentaba día a día. Había roles y funciones claras y el gobierno se llevaba a cabo con éxito.

La política del Edén era simple: gobernar a la luz de la gloria del Creador y Rey y de acuerdo con Sus palabras

Adán y Eva eran, por así decirlo, los políticos encargados de ejercer dominio bajo la autoridad suprema de Dios (Gn 1:28) en este lugar perfecto, inocente y beneficioso. El Edén no era un lugar próspero porque Adán y Eva fueran gobernantes excepcionales, sino porque lo hacían siguiendo los lineamientos divinos y todo para la gloria de Dios, el Creador del reino.

El hombre y la mujer reinaban en armonía perfecta, sin lucha de clases ni ambiciones de poder. El machismo o feminismo no existían, no había diferencias de salarios ni injusticias, tampoco abusos ni hostigamientos laborales. Por lo tanto, tampoco había necesidad de campañas electorales que prometieran lo que ya poseían. La política del Edén era simple: gobernar a la luz de la gloria del Creador y Rey y de acuerdo con Sus palabras.

El deseo de un reino edénico en la tierra 

La política del reino de Dios fue dramáticamente deformada con la caída de Adán y Eva. En aquel evento entró la muerte y el pecado al mundo, dañándolo para siempre. La política dejó de estar centrada en Dios y, desde entonces, los gobernantes y políticos trabajan para alcanzar un bienestar meramente material y de acuerdo con sus ambiciones personales, no para la gloria de Dios. Atrás quedó el reino del Edén y su vida utópica. En la desesperación por su pérdida, la humanidad trató de construir un Edén propio: «Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y hagámonos un nombre famoso, para que no seamos dispersados sobre la superficie de toda la tierra» (Gn 11:4).

Aquel deseo legítimo de alcanzar el bienestar social fue el inicio de una búsqueda que continúa hasta nuestros días. La humanidad tiene un anhelo insaciable por encontrar una sociedad donde reine la armonía y la justicia, donde los políticos sean los salvadores y el Estado provea seguridad y orden. Pero la ruina de Babel no fue que las personas quisieran construir una sociedad, sino que lo hicieron separados de Dios y para su propia gloria.

La ruina de Babel no fue que las personas quisieran construir una sociedad, sino que lo hicieron separados de Dios y para su propia gloria

Cada campaña electoral repite las falsas promesas de Babel de una población segura y una sociedad autosuficiente. Todos los políticos aseguran que si llegan al poder, las cosas serán diferentes. Estén conscientes de esto o no, se erigen como los salvadores del pueblo, como «mesías sociales» que vienen a rescatar a la nación de su orfandad política. En sus discursos, los políticos se presentan como la única opción para el bienestar de todos, a tal punto de que no darles el voto en las urnas se podría considerar hasta como una traición a la posibilidad de alcanzar el bienestar general.

Lo triste y paradójico es que, sin importar quien gane, las promesas nunca se llegan a materializar. Las cosas no cambian, al menos no al grado prometido con tanta seguridad. Los problemas persisten y, en cierto sentido, esa situación es favorable en general para los políticos, pues les permite seguir pidiendo votos para continuar trabajando por el deseado bien del pueblo. Pero mejorar algunos índices económicos o contener la violencia (¡que no es poca cosa y oramos por ello!) es lo mejor a lo que pueden aspirar los políticos y la política humana. No obstante, en el corazón humano existe una esperanza por algo muchísimo mejor y más grandioso.

La promesa de un mejor Rey y un mejor reino

Los cristianos no podemos aislarnos de la política. Somos libres de tener una opinión y es probable que compartamos algunas de las premisas principales de los planes de gobierno de algunos políticos. Además, como cualquier otro ciudadano, queremos vivir en una sociedad próspera y pacífica, con un gobierno justo y honesto (cp. 1 Ti 2:1-3). De allí en más, la medida en la que nos involucremos en el seno del debate político es una cuestión de libertad cristiana y vocación particular; no podemos ser dogmáticos en esa área.

Pero lo que sí necesitamos evitar es la idea de que un gobierno terrenal resolverá todos nuestros problemas a través de programas, estrategias y herramientas humanasEso es imposible y para comprobarlo tenemos toda la historia humana como evidencia. Los creyentes sabemos que Jesús es el Rey que el mundo necesita y Su reino trae la paz y la prosperidad que permanecen para siempre. Este es el reino que los cristianos esperamos y anhelamos.

La política del reino de Dios consiste en vivir a la luz de la gloria del Rey Jesús

Mientras tanto, no nos quedemos de brazos cruzados. Tenemos el deber de anunciar las buenas nuevas del Rey, el mensaje del evangelio. También debemos reflejarlo con nuestras vidas, mostrando amor a nuestro prójimo. Seamos instrumentos del reino de Dios a través de nuestras acciones y mostremos a otros las bondades de nuestro gran Salvador. Nuestras vidas deben apuntar a nuestro Rey, pues «vivimos sobria, justa y piadosamente» (Tit 2:12), mostrando al mundo algunas características del reino que Él ofrece. Seamos honestos, trabajadores y bondadosos. Odiemos la corrupción, paguemos nuestros impuestos, luchemos en contra del mal, busquemos la santidad y la pureza, y promovamos el bienestar de la sociedad sin esperar nada a cambio. Seamos agentes de cambio en nuestra comunidad porque somos agentes del Rey.

Esa es la política que agrada a Dios, la que le lleva gloria, la que adorna Su creación, la que exalta Su nombre. La política del reino es simple: vivir a la luz de la gloria del Rey Jesús y ser así luz y sal del mundo. Cualquier otra forma de gobierno es imperfecta, termina en fracaso y decepción. Los cristianos vivimos para anunciar que esa vida justa, pacífica y próspera que la humanidad desea solo se encuentra en Cristo.

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