Cómo afrontar un diagnóstico médico difícil?

GABRIELA PUENTE
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


Dos días después de mi cumpleaños, mi papá fue a la clínica donde me realizaron la biopsia. Tenía la seguridad de que no era nada grave, así que viajé a mi lugar de trabajo. Al mediodía recibí la llamada que daría paso a uno de los peores días de mi vida. Del otro lado estaba la calmada pero urgente voz de mi padre: «Gaby, vamos con tu mamá a verte. Ya recibimos los resultados». La decisión de hacer el viaje de una hora y media me condujo a la corazonada que dio paso a un súbito y agudo temor. «¿Es cáncer?», pregunté. Con una voz entrecortada escuché: «Sí, pero ya vamos».

Cada día miles de personas reciben diagnósticos médicos devastadores e inesperados. Algunos ya tenían algún presentimiento; a otros simplemente les cayó como un baldazo de agua fría. Los días en los que recibimos diagnósticos complicados son de los más oscuros que hemos de vivir y son parte de este mundo caído donde todos sufrimos de una u otra manera. Puede que tú estés enfrentando un diagnóstico difícil o que acompañes a alguien que recibió una noticia devastadora sobre su salud. Sin embargo, ante los diagnósticos difíciles, el evangelio nos garantiza promesas de consuelo, paz y esperanza.

Escuchar, aceptar y caminar de manera piadosa ante un diagnóstico difícil nos ayuda a alcanzar el deseo de todo creyente y el gozo de la vida cristiana: conocer profundamente a nuestro Salvador y ser conformados a Su imagen.

Así que, ¿cómo lo hacemos? En este artículo te comparto tres elementos que me fueron vitales para lidiar con el diagnóstico de cáncer.

Una teología sólida

La manera en la que reaccionemos al recibir un diagnóstico abrumador puede variar, pero a largo plazo nuestras convicciones informarán nuestras conductas.

La teología que tengamos confirmará la autenticidad de nuestra fe o la apagará, alimentará nuestros sentimientos o afirmará nuestra convicción

Si nuestra mente solo tiene «porque de tal manera amó Dios al mundo…», no podremos navegar por el sufrimiento, sino que cualquier pensamiento nos derribará. Aunque Juan 3:16 es una verdad gloriosa, no habla de las aflicciones que el creyente enfrentará en esta vida. Necesitamos de toda la Palabra para traer consuelo específico para situaciones específicas (2 Ti 3:16-17). La teología que tengamos confirmará la autenticidad de nuestra fe o la apagará, alimentará la inestabilidad de nuestros sentimientos o afirmará nuestras convicciones bíblicas.

Es crucial que nuestra teología y cosmovisión se fundamenten en y alimenten de la Palabra de Dios. La lectura, la memorización y el estudio de las Escrituras nos apuntan a nuestro Salvador y son el ancla de verdad que nos permitirá lamentarnos, adorar, tener esperanza, alabar, agradecer, tomar decisiones y recordar las promesas de Dios en el dolor, sin que estas cosas se sientan falsas o forzadas (Sal 119: 50116).

El consuelo del Espíritu

Afrontar un diagnóstico doloroso requiere tiempo y constancia. No nos apresuremos a ponerlo todo en orden, no finjamos que todo está bien, no nos aceleremos a dar consuelo al sufrimiento físico con una respuesta espiritual. Más bien, dejemos nuestras dudas a los pies de Cristo y lloremos, descansemos y esperemos en Él.

Podemos confiar en el Espíritu Santo para atravesar los valles oscuros. ¿Qué mejor compañero para caminar por esos lugares que el Consolador divino?

A los pies de Cristo, podemos confiar en el Espíritu Santo para atravesar los valles oscuros, como cuando levantarnos de la cama parece imposible o tengamos que lidiar todos los días con los estragos de un tratamiento invasivo. ¿Qué mejor compañero para caminar por esos momentos que el Consolador divino (Jn 14:26)? Él utilizará las verdades de las Escrituras para recordarnos de Su constante compañía. Él nos mostrará la verdad, nos santificará y pulirá (Tit 3:5), nos recordará nuestra identidad en Cristo (1 Co 3:16), nos consolará (Jn 14:26), nos fortalecerá para ser testigos del poder de Dios (Hch 1:8), nos ayudará a orar e intercederá por nosotros (Ro 8:26-27) y, antes de que nos demos cuenta, habrá traído Su fruto a nuestras vidas (Gá 5:22-23).

Antes de saber que tenía cáncer, el Espíritu Santo me guió a estudiar la historia de Job y algunos salmos de David. Nunca imaginé que esos estudios llegarían a ser canales que el Espíritu Santo usaría para traer consuelo y paz a mi alma turbada. En medio de semejante diagnóstico, nunca me sentí huérfana (Jn 14:15-31).

Una comunidad fiel

Un diagnóstico temible puede empujarnos a un camino solitario —la verdad es que nadie conoce lo que se siente, sino la persona con el diagnóstico y Dios—, por lo que quien atraviesa esta prueba debe procurar la compañía y guía de personas que lo amen, le apunten a la verdad del evangelio y le ayuden en cada parte del proceso. Habrá días en los que será necesario estar solos y en silencio, pero la mayoría de los días, la comunidad de creyentes será crucial para librarnos de la desesperación (Pr 17:17).

Mi iglesia local y mis compañeros de trabajo fueron instrumentos en las manos de Dios para traer gozo, descanso y ánimo a mi corazón. Cada domingo, la alabanza y la prédica me recordaban que Cristo está en control. Además, las oraciones y el cuidado de diferentes personas que no le temen al sufrimiento trajeron alivio a mi corazón angustiado. Ellas vieron más allá de mi diagnóstico, me siguieron tratando como su hermana y no como una enferma. Lloraron conmigo, nos reímos juntos, me prepararon comida, me ayudaron económicamente y, en un momento de completa impotencia y dolor, me llevaron a cortar hierba mala con un machete y a orar. Ellos cumplieron fielmente el mandato de gozarse con los que se gozan y llorar con los que lloran (Ro 12:15).

Un diagnóstico difícil puede ser abrumador, doloroso y aterrador en varios niveles y hay tiempo para todo, incluso para derramarse en llanto (Ec 3:1-8). No obstante, Cristo nos ha dado las herramientas para caminar con confianza y descanso en Su soberanía, sabiduría y perfecto amor. Sabemos que Cristo ha vencido al mundo y llevó todas las aflicciones que están escritas en nuestra historia, para que podamos estar libres del pecado con Él y sanos en la eternidad.

Después de la llamada con mi papá, bajé las escaleras de mi oficina, incrédula de mi realidad, vi a mi jefa y lloré. Ella me abrazó, lloró conmigo y juntó al equipo de trabajo para orar por el viaje incierto y doloroso que comenzaría. Mientras caminaba hacia mis padres, el Espíritu Santo trajo a mi mente la letra de una canción que canté muchas veces en la congregación: «¿Cómo recibiré de ti el bien y el mal rechazaré, si sé que tú eres Señor soberano y justo? ¿Cómo he de alabarte en bendición y olvidarte en el dolor, si sé que tienes el control de toda Tu creación?».

Descubrí que Dios, quien prometió acompañarme todos los días hasta el fin del mundo, me había alimentado y traía a mi mente que Él estaba en control. Comprobé Su amor en hermanos que me levantaron en oración. Y verifiqué que no estaba sola: el Espíritu Santo amorosamente me consoló en uno de los días más dolorosos de mi vida.


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