El maestro que modela: ¿Cómo ayudar a otros a ser como Jesús?

EDITH VILAMAJÓ
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso



Nos escandaliza cuando, en la esfera del ministerio —ya sea como líderes, maestros o mentores—, las personas a quienes estamos discipulando nos cierran la puerta pidiendo que no nos entrometamos en su vida privada. A nuestro parecer, alguna área en particular de su conducta no se alineaba con los principios de Dios y por eso sentimos que debíamos intervenir. Ante la negativa del otro, nos sentimos desautorizados y tentados a responder para defender nuestra posición.

Aunque nuestra evaluación tenga algo de razón, también debemos analizar si nuestra reacción saca a la luz alguna impureza profunda de nuestro corazón. Nuestra actitud podría dejar en evidencia una tendencia legalista, una inhabilidad a la autoconciencia y a una vida examinada por Cristo, o una falta de un caminar empático y compasivo hacia las personas que Dios nos ha encomendado.

Lo que más llama mi atención al reflexionar sobre estas situaciones es que, más a menudo de lo que quiero, ellas revelan una triste realidad: quiero modelar la vida de otros, pero no siempre soy un modelo de vida cristiana. Queriendo hacer bien, condeno mi feliz iniciativa a una falta de fruto debido a mi propio fracaso.

Jesús es diferente en Su discipulado a las personas. Como Maestro, siempre modeló con Su ejemplo lo que quería modelar o desarrollar en Sus seguidores. Entonces, ¿cuál es nuestro problema? Muy sencillo… ¡no somos Jesús! Pero esto no debe hacernos desistir de la labor de discipular a otros, sino que debe motivarnos a enfocar correctamente nuestra tarea.

Quiero plantear tres propuestas concretas que nos ayuden en nuestro cometido de ser discipuladores y maestros que modelan a otros y honran a Jesús. En primer lugar, debemos ser maestros que apunten al Maestro por excelencia. En segundo lugar, debemos modelar los fracasos como oportunidades de aprendizaje. En tercer lugar, debemos ser modelos que encarnan el sufrimiento como una herramienta de Dios para formarnos a la imagen de Cristo.

1. El modelo que apunta a Jesús

Quizás uno de los peores errores que cometemos como discipuladores es pretender que las personas nos sigan a nosotros. A menudo lo hacemos de forma inconsciente, pero sale a la luz cuando nos ofendemos o nos sentimos humillados porque dejamos de ser los protagonistas o los que reciben el mérito. Al fin y al cabo, a todos nos gusta tener seguidores. Por desgracia, esto puede llevarnos a inflar nuestro ego y buscar la gloria que no nos pertenece, sino a Aquel al que fuimos llamados a adorar y servir.

Ayudamos a las personas a mirar a Jesús, apuntándoles a Él como el modelo para sus vidas

Otro error similar es pretender que todo el éxito de nuestro trabajo radica en nuestros propios esfuerzos. Hacemos de las relaciones «maestro-alumno» o «mentor-discípulo» una labor independiente de Dios. Esto nos lleva al agotamiento y la desilusión, a veces incluso hasta a la pérdida de nuestra vocación o a un sentimiento profundo de fracaso personal.

Ante estas tendencias, me inspira el ejemplo del apóstol Pablo que, aun teniendo toda la autoridad, insta a Timoteo a fortalecerse en la gracia que hay en Cristo Jesús (2 Ti 2:1) y a procurar con diligencia presentarse a Dios aprobado (v. 15). Este modelo de discipulado está lejos de vanaglorias y esfuerzos propios para ganancias personales. Ayudamos a las personas a mirar a Jesús, apuntándoles a Él como el modelo para sus vidas.

2. El modelo que aprende del fracaso

Nuestro Maestro modelo es Jesús, pero lo que nos diferencia, por encima de todas las cosas, es que Él fue tentado en todo como nosotros pero sin pecado (He 4:15). En cambio nosotros, después de la caída, no hemos dejado de caer. Ahora bien, en nuestra labor como maestros y líderes, cuando pecamos o fracasamos y nos levantamos, estamos respondiendo a una oportunidad de aprendizaje que modela y abre la puerta a la transformación. Aún más, cuando caemos y nos levantamos, modelamos vulnerabilidad, dependencia y humildad. Estas son marcas del carácter forjado por Jesús.

Las caídas son también un llamado a recordar de dónde nos sacó Dios y cuál es nuestro nuevo lugar en Él, además de que nos mantienen en dependencia de Él. Pablo sabía qué era antes —blasfemo, perseguidor, agresor, incrédulo, ignorante— y a dónde lo trajo Dios: «se me mostró misericordia… la gracia de nuestro Señor fue más que abundante, con la fe y el amor que se hallan en Cristo Jesús» (1 Ti 1:13-14). El mérito y la gloria es totalmente del Señor por Su salvación.

En medio de nuestras caídas podemos reflejar modelos posibles de seguir e imitar, porque nos muestran como maestros dependientes de Cristo

Queremos tener discípulos que, inspirados por nuestras falencias, llenen sus vidas de aprendizaje y crecimiento. En medio de nuestras caídas podemos reflejar modelos que son posibles de seguir e imitar, porque nos muestran como maestros dependientes de Cristo. Él es Aquel que, por Su sacrificio, nos levanta, nos perdona y nos sana.

3. El modelo que encarna el sufrimiento

Como maestros y discipuladores que modelan, reflejamos el evangelio cuando somos capaces de decir a quienes enseñamos no solamente «tú has seguido mi enseñanza, mi conducta, propósito, fe, paciencia, amor, perseverancia», sino también «mis persecuciones y sufrimientos» (2 Ti 3:10-11). El maestro que no esconde ni niega el sufrimiento ofrece un modelo auténtico y real de la vida cristiana.

Vivimos en tiempos cuando lo que el mundo más rehúye es el sufrimiento y el dolor. Pero como maestros que buscan modelar en imitación de Cristo, no solo aceptamos el sufrimiento, sino que demostramos verdadero compromiso cuando podemos decir a aquellos a los que servimos: «Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos» (2 Ti 3:12).

El maestro que no esconde ni niega el sufrimiento ofrece un modelo auténtico y real de la vida cristiana

Abandonar el idealismo y el perfeccionismo nos confronta con la realidad de que el sufrimiento es inevitable. No obstante, cuando sufrimos, podemos aferrarnos al consuelo que nos ofrece el mejor Consolador. Dios nos brinda, en esta paradoja, la mayor ayuda para un carácter conformado a la imagen de Jesús. Además, sabemos que el sufrimiento, aunque representa el camino difícil, desarrolla en nosotros la resiliencia necesaria para caminar sin desfallecer y poder exclamar como Pablo un día: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe» (2 Ti 4:7).

Modelos por contraste

Las tres propuestas planteadas pueden ser útiles para tener una perspectiva correcta del discipulado. Sin embargo, quiero recordar que seguir un modelo sin reflexión ni discernimiento puede llevar al discípulo a cometer varios errores, pero uno en particular: perpetuar los errores de su maestro y ser un clon que no responda ni a quién es ni a qué ha sido llamado.

Por eso es imprescindible animar a nuestros estudiantes y discípulos a observarnos y reflexionar sobre nuestra tarea como modelos por contraste. De esa manera, podrán aprender de lo bueno y estar advertidos de lo malo. Pero, sobre todo, porque así podrán contrastarnos con el Maestro por excelencia, Jesús, a quien realmente estamos llamados a imitar y a seguir.



 


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