LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN

Luis Caccia Guerra


Muchas de las acaloradas discusiones de antaño, entre dos personas; sin importar la gravedad de la situación o la diferencia que dio lugar a ellas, se debían a que cada uno de los antagonistas necesitaba “desaparecer” al otro. Anularlo, “borrarlo”, “cancelarlo”. Como eso físicamente nunca fue posible  –esto, al menos entre gente normal– entonces la frustración generaba más y más ira y enojo y el tono de la disputa se ponía al rojo vivo.

Y digo: “de antaño”, porque hoy esto ya no es necesario. El uso de las redes sociales nos ha enseñado que sí es posible en cierta forma, “cancelar” a alguien. Y no nos estamos refiriendo justamente al “click” en “bloquear” de la aplicación de una red social. Nos referimos a una práctica cada vez más común en las iglesias.

Cada persona en una comunidad debe considerar el impacto de lo que dice, de sus creencias, y de su conducta, sobre ella. De tal manera que se amolden a lo que se enseña –con palabras y sin palabras, en forma explícita y tácita–  en esas comunidades; agraden a los líderes de turno y se eviten unos cuantos dolores de cabeza si tienen intereses para seguir perteneciendo a ellas. Donde la sinceridad es bienvenida, sí; pero porque aporta suficiente data para fusilar al hermano cuando haya un problema con él. “Sincericidio”.

Cuando alguien hace o dice algo que de alguna manera genera algún tipo de escozor en los miembros más influyentes de la comunidad, o entra en conflicto con las preferencias del grupo, ya tal vez sea hora de “cancelar” al individuo.

¿Y cómo es eso?

En las redes si un sujeto resulta molesto lo “bloqueamos” y listo. Mientras permanezca bloqueado no volveremos a tener noticias de él. Pero en el plano real, físico, es más complicado. Requiere de mucha labor y de sutiles e inteligentes estrategias. Si nos quedó corto el argumento para rebatir lo que dice, o no tenemos cara ni argumento bíblico, ni autoridad moral para demostrar que lo que hace “está mal”, entonces lo que sigue es desacreditar al individuo. Ahora la cosa ya no es con lo que hace o dice, sino contra la misma persona.

Hay infinidad de inteligentes estrategias para empujar sutilmente a una persona al ostracismo. Cumplidos y reconocimientos, sí, pero en privado; ninguneo, silencio en público. Mostrar, “demostrar” y enseñar que no es necesario ni él, ni su ministerio. Quita de apoyo. Erosión, desgaste, exposición tipo “la gran David”… Y hasta hay quienes “ofrecen el hombro” y uno cree que es para ayudarlo a caminar, pero resulta que transcurrido suficiente tiempo, echa una mirada hacia atrás y descubre que gracias a ese “apoyo” ha estado siendo empujado cada vez más hacia fuera del camino… Cuando descubra todo esto,  en algún momento se irá, desaparecerá, y la gente lo habrá olvidado. CANCELADO.

En la cultura de la cancelación, tan sólo un “error” es imperdonable de por vida. Máxime cuando ese “error” desnuda, expone, pecados no reconocidos y comprometedores de líderes y responsables del rebaño. Y es que ya no se trata solamente de un error, sino de que en esta macabra ecuación, la persona es igual al error, por lo tanto debe ser “cancelada”.

Menos mal, que Jesús no es así.

Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

Hebreos 4:14-16 (RVR1960)

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