Luis Caccia Guerra Muchas de las acaloradas discusiones de antaño, entre dos personas; sin importar la gravedad de la situación o la diferencia que dio lugar a ellas, se debían a que cada uno de los antagonistas necesitaba “desaparecer” al otro. Anularlo, “borrarlo”, “cancelarlo”. Como eso físicamente nunca fue posible –esto, al menos entre gente normal– entonces la frustración generaba más y más ira y enojo y el tono de la disputa se ponía al rojo vivo. Y digo: “de antaño”, porque hoy esto ya no es necesario. El uso de las redes sociales nos ha enseñado que sí es posible en cierta forma, “cancelar” a alguien. Y no nos estamos refiriendo justamente al “click” en “bloquear” de la aplicación de una red social. Nos referimos a una práctica cada vez más común en las iglesias. Cada persona en una comunidad debe considerar el impacto de lo que dice, de sus creencias, y de su conducta, sobre ella. De tal manera que se amolden a lo que se enseña –con palabras y sin palabras, en forma e