PERDÓN: UNA DECISIÓN, NO UNA CUESTIÓN DE SENTIMIENTOS

Por: Luis Caccia Guerra
Staff


 

Unos cuantos quizás puedan recordar la escena de esa película que a los niños les encanta, en la que un enorme y malhumorado mamut lleva junto a sus amigos -un perezoso y un dientes de sable- a un niño pequeñito para devolverlo a su familia humana. En la travesía, el mamut encuentra en una cueva, una pintura donde se representa una cacería de mamuts. Entonces, revive intensamente el recuerdo de cuando perdió a su familia a manos de los cazadores humanos. En ese momento, el bebé extiende sus bracitos y dulcemente se abraza a su enorme y peluda trompa. Con lágrimas en los ojos, el mamut conmovido hasta su fibra más íntima, con mucho cuidado y delicadeza toma al bebé y lo monta sobre su lomo para continuar el viaje. Podría haber dado rienda suelta a su dolor y matado al niño allí mismo, después de todo, pertenecía a la misma especie que ultimó a su familia. No obstante, movido a compasión, tomó la decisión de continuar y devolvérselo a su familia sano y salvo.

Alguien definió el perdón como la intensa fragancia que emana de una rosa aplastada. Mientras más herida, más rota, más intensa es la fragancia que sus pétalos destrozados liberan. Es que para pedir perdón es necesario humillarse; pero para perdonar, muchas veces es necesario humillarse aún más. Es renunciar con el alma rota, a cualquier intento de justicia por mano propia; es deshacerse de las ataduras del dolor y el resentimiento; es renunciar al orgullo herido que clama por justicia, o tal vez por venganza, soltar y dejar ir.

No es una cuestión de sentimientos, es una DECISIÓN. Hasta que por fin podemos comprender que nuestro perdonar no es absolver de culpa y cargo al ofensor, ni mucho menos renovarle la licencia para que nos siga lastimando. Es liberarnos nosotros mismos de las tenazas del odio, el resentimiento, la amargura. Mientras nosotros nos sumimos en una espiral de resentimiento y dolor, el otro simplemente continúa con su vida. No le importa. El que transita la vida pisando cabezas y los sueños de los demás, simplemente lo seguirá haciendo, mientras que el que sufre por su causa se consumirá en dolor si así lo permite. La decisión del perdón nos libera de esas terribles ataduras y pone el asunto exactamente donde debe estar: en las manos de Dios.

Para pensar: En la medida en que un mal episodio de nuestra vida se pueda convertir tan sólo en un mal recuerdo,  hará la diferencia con un mal recuerdo que aún hace daño.

 

Perdónanos el mal que hemos hecho, así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal. 

(Mateo 6:12 DHH 1996)

 

No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.

(Romanos 12:17-19 RV 1960)

 

 

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