UNA NAVIDAD COMO NINGUNA OTRA
Esta Navidad será como ninguna otra en la existencia de nuestra generación. Pero me refiero a más que a los efectos de distanciamiento social y a otros, por causa del Coronavirus.
Una Navidad como ninguna otra, es aquella que se da en cualquier época en el corazón del ser humano, cuando reconoce la necesidad de que Jesús nazca en el pesebre de su corazón, se convierta en el rey sentado en el trono en su vida y le muestre el amor como ninguno otro que salva, perdona, transforma, da vida y esperanza eterna.
“Sigue tu corazón…” nos dicen. Pero nuestro corazón no es la mejor brújula para un norte de paz y justicia. Nuestro corazón nace dañado y con una tendencia marcadísima hacia el mal. Nuestros pensamientos, sentimientos y voluntad, tienden universalmente y sin dejar fuera a ningún ser humano hacia el mal.
Basta con ver a un niño demostrar una cátedra de egoísmo cuando le quieren quitar una papa frita de su plato, para quien, sin haber ido a clases de actuación, ponga la mirada de un sicario en plena ejecución de su fechoría, el ceño fruncido de la persona más amargada del mundo y sin haber tomado una sola clase de canto, utilice el diafragma para pegar un alarido cual, si fuera dar un Do de pecho en el que exclama: “Mío”. Mientras aleja su plato del que quiere una papa frita.
Por eso necesitamos un Salvador, que nos libre de la ira santa de Dios. Dios, el Creador es quien dicta lo que es bueno y lo que es malo, no las masas. Todo lo que dice que es bueno, es paz, es dormir tranquilo, es andar en la justicia. Todo lo que Dios dice que es bueno, es protección para mí y protección para otros.
Dios es el Dios de los derechos, el Dios de lo justo y no de lo torcido. De los diez mandamientos, seis de ellos son derechos. Derechos hacia lo que es bueno, justo y lo que se espera de nosotros para una sociedad que tenga larga vida en sus generaciones y paz en ella.
No matarás, el derecho a la vida. No codiciarás, el derecho a la prosperidad desigual. Pero si quebrantamos sus mandamientos, recibimos la respuesta de un policía que frente a una zona escolar y los niños saliendo de clases, mira que salimos rechinando llantas y pasamos a 80 kilómetros por esa zona. La ira santa de su persona y autoridad, se desatará.
Pero a la vez, Jesús es nuestra paz. Es lo que permite que Dios sea justo y a la vez el que justifica. Justificar es declarar justo e inocente a alguien.
¿Cómo puede Dios ser justo y al a vez pasar por alto nuestros pecados? Porque Jesús, el único justo toma nuestro lugar en la cruz. Y por la fe en su sacrificio recibo perdón. Un perdón y un favor inmerecido, gracia. Que me libra de las consecuencias eternas de mi pecado, misericordia. Que me dice te perdono no porque hiciste, sino porque yo hice, amor sacrificial. Y que demanda santidad, pero deja el camino para que el que peque se arrepienta, viva y deje sus malos caminos, un corazón como ningún otro.
Con el historial manchado a través de los años que hemos vivido por el pecado, la única esperanza no es una pareja, los hijos, un nuevo proyecto, solvencia económica, amigos, lo único que puede devolvernos el gozo de la vida que el pecado nos quita, es arrepentirnos y creer en Jesús para Salvación.
Dios borra nuestros pecados. Dios no los recuerda más. Dios nos dice que somos amados, incondicionalmente y que su amor estaba allí disponible cuando todavía éramos pecadores.
Es por eso, que una Navidad como ninguna otra, es la que ocurre en cualquier época del año cuando comprendemos nuestro pecado, su gracia, su misericordia y su amor sacrificial. Algo inexplicable al 100% pero disfrutable toda esta vida y por la eternidad.
Que esta Navidad sea para usted y los suyos, como ninguna otra…
“Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».” La Biblia en Lucas 2:10-12
Una Navidad como ninguna otra, es aquella que se da en cualquier época en el corazón del ser humano, cuando reconoce la necesidad de que Jesús nazca en el pesebre de su corazón, se convierta en el rey sentado en el trono en su vida y le muestre el amor como ninguno otro que salva, perdona, transforma, da vida y esperanza eterna.
“Sigue tu corazón…” nos dicen. Pero nuestro corazón no es la mejor brújula para un norte de paz y justicia. Nuestro corazón nace dañado y con una tendencia marcadísima hacia el mal. Nuestros pensamientos, sentimientos y voluntad, tienden universalmente y sin dejar fuera a ningún ser humano hacia el mal.
Basta con ver a un niño demostrar una cátedra de egoísmo cuando le quieren quitar una papa frita de su plato, para quien, sin haber ido a clases de actuación, ponga la mirada de un sicario en plena ejecución de su fechoría, el ceño fruncido de la persona más amargada del mundo y sin haber tomado una sola clase de canto, utilice el diafragma para pegar un alarido cual, si fuera dar un Do de pecho en el que exclama: “Mío”. Mientras aleja su plato del que quiere una papa frita.
Por eso necesitamos un Salvador, que nos libre de la ira santa de Dios. Dios, el Creador es quien dicta lo que es bueno y lo que es malo, no las masas. Todo lo que dice que es bueno, es paz, es dormir tranquilo, es andar en la justicia. Todo lo que Dios dice que es bueno, es protección para mí y protección para otros.
Dios es el Dios de los derechos, el Dios de lo justo y no de lo torcido. De los diez mandamientos, seis de ellos son derechos. Derechos hacia lo que es bueno, justo y lo que se espera de nosotros para una sociedad que tenga larga vida en sus generaciones y paz en ella.
No matarás, el derecho a la vida. No codiciarás, el derecho a la prosperidad desigual. Pero si quebrantamos sus mandamientos, recibimos la respuesta de un policía que frente a una zona escolar y los niños saliendo de clases, mira que salimos rechinando llantas y pasamos a 80 kilómetros por esa zona. La ira santa de su persona y autoridad, se desatará.
Pero a la vez, Jesús es nuestra paz. Es lo que permite que Dios sea justo y a la vez el que justifica. Justificar es declarar justo e inocente a alguien.
¿Cómo puede Dios ser justo y al a vez pasar por alto nuestros pecados? Porque Jesús, el único justo toma nuestro lugar en la cruz. Y por la fe en su sacrificio recibo perdón. Un perdón y un favor inmerecido, gracia. Que me libra de las consecuencias eternas de mi pecado, misericordia. Que me dice te perdono no porque hiciste, sino porque yo hice, amor sacrificial. Y que demanda santidad, pero deja el camino para que el que peque se arrepienta, viva y deje sus malos caminos, un corazón como ningún otro.
Con el historial manchado a través de los años que hemos vivido por el pecado, la única esperanza no es una pareja, los hijos, un nuevo proyecto, solvencia económica, amigos, lo único que puede devolvernos el gozo de la vida que el pecado nos quita, es arrepentirnos y creer en Jesús para Salvación.
Dios borra nuestros pecados. Dios no los recuerda más. Dios nos dice que somos amados, incondicionalmente y que su amor estaba allí disponible cuando todavía éramos pecadores.
Es por eso, que una Navidad como ninguna otra, es la que ocurre en cualquier época del año cuando comprendemos nuestro pecado, su gracia, su misericordia y su amor sacrificial. Algo inexplicable al 100% pero disfrutable toda esta vida y por la eternidad.
Que esta Navidad sea para usted y los suyos, como ninguna otra…
“Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».” La Biblia en Lucas 2:10-12
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