Perdóname y ayúdame a perdonar: El padrenuestro para el pecado cotidiano

MARSHALL SEGAL
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


Si estuvieras enseñando el padrenuestro a alguien por primera vez —un niño, un vecino, un compañero de trabajo o un amigo—, ¿qué línea sentirías que necesita más explicación?

Padre nuestro que estás en los cielos,
Santificado sea Tu nombre.
Venga Tu reino.
Hágase Tu voluntad,
Así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan nuestro de cada día.
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores.
Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal (Mt 6:9-13). 

Mientras repites esas frases tan conocidas, ¿cuál de ellas pide más explicación? Quizá la primera: ¿Por qué llamamos «Padre» al Dios del universo? O tal vez la segunda: ¿Qué significa «santificar» algo, y mucho más un nombre? ¿Qué hay de la voluntad de Dios? ¿Qué es y cómo la reconoceríamos en la tierra? O esa inquietante línea final: ¿Qué clase de mal nos rodea y amenaza?

Sea cual sea nuestra respuesta, tenemos la respuesta de Jesús a la pregunta. Él elige decir más sobre una línea en concreto, y no es la que muchos de nosotros podríamos pensar.

¿Oras por tus pecados?

Cuando Jesús enseñó a Sus discípulos a orar, empezó con el reino de Dios, la voluntad de Dios y la gloria de Dios… casi se pueden oír las respuestas: ¡Amén! ¡Amén! ¡Amén! Entonces, tan repentinamente como cuando entró en el pesebre, bajó a los pormenores de nuestras vidas terrenales: «Danos hoy el pan nuestro de cada día…». Danos todo lo que necesitamos para hoy. ¿Quién podría rechazar tal provisión?

Sin embargo, la siguiente línea puede haber sido más impactante:

… Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores.

Cuando ores, dice Jesús, recuerda cómo has ofendido a Dios. Recuerda cómo le has fallado una vez más hoy, cuánto te has alejado de Su reino, de Su voluntad, de Su gloria, y pídele perdón.

Independientemente de todo lo demás que ores, Él nos enseña, asegúrate de orar por esto. Cada día que te levantes, necesitarás comer y necesitarás ser perdonado. Tu estómago rugirá y tu alma se rebelará. Así que ora y vive en consecuencia.

El hambre del corazón

La mayoría de los cristianos oramos diariamente por el pan (si no para que Dios nos lo proporcione antes de que llegue, para darle las gracias una vez que está en la mesa). Sin embargo, ¿cuántos de nosotros oramos tan insistentemente por nuestro pecado como lo hacemos por nuestras comidas? ¿Por qué esto es así?

Cada día que te levantes, necesitarás comer y necesitarás ser perdonado. Tu estómago rugirá y tu alma se rebelará

Para empezar, porque sentimos visceralmente nuestra necesidad de comida. Nos duele. Podemos saltarnos comidas aquí y allá, pero no muchas ni durante mucho tiempo. Cuando lo hacemos, nuestro cuerpo nos lo hace saber. Lo damos por sentado, pero hay una magia que une nuestro cerebro a nuestros intestinos y nos dice cuándo necesitamos comer. No tenemos que anotar constantemente lo que comemos para sobrevivir; nuestro cuerpo nos avisa cuando es hora de comer, de merendar o de tomar agua. Es menos probable que nos olvidemos de la comida porque el hambre finalmente grita por encima de todo lo demás.

Pero por diversas razones, a menudo nos resulta más difícil oír los rugidos de nuestro corazón pecaminoso. El corazón tiene su propia voz, pero no nos abruma físicamente como puede hacerlo el hambre. Las punzadas del corazón revelan tanto o más que el hambre, pero aprendemos a vivir con ellas. Inquietud. Ansiedad. Irritabilidad. Pereza. Impaciencia. Quejas. Si nos damos cuenta de ellas, aprendemos a excusarlas en lugar de abordarlas.

Los síntomas del pecado remanente están diciendo lo que Jesús claramente enseñó: Necesitamos ser perdonados y mucho más a menudo de lo que queremos reconocer. La oración «Perdona nuestros pecados» es un recordatorio honesto, amable y diario de una necesidad constante.

¿Acaso el perdón no es definitivo?

Quizás tampoco oramos con más frecuencia pidiendo perdón, porque suponemos que ya hemos sido perdonados. Si nuestra deuda ya ha sido pagada en su totalidad, ¿por qué tendríamos que seguir pidiéndole a Dios que nos perdone? Cuando Jesús murió en la cruz, anunció que Su obra expiatoria había concluido: «Consumado es» (Jn 19:30). Entonces, ¿por qué nos enseñaría a orar como si el perdón fuera una necesidad constante?

Justificación —aceptación completa de Dios, a través de la fe sola— no es una nueva necesidad cada día, como nuestra necesidad del pan diario. Si has sido justificado por gracia mediante la fe hoy, no necesitas volver a ser justificado mañana. «Habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro 5:1). Ya que hemos sido justificados, tenemos paz con Dios, y esa paz no se deshace por los pecados de hoy o de mañana. «Ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús» (Ro 8:1). La condenación eterna no es una hierba mala que vuelve al jardín de la noche a la mañana. Para aquellos que verdaderamente están en Cristo, está muerta y se ha ido para siempre.

Aun así, Jesús nos enseña a orar (y a seguir orando): «Perdónanos nuestras deudas». ¿Por qué? Porque los pecadores justificados siguen siendo pecadores, y el pecado sigue afectando nuestra comunión con Dios. El pecado no puede condenar al verdaderamente justificado; su deuda ha sido cancelada, su maldición quitada, su ira eliminada. Eso no significa que el pecado no sea ofensivo o dañino para las relaciones, incluso con Dios. Al pedir perdón con regularidad, traemos la obra consumada de Cristo a las tentaciones y fracasos de hoy, y renovamos y endulzamos la comunión que disfrutamos con Él gracias a esa obra consumada.

Al pedir perdón con regularidad, traemos la obra consumada de Cristo a las tentaciones y fracasos de hoy

Vemos esta dinámica cuando Santiago nos exhorta: «Confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados» (Stg 5:16). Estos creyentes ya han sido justificados, pero siguen pecando y siguen sintiendo las consecuencias terribles del pecado, lo que les lleva a orar, confesarse y pedir perdón. Mientras oran, hacen retroceder los dolorosos estragos que causa el pecado. En este caso, son sanados.

Cómo no ser perdonado

Sin embargo, todavía no hemos escuchado a Jesús explicar esta línea de la oración. Al terminar la oración, vuelve específicamente a la petición de perdón:

Porque si ustedes perdonan a los hombres sus transgresiones, también su Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus transgresiones (Mt 6:14-15).

No profundiza en el tema de la voluntad de Dios ni arroja luz sobre los peligros del mal; no, les insiste en la urgencia espiritual de que ellos perdonen. Les advierte que sus oraciones, todas sus oraciones por todo lo demás, caerán en saco roto si albergan rencor y retienen el perdón. La advertencia se incluye directamente en la oración: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (énfasis añadido). La oración para que Dios perdone presupone que ya nosotros hemos perdonado, ¿lo hemos hecho?

Necesitaremos ser perdonados, al menos, con la misma frecuencia que necesitaremos comer. Casi tan a menudo como necesitaremos ser perdonados, necesitaremos perdonar. Si no hacemos lo mismo, no seremos perdonados. Entonces, ¿a quién necesitas perdonar? No podemos orar el resto del padrenuestro de manera significativa si nos negamos a perdonar como Él lo hace.

El perdón hace posible la oración

La sencilla oración de Jesús nos recuerda que nuestro problema de pecado es un problema diario. Todos los días hacemos lo que no debemos y no hacemos lo que debemos. Decimos lo que no debemos y no decimos lo que debemos. Pensamos lo que no debemos y no pensamos lo que debemos. El padrenuestro pone al descubierto los restos podridos de nuestra rebelión contra Dios. Además, nos recuerda, tantas veces como oremos, que Dios sigue perdonando incluso hoy, incluso a ti, si te humillas y se lo pides.

Jesús no dijo: «Recuerda tu pecado y revuélcate en la vergüenza y la culpa». No, les enseñó a traer su pecado y esperar a cambio el perdón. ¿Por qué podían esperar ser perdonados? Porque sabía que Sus heridas pronto harían posible este tipo de oración. Él no solo les enseñó a orar; Él moriría para dar vida y poder a sus oraciones ante el trono. Incluso antes de recibir los clavos, las espinas, las vigas, estaba enseñando a Sus amigos cómo recibir la cruz.

Así que, cuando ores, clama con valentía por el perdón en el nombre de Jesús. Pero antes de orar, perdona como Dios gustosamente te perdona a ti.


Publicado originalmente en Desiring GodTraducido por Eduardo Fergusson.

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