No entumas el dolor en la pantalla

ANA ÁVILA
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


A diferencia de lo que algunos podrían pensar, no pasé mis primeros años en la universidad «aprovechando bien el tiempo». Todo lo contrario. Si le preguntas a mi profesor David, pasé más tiempo en sus clases jugando Fruit Ninja que tomando notas de Química Orgánica.

El problema no era que las lecciones del Dr. David no fueran interesantes o que yo no fuera capaz de entenderlas, si realmente lo hubiera intentado. El problema era que no me interesaba entenderlas. Estaba demasiado deprimida porque, en ese entonces, no tenía idea de qué estaba haciendo con mi vida.

Había comenzado a estudiar una carrera que me parecía vagamente atractiva, pero no tenía un verdadero sentido de propósito al estar ahí. ¿Graduarme para qué? No quiero trabajar en esto. ¿Qué estoy haciendo aquí? Rebanando sandías y naranjas digitales con mi dedo en la pantalla, parecía una jovencita «cool» e indiferente —«¿A quién le interesan las buenas calificaciones?»—, pero en realidad era una jovencita profundamente confundida y asustada. Quería huir. Fruit Ninja era simplemente la vía de escape más cercana.

¿De qué estás huyendo?

Los años han pasado, pero el deseo de escapar del dolor y la dificultad no se ha ido del todo. Lo percibo ahora mismo, al escribir estas palabras. No es fácil poner las ideas en orden y pulirlas hasta producir algo útil para mi prójimo. Sé que debo perseverar, pero ¿y si mejor reviso el correo electrónico un rato o veo un video gracioso para despejarme? Me convenzo a mí misma de desviar la mirada de la buena obra que Dios ha preparado para mí hoy (Ef 2:10), pretendiendo que «solo serán unos minutos».

Horas después tendré que enfrentarme con la realidad de que desperdicié una mañana entera de trabajo.

La pantalla promete aquietar nuestros corazones sin realmente satisfacer nuestros corazones

Estoy segura de que te ha pasado. Tú y yo vivimos en un mundo que no funciona como debería. Nuestros esfuerzos resultan en cardos y espinas (cp. Gn 3:18); demasiadas veces nuestras labores nos obligan a enfrentarnos con mucho dolor. La gente nos lastima. Nos rodean la escasez o la confusión. Queremos huir.

Desafortunadamente, no huimos al lugar correcto. En lugar de buscar refugio en el Señor, para que Él nos sostenga (Sal 18:1-3), preferimos hipnotizar nuestro dolor con el brillo del mundo digital. En lugar de rogar por sabiduría y fortaleza para enfrentar con valor y esperanza las circunstancias en las que nos encontramos, corremos a una pantalla para pretender que los problemas no existen y esperar que desaparezcan por arte de magia.

La pantalla promete aquietar nuestros corazones sin realmente satisfacer nuestros corazones. Nos ofrece distracción sin verdadera paz. Decimos que solo será «un momento», que será una pausa, pero no nos damos cuenta de que muchos de los mundos digitales a los que corremos están diseñados para atraparnos sin que baste más de un momento… Luego, se rehúsan a dejarnos ir.

Los inocentes «ratitos de descanso» se acumulan para formar horas que forman semanas, que forman meses, que forman años, que forman vidas que se van por el drenaje.

Así, sin darnos cuenta, las buenas obras que Dios preparó para nosotros quedan sin hacerse. Las conversaciones difíciles que se requieren para vivir «en armonía los unos con los otros» (Ro 12:16, NVI) jamás suceden. En lugar de correr en oración al Dios que nos dio a Su Hijo, y con Él todas las cosas, corremos hacia alguien que no nos conoce ni nos ama, pero se ve muy simpático en Internet.

Corre al Señor, no a la pantalla

Por gracia de Dios, eventualmente entendí que aunque yo no supiera exactamente qué iba a pasar con mi vida después de graduarme, el Señor usaría ese tiempo para Su gloria y para mi bien. En Su bondad el Señor me enseñó que mi responsabilidad no era saber el futuro, sino ser fiel en el presente.

Al buscar Su rostro dejé de esconderme detrás de un videojuego y empecé a enfrentar con esperanza los retos de la vida universitaria. Al poner la mirada en el lugar correcto, mi corazón fue transformado casi sin darme cuenta. Así es como obra nuestro Señor.

En Su bondad el Señor me enseñó que mi responsabilidad no era saber el futuro, sino ser fiel en el presente

En Cristo Jesús, ninguna de nuestras dificultades es en vano. Dios quiere usar el dolor y la confusión a la que nos enfrentamos cada día para nuestro bien, es decir, para hacernos cada vez más a la imagen de Su Hijo (Ro 8:28-29). Eso requiere que nos volvamos a Él, una y otra vez, no a entumir el dolor en una pantalla, una y otra vez. Es mirándole a Él que somos transformados de gloria en gloria (2 Co 3:18). Como escribió John Piper: «Uno se va pareciendo progresivamente a lo que más admira. Si admiras más la gloria de Dios y todos sus caminos, te irás conformando más y más a eso».

No pretendo comprender lo que estás viviendo ahora mismo. Podría ser un aburrimiento permanente con la vida o un desgarrador vacío por una pérdida irreparable. Sea lo que sea, te animo a que no pretendas que ese dolor no existe huyendo a una pantalla.

Que ese sufrimiento te lleve a correr a los brazos de tu Padre celestial, no a las garras de un mundo digital que no desea tu bienestar, sino más bien aprovecharse de ti para obtener más ganancias. Nuestro Dios es el único que puede traer verdadero descanso a nuestros corazones. No te canses de correr a Él.


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