Dios no decretó la reprobación o perdición del pecador

J.C. Ryle
Teología Sana
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Leer: Juan 3: 9 -21

Estos versículos nos muestran, en último lugar, la verdadera causa de la perdición del alma del hombreNuestro Señor le dice a Nicodemo: “Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”.

Las palabras que tenemos ante nosotros constituyen una conclusión apropiada para las gloriosas noticias que acabamos de considerar. Eximen por completo a Dios de cualquier injusticia en la condenación de los pecadores. Muestran de forma simple e inequívoca que, a pesar de que la salvación del hombre pertenece completamente a Dios, su destrucción cuando se pierde es responsabilidad suya. Cosechará el fruto de su siembra.

Debemos recordar cuidadosamente la doctrina que aquí se establece. Proporciona una respuesta para un habitual motivo de reparo que plantean los enemigos de la Verdad de Dios. No se ha decretado reprobación alguna, nada que excluya a alguien del Cielo: “No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. No hay indisposición alguna por parte de Dios a recibir a un pecador, por muy grandes que sean sus pecados. Dios ha enviado “luz” al mundo, y si el hombre no acude a la luz, la culpa es completamente del hombre. Si su alma se pierde, su sangre será sobre su cabeza. Si no va al Cielo, será por su culpa. Su desdicha eterna será resultado de su propia elección. Su destrucción será obra de sus propias manos. Dios le amaba y deseaba salvarle; pero él “amó las tinieblas” y, por tanto, le corresponden las tinieblas eternas. No quería venir a Cristo y, por tanto, no obtuvo vida (Juan 5:40).

*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo. 


 

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