La doctrina de la justificación crea una cultura eclesial llena del Espíritu

SAM ALLBERRY • RAY ORTLUND
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso

Yo (Sam) me encontré en la tienda con una antigua miembro de la iglesia. Tuvimos una breve conversación, pero representaba una preocupación mucho más amplia. Había pasado por una crisis y no la habíamos visto en la iglesia desde hacía unas semanas. Así que, cuando me encontré con ella, le dije lo mucho que la habíamos extrañado y lo encantador que sería volver a verla en la iglesia. Me dijo que no podría volver hasta que estuviera mejor. No quería que la vieran mientras sentía el desastre de la vida: «Estoy esperando hasta que pase la tormenta y haya recuperado las cosas lo suficiente como para poder volver a entrar en el edificio de la iglesia».

Esas palabras me rompieron el corazón. La iglesia debe ser el lugar al que acudimos cuando las cosas están peor, no el lugar que evitamos hasta que recuperamos nuestro cristianismo de Instagram.

Enseguida me di cuenta de que la perspectiva de aquella miembro de la iglesia no era sana. Pero también percibí que algo más andaba mal. Había un desajuste entre la belleza de la verdad que proclamaba mi iglesia y la cultura que habíamos cultivado. Nuestra comunidad había empezado a encarnar la dinámica social de la justificación propia más que la dinámica social de la justificación por gracia.

La iglesia debe ser el lugar al que acudimos cuando las cosas están peor, no el lugar que evitamos hasta que recuperamos nuestro cristianismo digno de Instagram

En su epístola a los Gálatas, Pablo presenta el evangelio en dos niveles: en la doctrina y en la cultura. Tres convicciones teológicas que vemos en la epístola lo dejan claro.

1. No somos justificados por la ley, sino por la fe en Jesús (Gá 2:16).

Los treinta y nueve artículos de la Iglesia anglicana resumen claramente la doctrina de Pablo: «Somos considerados justos ante Dios solo por el mérito de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por la fe y no por nuestras propias obras o méritos. Por lo tanto, que seamos justificados por la fe sola es una doctrina muy sana y muy llena de consuelo».

Nunca somos justificados por nuestros propios esfuerzos. Más bien, nuestra justificación es objetivamente exterior. Está allá fuera, en Alguien más, en Jesucristo. Esto es para nuestro gozo, como nos recuerda John Bunyan en su obra Gracia abundante: Misericordia divina para el más grande pecador:

Un día que pasaba por el campo, y además con algunos remordimientos de conciencia, temeroso de que aún no estuviese todo bien, de repente cayó sobre mi alma esta sentencia: «Tu justicia está en los cielos». Y me pareció ver, con los ojos del alma, a Jesucristo a la diestra de Dios, allí, digo, como mi justicia; de modo que dondequiera que estuviese o hiciese lo que hiciese, Dios no podía decir de mí: «Le falta mi justicia», porque eso [mi justicia] estaba justo delante de Él… Aquí, pues, viví durante algún tiempo muy dulcemente en paz con Dios por medio de Cristo. Oh, pensaba, ¡Cristo! ¡Cristo! No había nada más que Cristo ante mis ojos.

2. La justificación propia es el impulso más profundo del corazón humano caído.

Pablo escribió: «¡Oh, gálatas insensatos! ¿Quién los ha fascinado?… ¿Tan insensatos son? Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿van a terminar ahora por la carne?» (Gá 3:13). Puede que estés sinceramente de acuerdo con la doctrina bíblica de la justificación por la fe sola. Pero en el fondo de nuestros corazones no es tan sencillo, ¿verdad? Deseamos profundamente salvarnos a nosotros mismos. El legalismo es nuestra lengua materna. Al mismo tiempo, nuestro pecado incluye un filtro oculto que bloquea la claridad acerca de nuestro pecado.

Martyn Lloyd-Jones describe nuestra falta de conciencia propia:

Nunca te harás sentir que eres un pecador, porque hay un mecanismo en ti como resultado del pecado que siempre te estará defendiendo contra toda acusación. Todos estamos muy bien con nosotros mismos, y siempre podemos defendernos. Aunque tratemos de hacernos sentir que somos pecadores, nunca lo lograremos. Solo hay una manera de saber que somos pecadores, y es tener alguna tenue y vislumbrante concepción de Dios.

Nuestra mentalidad ciega de justificación propia hace que la carta de Pablo a los Gálatas sea infinitamente relevante. La justificación por nuestra propia justicia no es solo un problema de los gálatas o de los católicos romanos; es un problema universal de la humanidad. Es nuestro problema. Tú y yo siempre estamos, en el mejor de los casos, a un palmo de distancia de sus poderes oscuros. Es posible predicar y defender la doctrina de la justificación por la gracia sola, pero hacerlo con motivos de justificación propia y con sus frutos amargos en nuestras iglesias.

3. Cuando se cree de verdad, la doctrina del evangelio crea una cultura del evangelio.

Pablo anima a los gálatas: «Anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne… [Porque] el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley» (Gá 5:1622-23).

Cuando el evangelio se enseña con claridad y los miembros de una iglesia lo creen profundamente, hace algo más. La doctrina de la gracia crea una cultura de la gracia

Cuando el evangelio se enseña con claridad y los miembros de una iglesia lo creen profundamente, hace algo más que renovarnos personalmente. La doctrina de la gracia crea una cultura de la gracia. El evangelio es articulado en el nivel obvio de la doctrina y encarnado en el nivel sutil de la actitud, el ethos, el sentimiento, las relaciones y la comunidad. Las personas son honestas en la confesión, soportan las cargas de los demás y tratan de superarse unos a otros en mostrar honor.

Nuestros impulsos de justificación propia hacen que mantener tanto la doctrina como la cultura del evangelio en una iglesia sea difícil, pero merece la pena luchar por ello. Pablo no se daría por satisfecho si las iglesias a las que escribía se hubieran limitado a reafirmar en sus credos la doctrina bíblica de la justificación por la fe sola; esperaba que establecieran una cultura de iglesia coherente con esa doctrina. Nosotros debemos aspirar a lo mismo. Cuanto más claramente se enseñe la doctrina, y cuanto mejor se nutra una cultura llena del Espíritu, más poderosamente dará una iglesia testimonio profético de Jesús como el poderoso Amigo de pecadores.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.
Nota del editor: 

Este artículo es un fragmento adaptado del libro You’re Not Crazy: Gospel Sanity for Weary Churches [No estás loco: Cordura del evangelio para iglesias cansadas] de Ray Ortlund y Sam Allberry (Crossway/TGC, octubre de 2023).







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