DEJÉ LA NUEVA ERA PARA SEGUIR A JESÚS

JORDAN TAYLOR
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


Durante más de diez años, me atrincheré en el misticismo y el autodescubrimiento.

Practiqué la brujería y realicé hechizos. Me convertí en lectora de cartas oraculares y me matriculé en clases para perfeccionar mis habilidades psíquicas. Fui maestra certificada de Reiki y profesora de yoga. Utilizaba cristales como medio de sanación, protección y manifestación. Creía en la astrología, manifestaba bajo la luna nueva, y limpiaba y recargaba mi energía bajo la luna llena. Adoraba la naturaleza y trabajaba con diosas. Encontré a mis guías espirituales y dejé que dirigieran el curso de mi vida. Hablaba con el «Espíritu/Fuente/Universo» y creía que hablaba con mi «yo superior». Creía que había creado mi propia realidad y que yo era mi propio dios, en control de mi vida. Pensaba que por fin conocía mi propósito: sanar al colectivo, elevar la vibración del planeta y ayudar a otros a sanar y hacer lo mismo.

Pero detrás de todo esto, lidiaba con la oscuridad, el engaño y un anhelo por más.

Aun así, me quedé atrapada en un ciclo de sanación y «subir de nivel», buscando constantemente la siguiente sesión de sanación de diversas formas. Aunque cada experiencia me producía un alivio fugaz, cuando las sensaciones se desvanecían seguía sin estar satisfecha. Creía que la siguiente crisis me estaba subiendo de nivel, elevando mi vibración y descifrando algún código secreto para la armonía del planeta colectivo.

Mientras creía todo esto, sufría y me encontraba en un profundo pozo de depresión. Anhelaba sentirme amada, escuchada y comprendida. Mi alma carecía de sentido de pertenencia. Mi cuerpo estaba en un estado constante de lucha o huida. Muchos días deseaba no estar viva. Era atormentada, al experimentar parálisis del sueño con regularidad. Pensé que podía quemar un poco de salvia, recitar un cántico y poner cristales en todos los rincones de mi habitación para detenerlo.

Sinceramente equivocada

Me equivoqué en todo. Lo que estaba haciendo en realidad era poner una alfombra de bienvenida a la oscuridad y al engaño, y a todo lo que ello conlleva. Las mismas prácticas que creía que me protegían y me conectaban con algo divino no hacían sino empujarme más hacia la oscuridad, más lejos de Dios.

Las mismas prácticas que creía que me protegían y me conectaban con algo divino no hacían sino empujarme más hacia la oscuridad, más lejos de Dios

Yo era extrañamente alérgica a la palabra con D (Dios) durante mi tiempo en la Nueva Era. Estuve a punto de eliminar de mi lista de amigos a una colega de la Nueva Era que acababa de convertirse a Cristo porque no paraba de hablar de Él. Me irritaba. Enfadada. Repelida. Pensé: ¿Qué le ha pasado? ¿Se ha vuelto loca? No podía entender su drástica transformación al cristianismo.

Recuerdo un momento vital de mi resistencia cuando vi de mala gana una película sobre Jesús para apaciguar a mi novio de entonces. Mis palabras exactas fueron: «Vale, la veré una vez si dejas de pedírmelo».

Fue entonces cuando experimenté por primera vez la gracia de Dios, cuando salió a mi encuentro en mi obstinación. Me encontró en mi pecado y en mi depresión. Vi la película sobre Jesús y lloré histéricamente. Me invadió un intenso sentimiento de amor que se derramó sobre todo mi ser. Habiendo crecido en un hogar quebrantado y estando atrapada en un ciclo de relaciones tóxicas como adulta, nunca antes había sentido realmente el amor. Sabía que este era el tipo de amor que estaba buscando desesperadamente en todas las formas equivocadas. Fue entonces cuando supe que Dios buscaba mi corazón.

Intenté negar e ignorar esa experiencia, pero también quería volver a sentir ese amor. Así que busqué a Jesús. Empecé a leer la Biblia. Nunca lo había hecho, y el carácter de Dios me fue revelado. Oré y mucho. Me resistía a ir a la iglesia, pero con el tiempo, fui de un lado a otro hasta que encontré una iglesia bíblicamente sólida que amé. Así es como empecé una relación con Dios.

Completamente nueva

Nunca había conocido lo que significaba tener una relación con Jesús. Ahora que lo sé, nunca lo olvidaré. Por medio de Él, las cadenas de mi depresión se han roto. Nunca volví a experimentar otro episodio de parálisis del sueño. No pretendo que Cristo resuelva todos nuestros problemas —para nada—, pero tengo un gozo profundo en el Señor que eclipsa cualquier felicidad efímera que me ofreciera mi vida anterior en la Nueva Era. He sido liberada por Su Palabra, he experimentado el poder del Espíritu y el amor del Padre, y ahora he sido cambiada para siempre.

He sido liberada por Su Palabra, he experimentado el poder del Espíritu y el amor del Padre, y ahora he sido cambiada para siempre

Los de la Nueva Era suelen pensar que hay múltiples caminos para llegar a Dios. Solo tienes que encontrar «tu verdad», o quizás puedas acceder a la «conciencia de Cristo». Nada de esto es cierto. La verdad es que no hay múltiples caminos hacia Dios: hay uno. Su nombre es Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida; nadie llega al Padre si no es por Él (Jn 14:6).

Quizá pienses de mí lo mismo que yo pensaba de mi colega de la Nueva Era: Se ha vuelto totalmente loca. Me parece bien. Finalmente puedo decir que conozco a Jesús personalmente y nada se compara con la paz, la esperanza y el amor que viene de estar en una relación verdadera con Él. Amigo, viajar por el camino de la Nueva Era solo lleva al engaño. Ora por discernimiento en todo lo que encuentres. Compáralo todo con las Escrituras.

En este mundo solo hay dos poderes espirituales: Dios y Satanás. No dejes que el enemigo te engañe con su mentira inicial del jardín del Edén, que puedes ser como Dios. Ninguna práctica bajo el sol hará que esa afirmación sea cierta. Solo hay un Dios verdadero y toda la gloria es para Él.

Mi oración es que este breve testimonio plante una semilla en tu corazón. Si mis palabras traen convicción a tu corazón, ábrete a la posibilidad de que Dios te esté buscando a ti también.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.







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