Dios no sólo es amor, también es justicia

Alex López
La Catapulta
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Todos conocemos sobre el amor de Dios y el famoso pasaje bíblico “El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.” 1 de Juan 4:8

Es más, su amor es el que nos salva. Dios en amor, envió a su Hijo unigénito para salvarnos del pecado. Jesús es la muestra de amor que bajó del cielo. Hijo directamente de Dios y no de José, sólo él, siendo la segunda persona de la Trinidad y jamás habiendo pecado, podía ser el sacrificio por nuestros pecados.

Pero, aunque conocemos el amor sacrificial de Dios y que es amor, olvidamos pensar en otro atributo de nuestro Dios. Su amor es sólo una cara de la moneda. Dios esa amor pero también es justo. Y, el justo, no puede perdonar los pecados así por así. Porque entonces, dejaría de ser justo. La justicia de Dios va de la mano con su ira. La cual se desata ante toda injusticia.

Dios aborrece el pecado porque Él es santo. Su ira se desata contra el pecado. A lo largo de la Biblia vemos como Dios está en defensa de los más desamparados: las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Es más, su justicia se manifiesta en que juzgará a toda la humanidad de acuerdo a sus decretos y el cumplimiento de los mismos.

“En verdad, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad.” Romanos 1:18

Dios entonces, vemos que es amor y también es justo. Su amor nos salva, su justicia nos condena. Por eso necesitábamos a Cristo. Porque sólo el justo podía morir por los injustos a fin de llevarnos a Dios. Porque su justicia, por nuestro pecado, nos convierte automáticamente en enemigos de Dios. Y, su ira, se desata contra sus enemigos.

Pero su evangelio, es esa noticia que en el nombre de Jesús hay perdón de pecados. Que, en la vida y muerte de nuestro Señor Jesucristo, encontramos la paz con Dios. Su muerte es nuestra vida. Intercambió lugares con nosotros. Tomó nuestra condenación y recibimos su justicia por la fe.

Pero no sólo tomó nuestra condenación, su sacrificio fue nuestra propiciación. Su muerte hace que Dios sea propicio (oportuno o favorable) a nosotros. Pues el sacrificio de Cristo, no sólo nos libera de la condenación, sino que nos salva de la misma ira santa de Dios.

Así que el que cree que no puede venir a Dios porque es un gran pecador, Su amor está ahí para él. Y, el que cree que Dios es todo amor que jamás condenará a un pecador a muerte y a muerte eterna, su justicia está ahí para él.

Pero los que hemos creído por la fe en el sacrificio de Jesucristo que nos da salvación y vida eterna, estamos seguros en él. Su justicia no nos lleva a temer, sino a imitar. Porque su amor nos derrite hacia la obediencia. Y, si fallamos, podemos correr a él, porque en su amor estamos seguros.

Mientras estamos vivos, Jesús es nuestro abogado. Pero, cuando muramos o cuando Jesús regrese por su iglesia, entonces será nuestro Juez. Venga a él en arrepentimiento. No hay pecado que él no pueda borrar. Porque, su mayor placer es amar. Dios no sólo es justo, sino también, el que nos justifica por medio del sacrificio de Jesús. Jesús es nuestra paz con Dios. Y, en quien encontramos la paz de Dios.

“¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió e incluso resucitó y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación o la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro o la espada? Así está escrito: «Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!». Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.” Romanos 8:31-39

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