Soy víctima de abusos. ¿Por qué me siento culpable?
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La misma naturaleza del abuso, especialmente del abuso sexual, hace que sus víctimas se sientan sucias y avergonzadas, como si hubieran pecado. Por definición, el abuso es simplemente el mal uso de algo o de alguien. Ese mal uso también puede tener complicaciones que incluyen cierta forma de participación de la víctima. En los años posteriores, cuando la víctima lucha por recuperarse del abuso, la culpa y la condena por dicha participación están siempre presentes. Los recuerdos de cada palabra, cada decisión y cada pensamiento atormentan a la víctima, convenciéndola de que no se merece la sanidad. ¿Es cierto que los abusos del pasado han convertido a las víctimas en sucias y pecadoras? ¿Cómo ve Dios ese abuso?
Abuso es una pequeña palabra que representa un enorme espectro de posibilidades. La mayoría de las personas sufren algún tipo de abuso durante su vida debido a la naturaleza pecaminosa de los seres humanos y al hecho de que vivimos en un mundo caído (Génesis 3; Romanos 5:12). Podemos sufrir abusos mentales por parte de un jefe tirano, abusos emocionales por parte de un adolescente rebelde o abusos espirituales por parte de una iglesia legalista. Sin embargo, para los propósitos de este artículo, nos centraremos en el abuso físico y psicológico intencional infligido a otra persona por alguien que tiene la intención de hacer daño. En cada situación de abuso, hay un abusador (o abusadores) y una víctima. La víctima es una persona que no ha elegido las acciones que se están perpetrando contra ella. Si se le diera a elegir, la víctima no participaría en tal uso indebido que se hace de su persona.
Debemos aclarar esta definición en el caso de los abusos sexuales en la infancia. Muchas víctimas que eran niños en el momento del abuso, sufren un tremendo sentimiento de culpabilidad porque, en algún punto del abuso continuo, pueden haber participado de alguna manera, haberlo encontrado placentero, o incluso haber tratado de continuarlo. El autodesprecio que sigue a esa infancia es insoportable para las víctimas cuando llegan a la edad adulta. Es fundamental que estas víctimas de abusos sexuales en la infancia se den cuenta de que ningún niño es capaz de comprender y aceptar las decisiones de los adultos en materia de sexualidad. El niño es siempre la víctima inocente, independientemente de cómo recuerde los hechos. El adulto o el adolescente mayor que abusó del niño tiene toda la culpa.
En otras situaciones, la víctima puede experimentar una culpa absurda debido a las acciones que condujeron al abuso. Por ejemplo, una víctima de violación puede rebuscar en su memoria algo que haya hecho mal. En una búsqueda errónea de respuestas, puede preguntarse si se puso el vestido equivocado o si actuó con demasiada coquetería. Una de las razones por las que las víctimas tratan de encontrar una forma de culparse es nuestra necesidad humana de sentir que tenemos el control. Es una forma de culpa del sobreviviente, en la que revivimos una situación trágica, tratando de encontrar formas en que podríamos haber hecho una elección diferente que podría haber dado lugar a un resultado diferente. Este tipo de pensamiento crea una falsa culpa (2 Corintios 7:10). La falsa culpa es una de las formas en que nuestro enemigo, Satanás, nos mantiene en la esclavitud. Su mentira nos dice que, si somos de alguna manera culpables, entonces no merecemos la sanidad y el perdón. La verdad es que todos somos culpables todos los días por nuestras decisiones egoístas y necias. Ninguno de nosotros merece la sanidad y el perdón (Romanos 3:10, 23). Por eso necesitamos la gracia de Dios (Efesios 2:8-9). La gracia de Dios al perdonarnos no es selectiva. No hay pecado demasiado grande ni abuso demasiado vergonzoso que la gracia y la misericordia de Dios no puedan cubrir (Salmo 103:12).
Debemos ser sinceros con nosotros mismos y con Dios cuando estemos dispuestos a buscar la restauración y la sanidad. Si realmente hemos tenido algo que ver con lo sucedido, podemos confesarlo como pecado, igual que confesamos cualquier pecado, y saber que Dios responde (1 Juan 1:9; 5:15). Sin embargo, debemos abstenernos de cargar con la culpa del abusador. Si el abuso ocurrió en la infancia o fue infligido sobre nosotros sin participación de nuestra parte, entonces el pecado fue cometido contra nosotros y no por nosotros. No podemos arrepentirnos por el pecado de otra persona. Ser abusado no es pecado; abusar de alguien es pecado. Hay una gran diferencia.
Otra razón por la que las víctimas de abuso luchan por sentirse perdonadas se encuentra en esta frecuente afirmación: "Sé que Dios me perdona, pero no puedo perdonarme a mí mismo". Ese pensamiento parece de humildad, pero en realidad es orgullo invertido. Lo que estamos diciendo es: "Sé que Dios perdona, pero mi estándar es más alto que el de Dios. Sé que la muerte de Jesús fue suficiente para cubrir todos los pecados, excepto éste. Por este pecado, debo castigarme a mí mismo. Debo ayudar a Jesús a pagarlo hasta el momento en que decida que puedo ser perdonado". Eso es orgullo, no humildad. Se necesita mucha humildad para aceptar un perdón que sabemos que no merecemos, y sin embargo eso es exactamente lo que Dios nos ofrece. No podemos ser salvos, perdonados y restaurados a menos que estemos dispuestos a humillarnos ante Él y abandonar nuestros derechos para determinar si Su oferta es suficiente o no (1 Pedro 5:6; Mateo 23:12; Santiago 4:10).
Aquellos que fueron abusados en la infancia pueden aferrarse a la oferta de transformación de Dios (2 Corintios 5:17). Pueden confesar cualquier cosa de su infancia de la que se sientan culpables, pero deben negarse a asumir la responsabilidad de los pecados de los demás. La víctima que ha sufrido abusos en su infancia ha sido despojada de su inocencia por aquellos que deberían haberla protegido. Necesita saber que Dios no está enfadado con él o ella. Como niño, la víctima no tenía la fuerza, el conocimiento o el coraje para resistir el pecado, y no hay culpa por ser simplemente un niño.
El abuso aflige el corazón de nuestro amoroso Dios. Jesús advirtió que los que abusan de otros y los hacen pecar afrontarán Su ira (Lucas 17:2). Él quiere acercarse a los quebrantados de corazón y consolar a los que sufren (Salmo 34:18). No nos condena por las maldades que nos hacen. Jesús sufrió horribles abusos, y puede consolarnos cuando somos maltratados (Isaías 52:14; Hebreos 4:15; Juan 15:13). Él siempre intercede por Sus hijos y da gracia cuando lo llamamos (Romanos 8:34). Dios ofrece sanidad y restauración, sin importar cuán grande sea la herida. Promete que, cuando acudimos a Él por medio de Su Hijo, Jesucristo, nos quita los trapos de inmundicia que llevamos y nos viste de perfecta justicia (Isaías 64:6; Corintios 5:21).
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