8 verdades consoladoras sobre las relaciones en tu vida

TIMOTHY S. LANE • PAUL TRIPP
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Diseñados para no estar solos: Construye relaciones sanas (Editorial Patmos, 2023), por Timothy S. Lane y Paul David Tripp.

Estas son ocho maneras bíblicas en que podemos pensar sobre nuestras relaciones.

1) Estás hecho para las relaciones

En Génesis 2:18, Dios dice que no es bueno que el hombre esté «solo». Esta afirmación tiene más que ver con el diseño de Dios para la humanidad que con la necesidad de Adán. Dios nos creó para ser seres relacionales porque Él es un Dios social en la Trinidad.

Puesto que Dios creó a un ser comunitario (alguien diseñado para las relaciones), la creación está incompleta sin una compañera adecuada. Aunque Génesis 2 habla de la complementariedad entre el hombre y la mujer, las implicaciones son más amplias y alcanzan a todas las relaciones humanas.

Al igual que los seres humanos fueron creados con una necesidad vertical de la compañía de Dios, también fueron creados para la compañía horizontal de otras personas

Además, la palabra «ayuda», utilizada para Eva, habla de la naturaleza complementaria de todas las relaciones humanas y se utiliza para describir a un compañero, no solo a un compañero de trabajo. También se utiliza a menudo para describir la relación de Dios con Su pueblo. Cuando se usa así, se refiere a Dios como nuestro compañero definitivo que aporta a la relación cosas que no podríamos aportar nosotros mismos (Sal 27:933:20-22).

Por tanto, Dios no está refiriéndose a la carga de trabajo de Adán, sino al hecho de que es un ser social que carece de una compañera adecuada. Al igual que los seres humanos fueron creados con una necesidad vertical de la compañía de Dios, también fueron creados para la compañía horizontal de otras personas.

2) De alguna manera, todas las relaciones son difíciles

Todas nuestras relaciones son menos que perfectas. Hay que trabajar para que prosperen. Justo después de la euforia de Génesis 2 llega Génesis 3, donde la entrada del pecado trae frustración y confusión a las relaciones.

En Génesis 3, el hombre y la mujer se enredan en acusaciones y calumnias. Génesis 4 empeora aún más, con un hombre que asesina a su propio hermano. Aunque muchos de nosotros no hemos cometido un asesinato, seguimos viviendo inmersos entre el asesinato, la acusación y la culpa. ¡No es de extrañar que nuestras relaciones sean tan confusas!

Nuestra lucha con el pecado se revela constantemente en ellas. Si quieres disfrutar de algún progreso o bendición en tus relaciones, requerirá que admitas humildemente tu pecado y te comprometas con el trabajo que requieren.

3) Sentimos la tentación de hacer de las relaciones el fin y no el medio

Cuando reflexionamos sobre Génesis 1 – 3, queda claro que la relación primaria que Adán y Eva debían disfrutar era su relación con Dios. Esta comunión vertical con Dios sentaría las bases de la comunidad horizontal que debían mantener entre sí. Todo lo que Dios hizo señalaba a Adán y Eva la primacía de su relación con Él. Toda la creación debía funcionar como una flecha apuntando hacia Dios. Pero en nuestro pecado tendemos a dar más importancia a las personas y a la creación.

Las mismas cosas que Dios creó para revelar Su gloria se convierten, en cambio, en la gloria que deseamos. Nuestros deseos son demasiado débiles y no demasiado fuertes. Nos conformamos con la satisfacción de las relaciones humanas, cuando su propósito era dirigirnos a la satisfacción relacional perfecta que solo se encuentra con Dios. La ironía es que cuando invertimos el orden y elevamos la creación por encima del Creador, destruimos las relaciones que Dios pretendía y que nos habría permitido disfrutar.

4) No hay secretos que garanticen relaciones sin problemas

Todos buscamos estrategias o técnicas que nos liberen del dolor de las relaciones y del duro trabajo que exigen las buenas relaciones. Esperamos que una mejor planificación, una comunicación más eficaz, una clara definición de roles, estrategias de resolución de conflictos, estudios de género y tipificación de personalidades, por nombrar algunas, marquen la diferencia. Estas pueden ser valiosas; pero si fueran todo lo que necesitamos, la vida, muerte y resurrección de Jesús serían innecesarias o redundantes.

Las habilidades y las técnicas nos atraen porque prometen que los problemas relacionales pueden arreglarse modificando nuestro comportamiento sin alterar la inclinación de nuestros corazones. Pero la Biblia dice algo muy distinto. Dice que Cristo es la única esperanza real para las relaciones, porque solo Él puede profundizar lo suficiente como para abordar las motivaciones y deseos fundamentales de nuestros corazones.

5) En algún momento te preguntarás si las relaciones merecen la pena

En algún punto, cada uno de nosotros se sentirá desanimado y decepcionado con una relación. La salud y la madurez de una relación no se miden por la ausencia de problemas, sino por la forma en que se manejan los problemas inevitables.

Desde que nacemos hasta que morimos, somos pecadores que viven con otros pecadores. Una buena relación implica identificar honestamente los patrones de pecado que tienden a perturbarla. También implica ser humilde y estar dispuesto a protegerte a ti mismo y a la otra persona de estos patrones de pecado. Debido a que el conflicto humano es el resultado de las batallas espirituales en nuestros corazones, las relaciones sabias siempre buscan estar conscientes de esa lucha más profunda.

La salud y la madurez de una relación no se miden por la ausencia de problemas, sino por la forma en que se manejan los problemas inevitables

Incluso en tiempos de paz, debemos estar atentos al modo en que nuestras relaciones pueden ser secuestradas por los deseos subyacentes de nuestros corazones, que cambian sutil y constantemente.

¿Cómo afrontas las decepciones relacionales? ¿Culpas, niegas, huyes, evitas, amenazas o manipulas? ¿O dices la verdad, muestras paciencia, te acercas a la gente con delicadeza, pides perdón y lo concedes, pasas por alto las ofensas menores, animas y honras a los demás? Admitamos que nos toca plantearnos estas preguntas a cada momento en el día a día. ¡La verdadera madurez cristiana no puede ser más práctica y concreta!

6) Dios permite relaciones desordenadas para Su propósito redentor

Este sexto hecho nos recuerda que lo que naturalmente tratamos de evitar es lo que Dios ha elegido usar para hacernos más como Él. ¿Te has preguntado alguna vez por qué Dios no mejora tus relaciones de la noche a la mañana? A menudo pensamos que si Dios realmente se preocupara por nosotros, haría nuestras relaciones más fáciles. En realidad, una relación difícil es una señal de Su amor y cuidado.

Preferiríamos que Dios se limitara a cambiar la relación, pero no estará contento hasta que la relación nos cambie también a nosotros. Así es como Dios diseñó que las relaciones funcionen.

Lo que ocurre en el desorden de las relaciones es que nuestros corazones se revelan, nuestras debilidades quedan al descubierto y empezamos a llegar al final de nosotros mismos. Solo cuando esto sucede buscamos la ayuda que únicamente Dios puede proporcionarnos.

Personas débiles y necesitadas que encuentran su esperanza en la gracia de Cristo llegan a ser la marca de una relación madura

Personas débiles y necesitadas que encuentran su esperanza en la gracia de Cristo llegan a ser la marca de una relación madura. El aspecto más peligroso de tus relaciones no es tu debilidad, sino tus ilusiones de fortaleza. La autosuficiencia es casi siempre un componente de una mala relación. Aunque nos gustaría evitar el desorden y disfrutar de una comunidad profunda e íntima, Dios dice que es en el proceso mismo de trabajar a través del desorden, donde se encuentra la intimidad. ¿Qué relaciones son más significativas para ti? Lo más probable es que sean aquellas en las que has tenido que superar dificultades y penurias.

7) Que nuestras relaciones funcionen bien es un signo de gracia

Uno de los mayores impedimentos a los que nos enfrentamos en las relaciones es nuestra ceguera espiritual. Con frecuencia no vemos nuestros pecados, ni vemos las muchas maneras en que Dios nos protege a nosotros y a los demás de ellos. Dios nos resguarda constantemente de nosotros mismos al frenar nuestro pecado. Nos parecemos mucho al siervo de Eliseo en 2 Reyes 6:15-22.

¿Cómo mides tu potencial en las relaciones? ¿Mides el tamaño de los problemas o la magnitud de la presencia de Dios en medio de ti? Teniendo en cuenta nuestro pecado, ¡es increíble que la gente se lleve bien!

Tendemos a ver pecados, debilidades y fracasos, en lugar de las cosas buenas que Dios está haciendo. Si buscas a Dios en tus relaciones, siempre encontrarás cosas por las cuales estar agradecido.

8) Las Escrituras ofrecen esperanza para nuestras relaciones

¿Te desanima el desafío y el desorden de las relaciones? Si es así, estás preparado para la siguiente verdad: la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la cruz, constituye la base de nuestra reconciliación. Ninguna otra relación ha sufrido más que la que experimentaron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo cuando Jesús colgó de la cruz (Mt 27:46).

En Su vida, muerte y resurrección, Jesús trajo la reconciliación de dos maneras fundamentales: Jesús nos reconcilió con Dios, lo que se convierte en el fundamento de la forma en que nos reconcilia entre nosotros. Cuando Dios reina en nuestros corazones, la paz reina en nuestras relaciones.

Esta obra solo se completará en el cielo; pero hay mucho de lo que podemos disfrutar ahora. El Nuevo Testamento ofrece la esperanza de que nuestras relaciones puedan caracterizarse por cosas como la humildad, la amabilidad, la paciencia, la honestidad edificante, la paz, el perdón, la compasión y el amor. ¿¡No es maravilloso que la gracia de Dios pueda hacer esto posible, incluso para los pecadores en un mundo caído!? Esta esperanza desafía cualquier complacencia y desánimo que podamos tener sobre nuestras relaciones, porque siempre hay más crecimiento, paz y bendición que la gracia de Dios puede traer, incluso aquí en la tierra.



 







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