El Moisés de 40 años frente al Moisés de 80 años

CALEB BRASHER
Coalición por el Evangelio
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Una lección sobre el poder de la debilidad y la ilusión de control

Decir «confío en Dios» es fácil. Ponerlo en práctica es otra historia.

Todos sentimos la tentación de controlar nuestras circunstancias y nuestro entorno, por lo que nos sentimos atraídos por cualquier cosa que nos ayude a conseguir ese control: fuerza, capacidad, autodeterminación. Sin embargo, no suele pasar mucho tiempo antes de que nuestros esfuerzos por estabilidad se tambaleen, dejándonos (una vez más) con una mezcla exasperante de incertidumbre y ansiedad.

¿Qué hacemos con esto? ¿Qué dice Dios a nuestras luchas infructuosas por el control? Creo que la historia de Moisés contiene una lección sencilla.

El Moisés de 40 años: poderoso, pero débil

Cuando Moisés asesina a un egipcio por golpear a un esclavo hebreo (Ex. 2:11-12), tiene 40 años. Hasta ese momento, se había criado en la casa del faraón como hijo adoptivo de la hija del faraón. Esteban lo describe más tarde de esta manera: «Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios, y era un hombre poderoso en palabras y en hechos» (Hch 7:22). Sin duda, es lo bastante hábil en el combate como para hacer frente al egipcio él solo. No es de extrañar que Moisés piense que será él quien libere al pueblo de Dios de Egipto. Esteban también parece insinuar esto: «Pensaba que sus hermanos entendían que Dios les estaba dando libertad por medio de él, pero ellos no entendieron» (Hch 7:25).

Moisés, de cuarenta años, es fuerte, educado y hábil. Tiene influencia política, conocimientos militares, dotes físicos y una profunda simpatía por su pueblo. Sin duda, es el hombre de Dios.

Pero todo se desmorona. El pueblo lo rechaza. El faraón quiere matarlo. No le queda más remedio que huir al desierto, casarse con la hija de un sacerdote, tener hijos y pastorear los rebaños de su suegro. En un único intento de tomar las riendas del asunto, los sueños de grandeza de Moisés se vinieron abajo.

Moisés ha pasado de «Tiene sentido que Dios me use» a «¿Quién soy yo para que Dios me use?». En ese cambio, demuestra que ahora está preparado

Moisés entró entonces en cuarenta años de insignificancia, languideciendo en el desierto. Como suele ocurrir, Dios realiza algunas de Sus mejores obras en el desierto.

El Moisés de 80 años: débil, pero poderoso

Cuatro largas décadas después, Dios se encuentra con Moisés junto a la zarza ardiente. Ha sido un pastor común y corriente en una zona olvidada; seguramente, cualquier sueño de ser usado poderosamente se ha desvanecido en el olvido. Pero Dios quiere usar a este Moisés, no a la versión anterior. No es de extrañar que Moisés responda: «¿Quién soy yo para ir a Faraón, y sacar a los israelitas de Egipto?» (Ex 3:11). El octogenario Moisés es débil. Ni siquiera puede hablar bien. ¿Por qué le elegiría Dios, y por qué ahora?

Moisés ha pasado de «Tiene sentido que Dios me use» a «¿Quién soy yo para que Dios me use?». En ese cambio, demuestra que ahora está preparado.

Dios deconstruye la fuerza de Moisés para que aprenda quién tiene el control realmente. Dios no necesita a Moisés; Moisés necesita a Dios. El plan de Moisés refleja su nueva actitud. No marcha hacia Egipto con una elaborada estrategia militar. No entra con un arsenal de armas sofisticadas para armar a una nación esclavizada para la rebelión. Moisés entra cojeando, tartamudeando y con un bastón; pero, a través de él, Dios derrocará a la nación más poderosa del mundo y redimirá a Su pueblo. El Señor eligió al hombre de 80 años, no al de 40, porque el anciano Moisés sabía que su debilidad era una plataforma para la fuerza de Dios.

Dios no necesita que seamos impresionantes. Él utiliza vasijas de barro rotas

Dios no necesita que seamos impresionantes. Él utiliza vasijas de barro rotas (2 Co 4:7); personas que, como Moisés, se preguntan: «¿Quién soy yo para que me uses?». Es ahí, en esa confesión de debilidad, donde se perfecciona Su poder, se revela Su gloria y resplandece Su gracia (2 Co 12:9-10). Interiorizar esto nos libera de intentar actuar como Dios. Ya no tenemos que poner manos a la obra en nuestras vidas, tomando los asuntos en nuestras manos en lugar de descansar en el programa soberano de Dios. En lugar de eso, podemos esperar.

Abraza la debilidad y experimenta el verdadero poder

Puede que Dios te haya dado algunos dones extraordinarios. Pero ten cuidado: esos dones pueden ser lo que te impida tener una relación más profunda con Él y ser fructífero en tu iglesia local, tu hogar o tu vecindario.

¿En quién confiarás? Pon tu confianza para el presente, y tu esperanza para el futuro, en las manos capaces de tu Dios que guarda Sus promesas.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.



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