Ama y escucha a tu hermano que piensa diferente

NATACHA GLORVIGEN
Coalición por el Evangelio
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2 principios para conversar con él

A través de la historia, y hasta nuestros días, los cristianos hemos tenido múltiples diferencias respecto a la interpretación de algunos pasajes de las Escrituras y a la aplicación de ciertos principios bíblicos. Encontramos más de una posición en temas como el bautismo de niños, los dones espirituales, los tatuajes, el alcohol, el baile, nuestra relación con la cultura, entre otros; y esto ha traído divisiones y rivalidades entre los creyentes. Muchas veces concluimos que no estamos de acuerdo con otros hermanos, y a veces lo demostramos de las formas menos misericordiosas posibles.

Incluso entre creyentes genuinos es imposible no tener desacuerdos sobre diversos asuntos teológicos (secundarios o terciarios) o cotidianos. Sin embargo, los cristianos estamos llamados a preservar la unidad en el cuerpo de Cristo (Ef 4:3). Para lograr esa unidad, es necesario que manejemos nuestras diferencias en amor. Pero ¿cómo lo logramos?

Estando en el seminario aprendí dos principios vitales para esto, los cuales creo que pueden ayudarnos a todos los creyentes a evitar conductas sin amor hacia hermanos que piensan diferente a nosotros.

1. Rechazamos las ideas en las que discrepamos, no a las personas

Cuando no estamos de acuerdo con un creyente en cierto asunto, eso no significa que debamos ignorar a esa persona o todo lo que provenga de ella.

Sé que esto es posible porque he visto a eruditos bíblicos conversar sobre sus diferencias teológicas sin menospreciarse. Al contrario, se tratan como verdaderos hermanos en Cristo: se escuchan para entender; se aseguran de comprender bien por qué el otro piensa distinto; consideran el punto de vista contrario, pero son honestos si no lo comparten. Luego, los he visto ir juntos a tomar un café y charlar sobre la vida. Algunos de ellos continúan recomendando el trabajo de la otra persona en los puntos en los que sí coinciden.

En otras palabras, sus diferencias de opinión no los convierten en enemigos. Esto ha sido para mí un testimonio de su madurez espiritual, la cual no menoscaba la profundidad de su conocimiento teológico.

La madurez de nuestra fe se revela más claramente por el modo con que tratamos al hermano que, en nuestra estimación, está equivocado

He aprendido que, como cristianos, no somos mejores porque tenemos la posición correcta sobre cierto asunto teológico secundario. En cambio, la madurez de nuestra fe se revela más claramente por el modo con que tratamos al hermano que, en nuestra estimación, está equivocado. Rechazar la idea de otro no quiere decir rechazar al otro, sino saber decir: «No estoy de acuerdo contigo en esto, pero tú vales para mí mucho más que esta diferencia».

Después de todo, en el cuerpo de creyentes nos necesitamos mutuamente (1 Co 12:21). Sería irresponsable de mi parte decirle a mi hermano en la fe: «Como no piensas como yo, no te necesito». Al contrario, preservar la unidad en el cuerpo de Cristo requiere acercarnos a otros con humildad. Si nos une el acuerdo por las verdades esenciales de la fe cristiana, hay espacio entre creyentes para conversar en amor sobre aquellos asuntos secundarios o terciarios en los que no estamos tan de acuerdo como quisiéramos.

Cuando la iglesia de Corinto comenzó a dividirse en grupos que seguían a Pablo, Apolos, Cefas y Cristo (1 Co 1:12), el apóstol Pablo les recordó la centralidad del evangelio que los unía más allá de sus diferencias. Al igual que ellos, los creyentes hoy estamos unidos en Cristo. Por lo tanto, no hace falta que nos hagamos enemigos de Cefas solo porque coincidimos más con Apolos. Juntos podemos ayudarnos a crecer en el conocimiento de nuestra fe y en la madurez para convivir con quienes piensan diferente.

2. Tratamos las ideas de otros con justicia y respeto

En mis días de educación secundaria, tenía amigos que menospreciaban mi fe cristiana como si se tratara de un cuento de hadas. En su estimación, los seguidores de Cristo simplemente habían decidido apagar su cerebro y seguir con una tradición religiosa sin sentido. Hablaban de la fe en Jesús con gran ignorancia, pero la juzgaban como si tuvieran mucho conocimiento de la Biblia y de la fe de los cristianos.

Si ellos realmente me hubiesen valorado como amiga y como persona, se hubieran tomado el tiempo de entender lo que yo verdaderamente creía. Habrían hablado del tema con respeto a pesar de no coincidir conmigo en asuntos de fe. Pero, al juzgar el cristianismo sin investigarlo por sí mismos y sin entenderlo, me comunicaban que su intención no era sacarme de lo que decían era «mi error» para ayudarme, sino avergonzarme; y, pues, cuesta mucho tener una amistad genuina en esos términos.

Esto es fácil de entender, especialmente si has lidiado con una situación similar; pero ¿acaso no cometemos el mismo error entre cristianos? Con frecuencia, cuando hablamos de ideas con las que no estamos de acuerdo, lo hacemos con cierto desdén. Nos referimos a ellas como si fueran absurdas o claramente erróneas si tan solo sus proponentes leyeran «bien» la Biblia. Pocas veces procuramos entender cómo los otros hermanos han llegado a conclusiones distintas a las nuestras.

Rechazar la idea de otro no quiere decir rechazar al otro, sino saber decir: ‘No estoy de acuerdo contigo en esto, pero tú vales para mí mucho más que esta diferencia’

Además, nuestro conocimiento de esas convicciones usualmente se basa en lo que alguien nos ha contado y no en nuestra verdadera investigación sobre el tema. De hecho, pocas veces nos sentamos con el hermano que piensa distinto para verdaderamente entenderlo y aprender sobre su postura. No tenemos que estar de acuerdo con todo lo que otros dicen, pero podemos tratar sus convicciones con la justicia y el respeto que exigimos para las nuestras. Después de todo, es difícil escuchar a una persona que solo quiere «ganar» (o, a veces, humillar) y no ayudar.

Los creyentes hemos sido bautizados en un solo cuerpo por el Espíritu de Dios (1 Co 12:13) y hemos sido «llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos» (Ef 4:4-6, NVI). Lo que nos une es infinitamente más importante que lo que nos separa.

Debemos demostrar esto en el modo en que nos tratamos mutuamente, especialmente cuando estamos en desacuerdo. No queremos que el mundo pierda de vista los aspectos esenciales de nuestra fe solo porque insistimos en agredirnos o menospreciarnos por las cosas pequeñas. Al contrario, la humildad y el amor que aprendemos en el evangelio nos invitan a escucharnos los unos a los otros y a tratarnos como nos gustaría ser tratados, así como nos enseñó nuestro Señor Jesús (Lc 6:31).

Tal vez en el proceso sintamos que «perdemos» unos cuantos debates teológicos, pero habremos ganado a nuestros hermanos, y eso es mucho mejor.




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