Por qué es necesaria la predicación expositiva en la iglesia?

SAM MASTERS
Coalición por el Evangelio
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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro La Biblia en el centro: Cómo exaltar la Palabra de Dios en tu vida, familia e iglesia. Haz clic en el enlace para descargarlo gratis.

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Nuestra cultura perdió el temor a lo sagrado hace mucho tiempo. Al igual que los paganos de la antigüedad, tememos las fuerzas impredecibles de la naturaleza y el descontrol social: el clima, las pandemias, el desequilibrio económico, la criminalidad o la guerra. Sin embargo, no tememos al Dios verdadero.

Tomamos en vano el nombre de Dios sin temer las consecuencias y consideramos ridículas a aquellas pocas personas que se esfuerzan por llevar vidas piadosas. Es lamentable que estas actitudes se extiendan incluso entre cristianos y que encontremos en nuestros púlpitos demostraciones de la misma falta de reverencia. Quizás haya una relación de causa y efecto entre estos dos fenómenos: nuestras congregaciones no sienten un temor sagrado porque desde nuestros púlpitos ya no se escucha la voz de Dios.

Pedro presenta un mandato a los predicadores de esta generación ligera e irreverente: «Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios» (1 P 4:11, RV60). «Palabras» (gr. λόγια) también puede traducirse como «oráculos»; de hecho, la Biblia del Jubileo (BJS) lo traduce así. El término «oráculo» sugiere el misterio de una voz desde un más allá, la sensación escalofriante de una comunicación de lo trascendente.

La afirmación «Si alguno habla, hable como los oráculos de Dios» (1 P 4:11 BJS) inspira un temor sagrado. Las Escrituras son las palabras del Dios vivo, Aquel que con el poder de Su palabra hizo existir lo que no existía y que ahora lo puede deshacer si así lo desea. El mismo que, según Su Palabra, juzgará a los seres humanos y pronunciará el destino eterno de cada uno. Atreverse a tomar en nuestras bocas la Palabra de Dios requiere la misma preocupación por la santidad que se demandaba a los sacerdotes del Antiguo Testamento.

Entonces, ¿cómo tomamos en nuestras manos la divina Palabra viviente? ¿Cómo abrimos este libro sumamente sagrado? La Biblia misma tiene la respuesta.

Exponer el sentido

Bajo el liderazgo de Nehemías y Esdras, Israel vivió un avivamiento luego del regreso del exilio en el que recuperaron las Escrituras como eje de la vida del pueblo. En un día muy especial, los sacerdotes y los levitas presentaron la ley al pueblo congregado en Jerusalén: «Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura» (Neh 8:8, RV60). Este evento es un ejemplo de lo que hoy llamamos «predicación expositiva».

Quizás nuestras congregaciones no sienten un temor sagrado porque desde nuestros púlpitos ya no se escucha la voz de Dios

Este tipo de predicación tiene como propósito exponer el sentido original del texto. Es en realidad una disciplina intelectual y espiritual al mismo tiempo, que tiene como objetivo oír con claridad la voz de Dios.

Al igual que con una radio antigua, ajustamos la sintonía con el fin de recibir la señal sin interferencia. Queremos eliminar el ruido de la cultura e incluso de la personalidad del predicador. En cierto sentido, el fin del predicador debe ser el de desaparecer (cp. Jn 3:30). En la predicación expositiva, la personalidad del predicador se somete al propósito sencillo de transmitir fielmente no los pensamientos profundos y creativos de él mismo, sino las palabras de Otro.

Una de las más completas definiciones de la predicación expositiva es la de Haddon Robinson:

La predicación expositiva es la comunicación de un concepto bíblico, derivado de, y transmitido por medio de, un estudio histórico, gramatical y literario de cierto pasaje en su contexto, que el Espíritu Santo aplica, primero, a la personalidad y la experiencia del predicador, y luego, a través de este, a sus oyentes (La predicación bíblica, p. 15).

Esta definición resalta la necesidad de un estudio profundo del texto bíblico. Cuanto mejor entendamos el trasfondo histórico, gramatical y literario de un pasaje, mejor podremos exponer la verdad eterna y su aplicación a nuestra situación hoy.

Sin embargo, el proceso no es exclusivamente un proceso de estudio. El estudio debe ir acompañado de la oración y la sumisión al ministerio de enseñanza del Espíritu Santo. Solo el Autor de las Escrituras puede iluminar nuestro entendimiento. La preparación de un mensaje expositivo puede entenderse como una disciplina espiritual en la que sometemos nuestras mentes y corazones a la autoridad de la Palabra, antes de tener la audacia de predicar a nuestras congregaciones.

Por último, la predicación expositiva es la búsqueda de las huellas de Cristo en toda la Biblia. La Biblia es el relato del plan redentor de Dios y en cada página podemos encontrar la sombra de la cruz. Sin duda, la disciplina de la predicación expositiva limita notablemente la creatividad del predicador, pero es precisamente allí donde reside el poder genuino en la predicación.

Pablo escribió: «Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado» (1 Co 2:1-2, RV60). Pablo no se basó en sus propios dones, sino que predicó con debilidad y temor, rechazando palabras persuasivas de sabiduría humana y enfocándose solo en la cruz de Cristo. El resultado de su proclamación fue una «demostración del Espíritu y de poder» (v. 4).

Los resultados de la predicación

En resumen, resulta difícil encontrar una definición más sencilla de la predicación expositiva que la del evento en el libro de Nehemías: leer la Palabra de Dios y explicar su sentido. Allí se revelan los resultados de la predicación expositiva.

La predicación expositiva limita notablemente la creatividad del predicador, pero es allí donde reside el poder genuino en la predicación

En aquel evento vemos que el pueblo recibió la Palabra con reverencia, algo que a menudo falta en nuestros días. Cuando Esdras abrió el libro de la ley y bendijo al Señor, «todo el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén! alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra» (Neh 8:6, RV60).

Además, vemos otra reacción sorprendente. Esdras y los levitas tuvieron que decir al pueblo: «Día santo es a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley» (v. 9, RV60). Los años perdidos en los que el pueblo de Israel no había seguido con reverencia la enseñanza de la ley justificaban esta tristeza. Sin embargo, el día no terminó con lágrimas. Los levitas recomendaron festejar este momento de la recuperación de la Palabra de Dios, diciendo: «No os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza» (v. 10, RV60).

Todo avivamiento genuino coincide con la recuperación de la Palabra de Dios. La Reforma protestante siguió este mismo patrón. Desde muchos púlpitos se comenzó a leer la Palabra y a explicar su sentido. Nosotros también podemos experimentar este movimiento del Espíritu de Dios si estamos dispuestos a cambiar nuestras palabras persuasivas de sabiduría humana por el sencillo pero poderoso mensaje de «Jesucristo, y a este crucificado».








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