Cómo pasar de la insatisfacción al contentamiento

PATRICIA NAMNÚN
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso


Siempre me han gustado los perros grandes y de manera particular los golden retriever. Hace varios años mi esposo me sorprendió regalándome a Luna, una cachorra de esta raza.

Es una perra hermosa que ama las pelotas de tenis; aunque creo que «amar» no es la palabra correcta, más bien tiene una obsesión con ellas. Resulta que al lado de nuestra casa hay una cancha de tenis, por lo que continuamente caen pelotas a nuestro patio y eso ha sido el cielo para Luna. He llegado a tener diez o más pelotas rodando por toda mi casa y ella hasta trata de jugar con todas al mismo tiempo.

Pero cada vez que cae una nueva pelota en el techo, Luna se olvida de todas las que tiene y se enfoca solo en la que no puede tener. A pesar de que tiene tantas pelotas, nunca es suficiente, y no tener esa que quiere se convierte en un dolor y una agonía para ella.

¿No se parece esta historia a nuestras vidas? Muchas veces nos encontramos insatisfechas con nuestras circunstancias o con aquello que tenemos o no tenemos. Queremos más o queremos cambiar nuestras circunstancias, y por mirar lo que no tenemos perdemos de vista todo lo que sí tenemos.

Si tan solo…

En nuestra naturaleza pecadora siempre es tentador pensar que estaríamos mejor «si tan solo…». Si tan solo no tuviera esto, si tan solo tuviera más, si tan solo tuviera lo que ella tiene… Si tan solo (ponle el nombre que quieras)… «todo estaría bien».

La insatisfacción nos es natural; esa actitud de inconformidad y amargura hacia las diferentes circunstancias de nuestras vidas. Nos es natural ese corazón que, sin importar en las circunstancias en que se encuentre, siempre quiere más o algo distinto, y en el que una de sus características principales es la queja.

El contentamiento no tiene nada que ver con un cambio de circunstancias, sino con un cambio del corazón

Pero hay algo que solemos perder de vista y es que el contentamiento no tiene nada que ver con un cambio de circunstancias, sino con un cambio del corazón. Por eso debemos reconocer que la insatisfacción es un síntoma de algo mucho más profundo. Así como los síntomas físicos nos ayudan a descubrir qué enfermedad tenemos, la insatisfacción debe ayudarnos a reconocer y tratar los problemas de nuestro corazón.

La insatisfacción en nosotras revela un corazón que no confía en Dios. ¿Lo habías pensado de esta manera? Cuando no nos sentimos contentas y satisfechas con nuestras circunstancias, nuestro corazón dice: «Dios, no me siento segura de cómo Tú estás haciendo las cosas». Así se evidencia que tenemos un corazón que no confía en Dios y que termina en insatisfacción.

El secreto del contentamiento

El contentamiento cristiano es la característica de un corazón que está confiado en su Señor y que de manera voluntaria se somete y se deleita en la disposición amorosa, sabia y paternal de Dios para cada circunstancia. El contentamiento es la sumisión interior del corazón.

Pablo aprendió a contentarse más allá de sus circunstancias porque, como ya mencioné, el contentamiento no tiene nada que ver con un cambio de circunstancias sino con un cambio del corazón. Mira cómo está mostrado en la Palabra de Dios:

No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza , y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Fil 4:11-13).

Pablo aprendió a estar contento cuando aprendió que Cristo era suficiente para él. Así escribió el famoso verso: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (v. 13).

Encontramos paz y gozo en medio de las circunstancias difíciles, cuando Cristo es nuestra perla de gran precio, cuando nuestros ojos están puestos en Él 

Este verso enseña la clave o el secreto del contentamiento, y es un secreto a voces. Pero ha sido malinterpretado en múltiples ocasiones. Muchos lo usan como si fueran Popeye y Cristo su espinaca. Como si en Cristo pudieran lograr lo que sea que quieran hacer. Pero el significado es mucho más profundo que ese entendimiento simple y fuera de contexto. Lo que Pablo dice es que el secreto del contentamiento está en Cristo. Es en Él que puedo alcanzar el contentamiento, sin importar lo difícil que sea la circunstancia que esté viviendo.

En Cristo puedo estar contenta en medio de la enfermedad, en medio de la dificultad económica, en medio de la soledad, en medio de la rebeldía de un hijo, en medio de una circunstancia difícil en mi trabajo. En medio de cada una de estas circunstancias: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (v. 13).

Podemos encontrar paz y gozo en medio de las circunstancias difíciles de la vida, cuando Cristo es nuestra perla de gran precio (Mt 13:45-46), cuando nuestros ojos están puestos en Él (He 12:2).

Seguras en Él

Nuestras vidas son frágiles. Nuestras circunstancias cambian continuamente. Pero nuestro Señor no cambia. Por eso podemos encontrar nuestra seguridad en Él y no en nuestras circunstancias. Nuestros ojos deben estar en Él y no en lo que suceda a nuestro alrededor.

Solemos vivir como si nuestra mejor vida fuera ahora y nos olvidamos de que somos peregrinas y extranjeras en este mundo (1 P 2:11). Necesitamos recordar que cada situación que nos toque vivir de este lado del sol es temporal. Esta no es nuestra morada final.

Nuestro hogar y nuestra mejor vida están por venir, donde no habrá más llanto, ni dolor, ni decepciones, ni enfermedad, ni escasez ni pecado en nosotras. Todo eso pasará. Mira lo que Pablo mismo, el hombre que aprendió a contentarse, nos dice:

Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Co 4:16-18).

Nuestro contentamiento se encuentra en Cristo y en nadie más.

Guiar nuestro corazón al contentamiento requerirá que fijemos nuestros ojos en Él y que podamos crecer en una relación con Él, en la que lo amemos profundamente y depositemos toda nuestra confianza en que Él sabe lo que es mejor para nosotras.

Recuerda que el contentamiento no tiene nada que ver con un cambio de circunstancia, sino con un cambio de corazón: un corazón que tiene sus ojos fijos en Jesús.

 







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