La corta vida de mi hijo no fue un desperdicio

JOHN MUSYIMI
Coalición por el Evangelio
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Tugi Mbugua Musyimi formó parte de nuestra familia durante nueve meses. Dios empezó a tejerlo en el vientre de su madre en algún momento de julio de 2022. Desde el primer momento en que supimos de su existencia, nos emocionamos porque Dios respondió a nuestra oración de hacer crecer nuestra familia.

A lo largo de las visitas mensuales al médico, vimos cómo Tugi pasaba de ser un pequeño punto en forma de habichuela en la pantalla a un bebé hecho y derecho. Oímos latir su corazón muchas veces y le vimos jugar en el útero. Cada patada voluntaria y cada latido fuerte eran la promesa de un hijo sano y activo. En uno de los escáneres obtuvimos una imagen en 3D de su cara. Llegué a la conclusión de que se parecía a mí. Su madre protestó un poco, pero acabó aceptando que, como mínimo, sus labios delataban la fuerza de los genes Musyimi.

Junto con unos amigos, le apodamos «T5», y nos pusimos a buscar un nombre que empezara con T para él. En esa búsqueda probamos y descartamos muchas ideas, sobre todo mías. Sus hermanos —Taji, Tami, Tia y Tando— nos sugirieron un par de nombres que también rechazamos con más delicadeza.

Sus hermanos estaban muy ilusionados con su llegada a la familia. Mientras nosotros le llamábamos «T5», ellos le llamaban «el bebé». Seguro que respondimos a cientos de preguntas sobre el bebé: «¿Qué come el bebé?», «¿Habla?», «¿Está durmiendo?», «¿Cuándo saldrá el bebé?», «¿Cómo saldrá el bebé?». (Esto último fue respondido con un silencio incómodo por parte de mi esposa y mío, y con un «¿Han terminado tus tareas?»). El predecesor inmediato de Tugi, Tando, le reservó un vasito verde para que bebiera de él. A Tugi le hablaban todo el tiempo: «Hola, bebé». «Adiós, bebé». «Buenas noches, bebé».

Incluso antes de nacer, Tugi daba mucho de que hablar a nuestra familia y amigos. Era amado. Era cuidado. Tenía lo necesario y estaba protegido.

Luego llegó el 22 de marzo de 2023.

Se fue

Sin que lo supiéramos, mientras jugaba en el vientre de su madre, a Tugi se le enrolló el cordón umbilical alrededor del cuello. Poco a poco, fue perdiendo la vida.

Más tarde, mi mujer, Mumbi, notó que no se movía tanto como acostumbraba. Había tenido un día muy ajetreado haciendo los últimos preparativos para Tugi con su abuela, así que atribuimos la falta de movimientos a que estaba dormido. Habíamos oído que a partir de la semana 38 es bastante habitual que haya menos movimientos, ya que el bebé va ocupando más espacio en el útero, así que decidimos que iríamos al médico al día siguiente si las cosas no mejoraban. Fuimos. Primera exploración: no se oyen latidos. Segunda exploración: el médico nos mira preocupado.

«Tenemos un problema», nos dijo.

«¿Se ha ido el bebé?», preguntamos.

«Sí».

Nuestro mundo se hizo pedazos.

Afligidos pero no aplastados

Entre lágrimas de dolor e incredulidad, informamos a familiares y amigos cercanos, que acudieron rápidamente en nuestra ayuda. Poco después, estábamos en el ala de maternidad del Hospital Aga Khan, preparando a mi esposa para pasar por el arduo proceso del parto. Se necesitaba un grado inusual de fortaleza para dar a luz a nuestro bebé sin vida. Sin embargo, por la misericordia de Dios, lo hizo, y 24 horas después, tuvimos en nuestros brazos el cuerpo de nuestro pequeño Tugi. Una semana después, celebramos un servicio y enterramos su cuerpo en el cementerio de Lang’ata.

Nuestro hijo nos hizo ver y apreciar el poder de Dios. Cada ecografía era una ventana a la maravilla de la intrincada sabiduría de Dios

A raíz de nuestra pérdida, hemos recibido y seguimos recibiendo consuelo y cuidado excepcional de los santos de la Iglesia Bautista Emmanuel. Ellos oraron, visitaron, llamaron, enviaron mensajes de texto, entregaron comidas, y dieron financieramente. Nuestras familias también nos sirvieron desinteresadamente a lo largo de esta experiencia espantosa. Otras comunidades nos brindaron su atención y apoyo de diversas maneras. (En caso de que alguno de ustedes esté leyendo esto, les agradecemos desde lo profundo de nuestros corazones).

La vida de Tugi estuvo llena de dignidad y valor. En sus 268 días vividos en el vientre materno, esto es algo de lo que Tugi hizo por nosotros:

  1. Nos hizo ver y apreciar el poder de Dios. Cada ecografía era una ventana a la maravilla de la intrincada sabiduría de Dios.
  2. Nos trajo gran gozo. Su sola existencia nos encantó. Los sonidos de los latidos de su corazón, sus patadas y movimientos, la imagen de su rostro en la ecografía 3D, y nuestras proyecciones sobre el aspecto que tendría y cómo sería cuando naciera fueron fuente de gran alegría de parte de Dios.
  3. Nos hizo orar. A menudo era objeto de nuestras peticiones y acciones de gracias a Dios. Pedimos un embarazo sano y Dios nos lo concedió en Tugi.
  4. Enriqueció nuestro matrimonio. El hecho de que mi esposa estuviera embarazada de Tugi creó muchas oportunidades, para que ella y yo nos sirviéramos mutuamente, que no habríamos tenido de otro modo. Eso fue bueno para nosotros.
  5. Incluso en su muerte, Tugi nos recuerda tenue pero claramente la historia del evangelio. Hay otro que perdió un hijo. La diferencia es que Él perdió un hijo para que Mumbi y yo, y muchos otros, pudiéramos tener vida eterna. Dios Padre entregó a Su Hijo Jesucristo, el encarnado, que murió para salvarnos. Su muerte, a diferencia de la de Tugi, no fue un accidente, sino un acto voluntario para hacer expiación por todos los que se apartarían del pecado y confiarían en Él. No permaneció muerto, sino que resucitó victorioso sobre la tumba. Su resurrección garantiza que un día Tugi también resucitará junto con nosotros. Nos reuniremos de nuevo en una vida indestructible, y juntos contemplaremos a nuestro Dios.

Aunque la vida de Tugi fue corta, no se desperdició. Fue un regalo de Dios, aunque solo estaba destinado a ser disfrutado y administrado durante un periodo breve de tiempo

Aunque la vida de Tugi fue corta, no se desperdició. Fue un regalo de Dios, aunque solo estaba destinado a ser disfrutado y administrado durante un periodo breve de tiempo.

En cuanto a nosotros, aunque estamos bajo nubes oscuras, hemos recibido una profunda misericordia de nuestro Señor a través de Su pueblo. Nuestro dolor es grande, pero Su gracia es mayor. Aplastados como estamos por la repentina muerte de Tugi, besamos la vara que nos hiere y decimos: «El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; / Bendito sea el nombre del Señor» (Job 1:21).

No se podrían encontrar mejores palabras para concluir que las del rey David cuando murió su propio hijo pequeño: «Yo iré a él, pero él no volverá a mí» (2 S 12:23).

Adiós, hijo.


Publicado en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.

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