El reposo de mi alma no está en mí

Alex López
La Catapulta
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Y, de pronto, estaba alejado del bullicio de la ciudad. Una pausa para compartir con mi familia y unos amigos.

A la noche, se adelantaron todos al restaurante. No había nadie más en la piscina. En ese pequeño instante, me puse a reflexionar.

El agua de la piscina tranquila, el sonido de las cataratas artificiales generando ese ruido relajante y tranquilizador. La piscina cambiaba de colores y sólo podía pensar en que la paz y la bendición de Dios no se pueden comprar, sólo recibir.

La paz y la quietud del corazón, sólo vienen del cielo. Podemos viajar al mejor lugar del mundo, pero la ansiedad nos persigue hasta allá. Podemos dormir y descansar el cuerpo, pero la mente sigue intranquila al despertar.

Hay una paz que no se compra con guardaespaldas, con pastillas o con lugares. Es una que se lleva en el corazón y que desciende del cielo. Es ser conocido y conocer. Es ser amado y amar. Es pasar de ser creación, a tener una relación con el Creador y, que nos llame, hijo.

El reposo del alma, viene al reconocer que no está en nosotros, no se encuentre en nosotros, procede de otro lugar. Trabajamos a cambio de recibir ingresos o utilidades. Hacemos ejercicio para manejar mejor el estrés y estar saludables. Trabajamos y recibimos. Pero no podemos trabajar por producir esa paz que anhelamos. Esta nace del cielo.

Es como una catarata. Sentimos la frescura del agua cuando golpea sobre nuestra cabeza y nuestros hombros, pero sabemos que nace de lo alto, de la cima de la montaña. La frescura y el refrigerio para el alma, nace cuando recibimos del cielo, esa bendita gracia.

Bondad de Dios en forma de un Hijo de carne y huesos, la segunda persona de la Trinidad, que se hizo hombre y vino a realizar lo que ningún otro ser humano ha podido. Fue tentado en todo, pero nunca pecó. Justo de nacimiento, pues su Padre era Dios y no José, no traía las heridas del pecado de Adán en su naturaleza. Justo de nacimiento, justo en vida, justo en muerte, justo en resurrección.

No ganó nada para él, sino el honrar al Padre en obediencia, al cumplir su misión salvadora por nosotros. Afligido en el jardín del Getsemaní, momentos antes de su arresto declaró: “Es tal la angustia que me invade que me siento morir”. Y, a pesar de su aflicción, enfrentó con humildad y en su humanidad, su destino, por amor.

Hoy, todo el que cree en su vida, en sus enseñanzas, en su muerte y en su resurrección, puede pasar de ser enemigo a amigo e hijo de Dios. Jesús es nuestra paz. Porque por su muerte se nos libra de la ira santa de Dios, se nos adopta como hijos, se nos promete gozo y vida eterna y somos aceptados en la familia de la fe, junto a todos aquellos que creen y le aman.

Su problema está dentro de usted, su corazón. Y, el corazón no lo puede cambiar ni el mejor cardiólogo del mundo. Pero Dios, por medio de Jesús, puede cambiar su corazón de piedra por uno de carne. Y, entonces, no sólo tendrá paz con Dios, sino también la paz de Dios y el propósito claro de su vida: amar a Dios y a su prójimo como a usted mismo, mientras disfruta de El en esta vida temporal y terrenal, mientras llega la celestial y eterna en donde no hay muerte, no hay llanto, ni lamento, ni dolor.

Crea… Jesús es su reposo: de obras, de pecado, ante la vergüenza y la culpabilidad. Jesús es nuestra paz.

“La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden.” La Biblia en Juan 14:27

“Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, 20 a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor, enviándoles el Cristo que ya había sido preparado para ustedes, el cual es Jesús.” Hechos 3:19-20

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