SABIDURÍA
Por: Luis Caccia Guerra
Danielito, mi vecinito de 3
años se había perdido. Su madre lloraba desesperada ya que hacía rato había
notado su ausencia y el niño no aparecía. Yo era algo mayor que él, unos 10 tal
vez. En eso, llegó “Copito”, el perro de la casa, moviendo alegremente su cola.
El perro me miraba, adelantaba unos pasos, se paraba, se volvía; una vez más
hacía lo mismo. Pronto entendí que quería que lo siguiera. Y así lo hice. Corrí
tras el perro, giré por la esquina, y casi 100 metros más allá, ya cerca de la
otra esquina, allí estaba Dani llorando, desorientado, perdido. Así que pronto
llegué hasta él, lo tomé de su manito y lo traje de vuelta a casa… junto con
Copito, que tenía todo el crédito de haberlo encontrado y a su manera,
“avisado” dónde estaba.
Dani había encontrado la
manera de salir de casa e ir tras algo que llamó su atención. Nadie atinó a
descubrir en mucho tiempo, pese a su corta edad y escasa estatura, cómo se las
había arreglado para abrir la puerta de la casa y franquear una segunda
puertita de la verja que, jardín de por medio, daba a la calle. Muy inteligente,
muy ingenioso, lo suyo; pero completamente desprovisto de mínima y elemental
sabiduría.
Con asuntos más serios y
de mayor complejidad, a muchos “no tan
chiquitos” nos sigue pasando más de lo mismo.
Anda dando vueltas por las
redes, una viñeta en la que aparece un hombre tras las rejas, y afuera, en el
suelo, una llave y un pan. Con cierto
ingenio y algo de esfuerzo, el hombre podría igualmente llegar a cualquiera de
las dos cosas. Pero la tendencia generalizada es alcanzar el pan y no la llave para
abrir la puerta. Más allá de unos cuantos significados e interpretaciones, el
cuadro ilustra con crudeza tal cual somos muchos de nosotros; tal vez muy inteligentes
e ingeniosos, pero no tan sabios como nos
creemos en nuestra propia opinión.
En la Biblia hallamos a un
joven, en quien de repente pesa sobre sus hombros la responsabilidad de todo un
reino: Salomón. No sabía qué hacer, por
lo que fue a la Fuente, a Dios en busca de ayuda. Pudo haber pedido riquezas,
poder, siervos, asesores, un numeroso ejército; todo el pan que se le hubiese
ocurrido y mucho más. Dios estaba dispuesto a darle todo lo que pidiera. Pero
Salomón prefirió la llave: un “corazón
entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo…”
(I Reyes 3:7-9).
La falta de sabiduría parece ser tendencia y no excepción. Emitimos palabras sin elemental sabiduría, conforme a nuestro parecer y precario entender, y a eso lo llamamos “exhortación”. Pretendemos aportar soluciones para la vida de los demás, de conformidad con nuestro propio parecer, pero sin mínima y elemental sabiduría de lo alto, y a eso lo llamamos “aconsejar”. Tenemos sutiles estrategias y conductas políticamente correctas para tratar con el hermano e inteligentes construcciones argumentales para justificar nuestro proceder; pero no la sabiduría de lo alto para generar confianza. Y a eso lo llamamos “liderazgo”. Más de lo mismo: encerrados buscando el pan y no la llave.
No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al Señor y huye del mal.
(Proverbios 3:7 NVI)
El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor; conocer al Santo es tener discernimiento.
(Proverbios 9:10 NVI)
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