SABIDURÍA
Por: Luis Caccia Guerra Danielito, mi vecinito de 3 años se había perdido. Su madre lloraba desesperada ya que hacía rato había notado su ausencia y el niño no aparecía. Yo era algo mayor que él, unos 10 tal vez. En eso, llegó “Copito”, el perro de la casa, moviendo alegremente su cola. El perro me miraba, adelantaba unos pasos, se paraba, se volvía; una vez más hacía lo mismo. Pronto entendí que quería que lo siguiera. Y así lo hice. Corrí tras el perro, giré por la esquina, y casi 100 metros más allá, ya cerca de la otra esquina, allí estaba Dani llorando, desorientado, perdido. Así que pronto llegué hasta él, lo tomé de su manito y lo traje de vuelta a casa… junto con Copito, que tenía todo el crédito de haberlo encontrado y a su manera, “avisado” dónde estaba. Dani había encontrado la manera de salir de casa e ir tras algo que llamó su atención. Nadie atinó a descubrir en mucho tiempo, pese a su corta edad y escasa estatura, cómo se las había arreglado para abrir la puerta