LA ESCUELA DE LA ESPERA DE DIOS

JEFF ROBINSON
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso



No me gusta esperar. No, seamos totalmente francos: desprecio las esperas. Hay cierta autopista en la ciudad donde vivía hasta hace poco que tiene fama de atascarse durante horas a ambos lados en los horarios de mayor tráfico. La evito como a la sopa de brócoli. Cada domingo por la mañana, hay ciertos miembros de mi familia que se mueven a la velocidad de un glaciar para prepararse para el culto y estoy convencido de que se dan menos prisa los días que tengo que predicar. Me hacen esperar, y no me gusta.

Me doy cuenta de que no estoy solo. A los seres humanos caídos no nos gusta esperar. Queremos gratificación instantánea. Queremos que los dilemas más espinosos de la vida se resuelvan en media hora o menos. ¿Por qué es tan difícil esperar para los hijos de Adán? La sabiduría convencional dice que no hacer absolutamente nada debería ser fácil para nosotros, pero no lo es.

A lo largo de los años, he aprendido que esperar en el Señor es uno de los aspectos más potencialmente santificadores (y necesarios) de la vida cristiana. Es una de esas gloriosas «paradojas del evangelio» que nos ayudan a entender lo que el Señor dijo a Isaías: «Porque Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, / Ni sus caminos son Mis caminos» (Is 55:8). Oramos con esperanza, y luego esperamos la respuesta del Señor. Un hombre cristiano ora por un trabajo que le permita mantener a su familia, como Dios le ha ordenado, y luego espera. Una madre ora para que Dios acerque a su hijo descarriado a Sí mismo para salvación, y luego espera. Oramos para que Dios aclare nuestro camino futuro, y luego esperamos. Leemos Mateo 6:34 por milésima vez en busca de consuelo.

Esperar en el Señor es uno de los aspectos más potencialmente santificadores (y necesarios) de la vida cristiana

Los puritanos comprendieron bien esta realidad y desarrollaron algo así como una doctrina de la espera; se referían a ella como estar en «la escuela de la espera de Dios». William Carey lo entendió bien. Pasó muchos años en el campo misionero antes de ver la primera conversión. De mayor importancia, los escritores inspirados lo entendieron bien: «Espera al SEÑOR; / Esfuérzate y aliéntese tu corazón. / Sí, espera al SEÑOR» (Sal 27:14).

Por difícil que pueda ser, la espera fortalece los músculos espirituales de una manera única. A pesar de mi impaciencia pecaminosa, Isaías deja clara esta verdad:

Pero los que esperan en el SEÑOR
Renovarán sus fuerzas.
Se remontarán con alas como las águilas,
Correrán y no se cansarán,
Caminarán y no se fatigarán (Is 40:31).

¡Qué promesa tan gloriosa! Sin embargo, a nuestros corazones descontentos les cuesta esperar.

Aun así, esperar en el Señor hace muchas cosas buenas por nosotros. Esperar…

Nos lleva a orar sin cesar. Estamos necesitados y Él posee riqueza en abundancia. Él siempre es fiel y el resultado de nuestra espera demuestra que es totalmente veraz.

Nos infunde una comprensión más clara de que somos criaturas absolutamente dependientes de nuestro Creador. Aunque nuestros corazones pecaminosos ansían la omnisciencia y la omnipotencia, no poseemos ninguna de las dos, y la espera nos ayuda a centrarnos en esa realidad.

Aumenta nuestra fe. Después de todo, ¿no define el escritor de Hebreos la fe como «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (He 11:1)? Esperamos y Dios obra.

Transfiere la doctrina de la soberanía absoluta de Dios del ámbito especulativo al práctico. En la espera, experimentamos realmente el señorío de Dios de forma íntima.

Fundamenta nuestro futuro en una esperanza cierta. Este es el punto de Pablo en Romanos 8:24-25: «La esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿por qué esperar lo que uno ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos». Mientras esperamos, Dios nos infunde paciencia, la más esquiva de las virtudes espirituales.

Nos recuerda que vivimos entre dos tiempos. Cuando Jesús regrese, el todavía no se convertirá en el ya, y entonces no habrá que esperar más una respuesta a las oraciones desesperadas. El reino se consumará y Jesús lo arreglará todo. Hasta entonces, oramos y esperamos y somos santificados por el sabio proceso de Dios.

Estampa la eternidad en nuestros ojos. Cuando llevamos peticiones urgentes ante el Señor, esperamos con expectación, y la ciudad del hombre en la que vivimos pierde importancia a medida que empezamos a darnos cuenta de que la ciudad de Dios es primordial. Como oró Jonathan Edwards: «Oh Señor, estampa la eternidad en mis ojos». La espera ayuda a hacerlo. Da prioridad a lo eterno sobre lo temporal, de acuerdo con 2 Corintios 4:18: «al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas».

Oro para que Dios santifique mi impaciencia. Después de todo, ¿no es esa la palabra que realmente describe nuestra aversión a la espera? Tal vez sea realmente una señal del amor de Dios por mí que parezca encontrar el tráfico de las horas pico prácticamente todos los días.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.






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