Pecados respetables en el ministerio cristiano

JEN OSHMAN
Coalición por el Evangelio
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Cuando nuestra familia sirvió en el extranjero en las misiones, los pecados de nuestras culturas de destino eran fáciles de diagnosticar. Las esquinas de las calles del sudeste asiático estaban llenas de templos, santuarios y ofrendas sacrificiales que revelaban la adoración a dioses falsos. En algunos lugares de Europa, los burdeles y las drogas ilícitas no se ocultaban de la vista, sino que se vendían a plena luz del día. Nos costó poco esfuerzo ver la oscuridad que nos rodeaba.

Cuando regresamos a los Estados Unidos, los pecados allí también eran obvios. Nos propusimos plantar una iglesia en una nación que celebra la avaricia, la embriaguez y la inmoralidad sexual, por nombrar solo algunos pecados.

Estos pecados evidentes son razones de peso por las que los que se dedican al ministerio del evangelio responden al llamado. Vemos la oscuridad y nos proponemos ser una ciudad sobre un monte (Mt 5:14-16). Pero mientras diagnosticamos fácilmente los pecados de los demás, con demasiada frecuencia pasamos por alto el mal que hay en nosotros. Vemos la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio (Mt 7:3-5). Como explica Jerry Bridges en Pecados respetables: «Podemos identificar fácilmente el pecado en la conducta inmoral o poco ética de las personas en la sociedad en general. Pero a menudo no vemos… los “pecados aceptables de los santos”. En efecto, nosotros, como la sociedad en general, vivimos negando nuestro pecado».

Bridges señala acertadamente lo que es común a todos los cristianos. Pero ¿qué pasaría si aplicamos esta verdad específicamente a los que están en el ministerio, tanto en casa como en el extranjero? Si somos honestos, los líderes de la iglesia debemos admitir que somos propensos a ciertos «pecados respetables» en el ministerio. Nos acostumbramos tanto a estos pecados que a menudo pensamos que son normales y aceptables.

1. Nos preocupamos

El ministerio es costoso y arriesgado. Los líderes de las iglesias a menudo carecen de los fondos necesarios. El miedo que rodea a las finanzas a menudo nos lleva a servir desde una mentalidad de escasez. Acaparamos nuestros recursos. Plagados de ansiedad, nos retraemos de la generosidad. Nuestras preocupaciones se disfrazan de sabia administración. Pero, en realidad, nos comportamos como si nuestra ansiedad protegiera de alguna manera nuestros resultados.

Las palabras de Jesús son también para los líderes de las iglesias. No estés ansioso por tu vida. Tu Padre celestial sabe lo que necesitas

Las palabras de Jesús son también para los líderes de las iglesias. No estés ansioso por tu vida. Tu Padre celestial sabe lo que necesitas. Ten fe. Busca primero el reino. Él te dará lo que necesitas (Mt 6:25-34).

2. Somos territoriales

Este pecado respetable también tiene sus raíces en una mentalidad de escasez. A menudo servimos en lugares con tierra seca. Es tentador, entonces, volverse territorial cuando las semillas brotan y las raíces crecen. Los ministerios fructíferos nos validan y queremos demostrar nuestra valía. Así que es fácil trabajar por el florecimiento de nuestro ministerio a expensas de otras iglesias o volvernos cerrados cuando nuestros discípulos quieren servir en otro lugar y no dentro de nuestro dominio.

Uno de mis pastores solía exhortarnos con razón: «Busquemos el Reino con “R” mayúscula, no nuestro propio reino con “r” minúscula. Cultivemos frutos en los árboles de otras iglesias». Como dijo Jesús cuando Sus discípulos se sintieron frustrados porque otros hacían obras en Su nombre: «el que no está contra nosotros, por nosotros está» (Mr 9:40).

3. Caemos en chismes y calumnias

Cuando los que estamos en el ministerio nos reunimos a puerta cerrada, tenemos que admitir que nos sentimos bien desahogando nuestras molestias. Bajo el pretexto de compartir sabiduría o una petición de oración, calumniamos descaradamente a hermanos de nuestras familias de fe e incluso a otros ministros o iglesias de nuestros contextos. Si bien los equipos ministeriales necesitan compartir ideas e información, debemos ser honestos en cuanto a que a veces cruzamos la línea del chisme y eso nos hace sentir bien.

Sé lo mucho que me molesta que alguien hable mal de uno de mis hijos. Imagínate la respuesta de nuestro Padre cuando hablamos mal de los Suyos. Jesús ordenó a Sus discípulos: «Que se amen los unos a los otros; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros. En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros» (Jn 13:34-35).

4. Nos quejamos

Luchar contra la oscuridad exige sacrificar la comodidad, la seguridad, la conveniencia, el estatus y muchas otras cosas. La queja puede convertirse en un hábito pernicioso. Qué fácil es quejarse de las personas difíciles: lamentar su falta de gratitud, los pecados que acosan a la cultura o las injusticias generalizadas. Puede parecer que decimos la verdad, pero el corazón del quejoso dice: Dios se equivoca y yo sé lo que es mejor.

Cuando las multitudes cuestionaron el anuncio de Jesús de que Él era el pan de vida, Él les respondió: «No murmuren entre sí. Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que me envió» (Jn 6:43-44). Cuando las circunstancias son confusas, se nos ordena confiar en nuestro Dios. Él está obrando, atrayendo a las personas hacia Sí, incluso en medio de acontecimientos y estructuras que no tienen sentido para nosotros.

5. Trabajamos en exceso

Este pecado respetable parece diligencia y trabajo duro, pero en el fondo es una creencia silenciosa de que somos los salvadores de aquellos que nos han sido confiados. Cuando confiamos en nosotros mismos y en nuestros métodos, nuestro cuidado se transforma en autosuficiencia. Dejamos atrás al Espíritu Santo y el profundo descanso que nos ofrece el estar unidos a Cristo. El agotamiento ministerial es real y una oportunidad ordenada por Dios para recordar que solo Dios es infinito.

El agotamiento ministerial es real y una oportunidad ordenada por Dios para recordar que solo Dios es infinito

Después de que Jesús enviara a los doce a hacer ministerio en Su Nombre (Mr 6:7-13), ellos regresaron y «le informaron sobre todo lo que habían hecho y enseñado» (v. 30). Jesús les dijo: «Vengan, apártense de los demás a un lugar solitario y descansen un poco» (v. 31). Incluso Jesús tenía la costumbre de retirarse solo a un lugar tranquilo (Mt 14:13). Dios nos creó con limitaciones y Su voluntad es que sirvamos de acuerdo con ellas.

Arrepiéntete de los pecados respetables

Abordar estos pecados me provoca un nudo en el estómago. Me dan asco, pero sé que he sido culpable de ellos. Son fáciles. Llevan máscaras y se acomodan en nuestros corazones. Parecen normales e incluso respetables. Pero son como veneno. Cada uno roba, mata y destruye. Cada uno es una rebelión contra un Dios bueno y santo. Cada uno me recuerda cuánto necesito la gracia de Cristo.

Como a quienes se nos ha confiado el evangelio, arrepintámonos de nuestros pecados secretos, despojándonos de todo peso al correr la carrera (He 12:1-2). Como ministros en el nombre de Cristo, debemos desear que las palabras de nuestra boca y las meditaciones de nuestro corazón sean aceptables a Sus ojos (Sal 19:14). Que nuestras creencias y comportamientos reflejen Su gloria.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.






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