Un secreto de la prosperidad espiritual
J. C. Ryle
Teología Sana
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La mundanalidad es uno de los mayores peligros que acosan al alma del hombre. No es sorprendente que nuestro Señor hable sobre ella con tanta firmeza; es un enemigo insidioso, engañoso y convincente. ¡Parece tan inocente que se preste atención a los asuntos personales! ¡Parece tan inofensivo procurar ser felices en este mundo, sin cometer pecados abiertamente! Sin embargo, esta es una roca en la que muchos sufren un naufragio que durará toda la eternidad. Se hacen “tesoros en la tierra” y olvidan hacerse “tesoros en el cielo”. ¡Ojalá todos recordemos bien esto! ¿Dónde se encuentran nuestros corazones? ¿A qué le tenemos más apego? Las cosas que más amamos, ¿son de la Tierra, o del Cielo? La vida o la muerte dependen de la respuesta que demos a estas preguntas. Si nuestro tesoro es terrenal, nuestros corazones también serán terrenales. “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
La resolución es uno de los grandes secretos de la prosperidad espiritual. Si nuestros ojos no ven claramente, no podemos andar sin tropezar y caer. Si intentamos trabajar para dos señores distintos, sucederá con toda seguridad que ninguno de los dos estará satisfecho con nosotros. Exactamente, lo mismo ocurre con nuestras almas. No podemos servir a Cristo y al mundo al mismo tiempo: intentarlo siquiera sería en vano. Sencillamente, no puede lograrse; el arca de Dios nunca podrá estar junto a Dagón. Dios tiene que ser el rey de nuestros corazones: su Ley, su voluntad y sus preceptos deben tener el primer lugar en nuestras vidas; entonces, y solo entonces, todo lo demás que concierne al hombre interior ocupará el lugar que le corresponde. A menos que haya este orden en nuestros corazones, todo estará muy confuso. “Todo tu cuerpo estará en tinieblas”.
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Foto de Vladislav Nikonov en Unsplash
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