No envidies a los malvados

Tim Challies
Teología Sana
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Acabo de finalizar otro peregrinaje a través de los proverbios, y con frecuencia leí las promesas de que aquellos que viven una vida buena recibirán cosas buenas, mientras que los que viven una vida mala recibirán cosas malas. Esta es la forma en que Dios ha estructurado su mundo. Pero si bien estas cosas en general son verdaderas, no son universalmente verdaderas. A veces el sabio sufre mientras el malvado prospera. Salomón reconoce este problema cuando advierte: «No envidies a los malvados…». Leí su advertencia y me pregunté: «Hay formas en que yo podría envidiar a los malvados? ¿Hay formas en que nosotros los cristianos podemos envidiar a los malvados?». Estas son algunas.

Podemos envidiar su libertad. Si bien con seguridad rechazamos la noción de que el cristianismo es un código de leyes o un sistema de cosas que se pueden y no se pueden hacer, es un hecho que nuestra fe estipula una forma de vivir. Y aun cuando sabemos que esta es la forma correcta y óptima de vivir, aún así nos restringe de hacer muchas de las cosas que nuestro corazón pecaminoso desea. Podemos envidiar la libertad del malvado que puede hacer lo que se le antoje, que no rinde cuentas a ninguna autoridad superior más que a sí mismo. Podemos lamentar todas las oportunidades que debemos declinar, todas las ofertas que debemos rechazar. Podemos olvidar que «Cristo nos libertó para que vivamos en libertad».

Podemos envidiar su entretenimiento. Nos encanta perdernos en el entretenimiento, pero no podemos evitar ver que gran parte de la cultura popular es sospechosa o incluso vil. Vemos emocionantes adelantos de películas exitosas, pero sabemos que estarán llenas de groserías. Escuchamos a los colegas charlando sobre el último episodio de esa serie de televisión, pero sabemos que es extremadamente inapropiada. Podemos mirar con ojos anhelantes a los que pueden disfrutar semejante entretención sin el menor cargo de conciencia.

Podemos envidiar su prosperidad. El salmista declaró una vez: «Sentí envidia de los arrogantes, al ver la prosperidad de esos malvados. Ellos no tienen ningún problema; su cuerpo está fuerte y saludable» (Salmo 73:3-4). A veces los malvados prosperan económicamente y podemos envidiar todo lo que tienen y poseen. Esto puede ser especialmente cierto cuando estamos escribiendo un cheque para donar una parte significativa de lo que hemos ganado esa semana. Puede ser cierto cuando rechazamos un cargo lucrativo porque nos impediría asistir a la iglesia, o cuando le aseguramos al contador que sí, efectivamente vamos a pagar cada centavo que le debemos al gobierno. Sostenemos nuestro dinero con una mano abierta y podemos envidiar a los que solo se responden a sí mismos.

Podemos envidiar su comodidad. Como cristianos, creemos que vivimos menos para este mundo que para el venidero. Hay muchas posesiones que no tendremos y muchos sueños que no cumpliremos porque estamos acumulando tesoros en el cielo más bien que en la tierra. En lugar de comprar vidas de comodidad en este mundo, estamos enviando tesoros por adelantado al próximo. Pero a veces nuestra fe se debilita y podemos anhelar tener comodidad ahora, podemos lamentar el simple hecho de ser mayordomos y no dueños de lo que Dios nos ha dado. Podemos envidiar sus vidas de comodidad.

Podemos envidiar su depravación. Quizá si tuviéramos que resumir, podríamos decir que es posible que envidiemos la depravación de los incrédulos. Somos personas salvas que han experimentado una gran transformación. Pero seguimos siendo personas pecadoras que han experimentado una transformación incompleta. El hombre viejo todavía está dentro, deseando aún tener lo que desea, lo que ama, lo que cree que merece. Para nuestra vergüenza, podemos envidiar la depravación de los incrédulos, los mismísimos actos y hechos que asegurarán su tormento eterno.

Salomón nos anima de esta forma: «No te irrites a causa de los impíos ni envidies a los que cometen injusticias; porque pronto se marchitan, como la hierba; pronto se secan, como el verdor del pasto» (Salmo 37:1-2).

ARTÍCULO DE INTERÉS: Dios no comete errores

 

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