QUÉ SUCEDE CUANDO EL CRISTIANO PECA?
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Cuando el cristiano peca, su posición legal ante Dios no cambia. Sigue estando perdonado, porque «ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8:1).
¿Cuáles son los resultados del pecado en la vida del creyente?
El pecado en la vida del cristiano
Nuestra posición legal ante Dios permanece sin cambio.
Cuando el cristiano peca, su posición legal ante Dios no cambia. Sigue estando perdonado, porque «ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8:1).
La salvación no se basa en nuestros méritos sino que es una dádiva de Dios (Ro 6:23), y la muerte de Cristo ciertamente pagó por todos nuestros pecados: pasados, presentes y futuros. Cristo murió «por nuestros pecados» (1 Co 15:3) sin distinción.
En términos teológicos, conservamos nuestra «justificación».
Además, seguimos siendo hijos de Dios y retenemos nuestra membresía en la familia de Dios. En la misma epístola en la que Juan dice que:
«si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad» (1 Jn 1:8)
también les recuerda a sus lectores lo siguiente:
«Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios» (1 Jn 3:2).
El hecho de que el pecado siga en nuestra vida no quiere decir que perdemos nuestro estatus como hijos de Dios. En términos teológicos, conservamos nuestra «adopción».
Nuestra comunión con Dios se interrumpe y nuestra vida cristiana sufre daño.
El que conoce la palabra y peca
Cuando pecamos, aunque Dios no deja de amarnos, se desagrada de nosotros. (Incluso entre los seres humanos, es posible amar a alguien y estar disgustado con esa persona al mismo tiempo, como cualquier padre, esposa o esposo puede testificar.)
Pablo nos dice que es posible que los creyentes «agravien al Espíritu Santo de Dios» (Ef 4:30); cuando pecamos le causamos tristeza y él se desagrada de nosotros.
El autor de Hebreos nos recuerda que «el Señor disciplina a los que ama» (He 12:6, citando a Pr 3:11–12), y que el «Padre de los espíritus» nos disciplina «para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad» (He 12:9–10).
Cuando desobedecemos, Dios el Padre se aflige, como un padre terrenal se aflige por la desobediencia de sus hijos, y nos disciplina. Un tema similar lo encontramos en Apocalipsis 3, en donde el Cristo resucitado le habla desde el cielo a la iglesia de Laodicea, y le dice:
«Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete» (Ap 3:19).
Aquí de nuevo el amor y la reprensión al pecado están conectados en la misma afirmación.
El Nuevo Testamento testifica del desagrado de los tres miembros de la Trinidad cuando los cristianos pecan. (Vea también Is 59:1–2; 1 Jn 3:21.)
La Confesión de Fe de Westminster dice sabiamente, respecto a los creyentes:
«Aunque nunca caen del estado de justificación, sin embargo pueden, por sus pecados, caer bajo el desagrado paternal de Dios, y no tener restaurada sobre ellos la luz de su rostro, mientras no confiesen humildemente sus pecados, rueguen perdón y renueven su fe y arrepentimiento».
Qué hacer cuando pecamos
Cuando pecamos como creyentes, no es solo nuestra relación personal con Dios la que se trastorna. Nuestra vida cristiana y ministerio también sufren daño. Jesús nos advierte:
«Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí» (Jn 15:4).
Cuando nos descarriamos de la comunión con Cristo debido a que hay pecado en nuestra vida, disminuimos el grado en que estamos permaneciendo en Cristo.
Los escritores del Nuevo Testamento con frecuencia hablan de las consecuencias destructivas del pecado en la vida de los creyentes. En verdad, muchas secciones de las epístolas se dedican a reprender a los creyentes por los pecados que están cometiendo y a instarlos que dejen de hacerlos.
Pablo dice que si los creyentes se rinden al pecado, se vuelven cada vez más «esclavos» del pecado (Ro 6:16.)
Dios quiere que los cristianos progresen hacia arriba en una senda de justicia cada vez más pura en la vida.
Si nuestra meta es crecer en una plenitud cada vez mayor de vida hasta el día cuando pasemos a la presencia de Dios en el cielo, pecar es dar media vuelta y empezar a andar cuesta abajo de la meta de semejanza a Dios; es ir en dirección «que lleva a la muerte» (Ro 6:16)
y separación eterna de Dios, la dirección de la que fuimos rescatados cuando nos convertimos a Cristo.
Es más, cuando pecamos como creyentes, sufrimos una pérdida de la recompensa eterna. Una persona que ha edificado en la obra de la Iglesia no con oro, ni plata, ni piedras preciosas, sino con «madera, heno y paja» (1 Co 3:12) verá su obra «consumida» en el día de juicio y «sufrirá pérdida.
Será salvo, pero como quien pasa por el fuego» (1 Co 3:15). Pablo se da cuenta de que «es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo» (2 Co 5:10).
Pablo implica que hay grados de recompensa en el cielo y que el pecado tiene consecuencias negativas en términos de pérdida de la recompensa celestial.
El peligro de los «evangélicos inconversos».
El que es nacido de Dios, no peca
Si bien un cristiano genuino que peca no pierde su justificación o adopción ante Dios (citado anteriormente), debe haber una clara advertencia de que el simple hecho de ser miembro de una iglesia evangélica y andar en conformidad externa a los patrones aceptados de conducta «cristiana» no garantizan la salvación.
Particularmente en las sociedades y culturas en las que es fácil (e incluso se espera) que la gente profese ser cristiana, hay una posibilidad cierta de que algunos se asocien con la iglesia sin haber nacido de nuevo genuinamente.
Si tales personas se vuelven cada vez más desobedientes a Cristo en su forma de vida, no deben arrullarse en complacencia por la seguridad de que todavía tienen justificación y adopción en la familia de Dios.
Un patrón constante de desobediencia a Cristo y una falta de elementos del fruto del Espíritu Santo como el amor, el gozo, la paz, y los demás (vea Gá 5:22–23) son quizá indicios de que la persona no es de veras cristiana, que probablemente no ha habido en ella fe genuina y de corazón desde el principio y no ha habido la obra regeneradora del Espíritu Santo.
Jesús advierte que a algunos que han profetizado, echado fuera demonios y hecho obras poderosas en su nombre les dirá:
«Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!» (Mt 7:23).
Juan nos dice que «el que afirma: “Lo conozco”, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad» (1 Jn 2:4; en donde Juan habla de un patrón persistente de vida).
Un patrón de larga duración de desobediencia creciente a Cristo se debe tomar como base para dudar de que la persona en cuestión sea realmente cristiana.
Enlaces relacionados.
1 juan 3:6 explicacion
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