Embriaguez respetable: Formas sutiles de adormecer tu alma

MARSHALL SEGAL
Coalición por el Evangelio
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La embriaguez es un pecado inusualmente visible. Las personas pueden beber en secreto, por supuesto, pero si se emborrachan en presencia de otras personas (especialmente de quienes las conocen bien), por lo general no es difícil darse cuenta. Los ojos enrojecidos, el rostro ruborizado, la incapacidad para concentrarse, el habla arrastrada, la velocidad de procesamiento lenta, el hablar en voz alta, la dificultad para caminar en línea recta, la risa errática. A diferencia de muchos otros, los borrachos llevan su pecado en la manga y en los pantalones. En ocasiones, también en la persona que tienen al lado.

Mi primer año en la universidad fue mi primer encuentro con la embriaguez. Una noche, un jugador de rugby especialmente ebrio arrancó el bebedero de la pared de la residencia. Otra noche, otro chico (sin saberlo) hizo sus necesidades en el cajón del armario de un amigo. La embriaguez es un pecado ruidoso y feo. Probablemente todos podamos recordar encuentros (no deseados) que hemos tenido con ella.

Evita todo lo que, al igual que la embriaguez, socava la obra del Espíritu dentro de ti, todo lo que adormece y distrae tu corazón

Pero cuanto más reflexiono sobre lo que el exceso de alcohol hace a una persona, más me pregunto si la embriaguez no es una parábola de toda una serie de abusos más sutiles. ¿Qué pasaría si Dios permitiera que los jugadores de rugby hicieran el ridículo para advertirnos sobre las formas más respetables y frecuentes de embriaguez, todas las formas socialmente aceptables en las que intentamos distraernos y adormecernos?

Cinco peligros de abusar de cualquier cosa

El alcohol, recordemos, fue inventado por Dios, no por el hombre, como un don «que alegra el corazón del hombre» (Sal 104:15), no como una maldición. Sin embargo, como tantos otros dones, puede convertirse (rápidamente) en una maldición cuando se disfruta de él sin cuidado o con excesiva indulgencia. En Proverbios 23:29-35 vemos las advertencias de un padre sabio a su hijo acerca de la embriaguez. Al meditar sobre estos peligros durante meses, me pregunté si podríamos experimentar el mismo tipo de síntomas o consecuencias en otros patrones de pecado más sutiles. Creo que sí.

El primer peligro es la confusión, o los ojos borrosos. «Tus ojos verán cosas extrañas» (Pr 23:33). Abusar del alcohol te robará la capacidad de percibir la realidad verdadera. Verás cosas que no están ahí, o verás cosas que están ahí pero no como realmente son.

El segundo peligro es la perversión, o una conciencia adormecida. «Tu corazón proferirá perversidades» (Pr 23:33). Bajo la influencia de un exceso de alcohol, serás más propenso a pecar, más vulnerable a la tentación. La embriaguez hace que un abismo mortal parezca un pozo (v. 27).

El tercer peligro es la inestabilidad, o manos poco confiables. «[El ebrio] será como el que se acuesta en medio del mar, / O como el que se acuesta en lo alto de un mástil» (Pr 23:34). El alcohol deja dormido a un hombre en grave peligro, en situaciones en las que su estado de alerta es realmente importante (como mientras navega o conduce). Cuando más se le necesita, no está disponible.

El cuarto peligro es una especie de parálisis, o un alma entumecida: «Y dirás: “Me hirieron, pero no me dolió; / Me golpearon, pero no lo sentí”» (Pr 23:35). Los sentidos del borracho se han embotado tanto que ni siquiera puede sentir cuando alguien lo golpea. Espiritualmente hablando, se vuelve insensible a la tentación y al pecado, a la adoración y a la santidad. El alcohol paraliza lentamente sus capacidades más importantes.

El peligro final es la futilidad, o un corazón vacío e intranquilo. «Cuando despierte», dice el borracho, «volveré a buscar más» (Pr 23:35). El borracho busca desesperadamente la satisfacción, buscando y buscando, bebiendo y bebiendo, pero nunca encuentra el fondo. La embriaguez es un pozo sin agua, un maratón sin meta.

No es difícil ver que el exceso de alcohol hace este tipo de cosas a una persona. Los síntomas son fuertes y perturbadores. Sin embargo, puede que no sea mucho más difícil ver cómo otras indulgencias más sutiles pueden hacer lo mismo.

Embriagarse sin beber

¿Se te ocurre algo que te guste hacer y que a veces te provoque uno de estos síntomas? Una incapacidad para discernir o sentir la realidad espiritual. Una mayor vulnerabilidad a la tentación. Una pereza o distracción que hace que no estés disponible cuando se te necesita. Una insensibilidad a las cosas espirituales. Un sentido inquieto de insatisfacción o frustración.

¿No nos pasa lo mismo cuando comemos en exceso? ¿No nos pasa lo mismo con la pereza? ¿No lo hace la obsesión por los deportes, las noticias o las redes sociales? ¿Qué tal ir de compras, siempre buscando la mejor oferta? ¿Qué hay de hacer maratones de series durante horas? ¿No tienen nuestros teléfonos este tipo de poder adormecedor y distractor?

Por supuesto, en el tiempo correcto y con las medidas adecuadas, los placeres que experimentamos en esos momentos no son malos. Todos ellos pueden ser bendiciones de Dios, al igual que el alcohol, dados para ayudarnos a disfrutar de Él. Sin embargo, se vuelven peligrosos cuando adquieren cierto control sobre nosotros.

Persigue con todo tu corazón, alma, mente y fuerzas todo lo que aumente refine tu amor por Cristo, todo lo que te ayude a correr firme tras Él

¿Por qué permite Dios que el alcohol destroce a las personas como lo hace tan a menudo? Es una pregunta sensible y de peso, y no pretendo tener todas las respuestas. Pero ¿podría Dios permitir la embriaguez, al menos en parte, como una especie de representación dramática para despertarnos a las consecuencias de abusar de cualquiera de Sus dones? Estos otros abusos no suelen manifestarse como la embriaguez, no son tan ruidosos y feos, pero pueden ser igual de peligrosos para nuestras almas.

El apóstol Pablo nos hace una advertencia más amplia: «Todas las cosas me son lícitas, pero no todas son de provecho. Todas las cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna» (1 Co 6:12). No solo el alcohol, sino cualquier cosa. Entonces, ¿qué hay en tu vida que pueda dominarte? Otra forma de plantear esa pregunta sería hacer preguntas como estas:

  • ¿Qué erosiona tu capacidad de discernir la verdad de la mentira y el bien del mal, tu capacidad de ver el mundo, a ti mismo y a Dios con precisión?
  • ¿Qué te hace más fácil caer en la tentación? ¿Qué hace que el pecado te resulte más atractivo?
  • ¿Qué afecta a tu capacidad de satisfacer las necesidades de los que te rodean, especialmente de los que dependen de ti?
  • ¿Qué te insensibiliza ante la realidad, especialmente ante la realidad espiritual: ante Dios, Su Palabra y Su voluntad para tu vida?
  • ¿Qué cosas te hacen sentir constantemente vacío e inquieto?

Bajo una influencia mejor

Luego, tras haber discernido tus áreas específicas de debilidad o tentación (y haberlas compartido con un hermano o hermana en Cristo), podrías preguntarte también qué produce lo contrario en ti.

  • ¿Qué cosas en tu vida traen claridad y enfoque a la realidad espiritual? ¿Qué hace que Cristo parezca más real, digno de confianza y satisfactorio?
  • ¿Qué hace que la tentación se vea patética, poco atractiva y peligrosa?
  • ¿Qué estabiliza tu alma en medio de conflictos y dificultades?
  • ¿Qué aumenta tu conciencia y sensibilidad ante las necesidades a tu alrededor?
  • ¿Qué sacia tu sed y satisface tus anhelos más profundos?

Podrías resumir preguntas como estas diciendo:

Y no se embriaguen con vino, en lo cual hay disolución, sino sean llenos del Espíritu (Ef 5:18).

Este fue otro momento de luz para mí. ¿Y si Dios permite la lamentable miseria y el carácter destructivo de la embriaguez, al menos en parte, para poder dirigirse a Sus hijos y decirles: «No se embriaguen con vino, sino sean llenos del Espíritu»? ¿Ves cuán cautivo está ese hombre del alcohol? Sé tú así de cautivo a Dios. Vive para que alguien pueda mirar tu vida y decir: «Ha sido capturado por algo, por Alguien. Ya no se pertenece a sí mismo».

Hábitos de claridad y gozo

Si quieres empezar a beber en esos pozos, a ser lentamente capturado y transformado por el Espíritu, te animo a leer un libro como Hábitos de Gracia. Los tres hábitos principales —la Palabra de Dios, la oración y la comunión— han liberado a innumerables corazones de la oscuridad (incluido el mío) y los han llenado de luz, vida y gozo. Estos hábitos son mucho más eficaces cuando los disfrutamos juntos, es decir, con otros creyentes.

«Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Co 10:31). Evita todo lo que, al igual que la embriaguez, socava la obra del Espíritu dentro de ti, todo lo que adormece y distrae tu corazón. Revisa periódicamente los hábitos que has desarrollado, los que has elegido y en los que has caído, y considera cómo puedes reducir (o eliminar) lo que tiende a debilitar tu alma. Luego, persigue con todo tu corazón, alma, mente y fuerzas todo lo que aumente refine tu amor por Cristo, todo lo que te ayude a correr firme tras Él.


Publicado originalmente en Desiring GodTraducido por Eduardo Fergusson.

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